El 27 de junio de 1973 una de las democracias más estables de América Latina, Uruguay, protagonizó el primer golpe de estado de su historia. Unos días antes, el 25 de mayo, había asumido en la Argentina el presidente Héctor Cámpora, luego de las primeras elecciones libres desde el golpe de 1955. El líder más importante del país, Juan Domingo Perón, había sido proscripto por los militares, que durante 18 años habían impedido una verdadera democracia en esta orilla del Plata.
No es cuestión de recordar aquí las convulsiones políticas que vivían los argentinos por entonces. Solo baste decir que Cámpora renunció el 13 de julio y se abrió entonces si, el canal para el regreso de Perón por los votos populares.
Cuánto influyó el golpe en Uruguay para acelerar los tiempos locales es difícil de saberlo, el caso es que en Chile, otro ejemplo de democracia institucional duradera, el gobierno de Salvador Allende estaba acosado por la oposición y el 11 de setiembre el general Augusto Pinochet encabezó la dictadura más violenta que recordaría el país trasandino, un ejemplo, esta vez, de ferocidad militar al servicio de una clase social.
Doce días más tarde, Perón-Perón ganó la elección con el 61.85% de los votos. Un gobierno con una enorme fortaleza institucional, pero acosado en el exterior. Bolivia estaba gobernada por la dictadura de Hugo Banzer desde 1971 y Brasil, desde 1964.
Decir que Washington había digitado un cerco alrededor de Perón no es una interpretación conspiranoica, porque hay documentos que lo prueban. Invitar a la asunción de Cámpora al presidente de Cuba en tiempos de la guerra fría y luego darle crédito a la revolución para la compra de productos industriales elaborados en Argentina era un desafío a la política del Departamento de Estado que la Casa Blanca no habría de perdonar. El resto es historia.
Alberto Fernández también recibirá el bastón de mando con el país cercado. Incluso podría decirse que cercado en honor de la fórmula Fernández-Fernández. La apuesta a la continuidad de Mauricio Macri fracasó por inoperancia del intérprete de esas políticas. La vuelta de una coalición de fuerte componente peronista incomoda a los que estrategas de Washington. En esta, el Estado Profundo coincide claramente con Donald Trump.
La prueba más contundente de este aserto es el mensaje de Trump felicitando a los militares bolivianos que dieron el ultimátum para que Evo Morales deje el cargo. ¿Barack Obama hubiera hecho algo diferente? Si, el Premio Nobel de la Paz 2009 hubiese demorado unos días más en un mensaje semejante, pero la ola golpista la inaguruó su gestión en Honduras hace exactamente diez años. Después de todo, Henry Kissinger también recibió el Nobel de la Paz, en 1973, a pesar de haber apoyado los golpes en la región desde que asumió en la Secretaría de Estado, en enero de ese año.
Alberto Fernández sabe con qué bueyes le toca arar, por eso su primer viaje como electo fue a México y marca diferencias con Jair Bolsonaro y el propio Trump. ¿Le serviría de algo entrar a la Rosada como lamebotas de la Casa Blanca o del Palacio del Planalto, como le recomiendan desde los medios conservadores?
El golpe en Bolivia se venía adobando desde que en febrero de 2016 Morales perdió el referéndum para una nueva reelección. Fue, esa vez, víctima de una fake news colosal: El 3 de febrero de 2016 el periodista Carlos Valverde, desde Santa Cruz de la Sierra -el epicentro de la oposición más furiosa a Morales- informa que el Presidente tuvo un hijo, al que nunca había reconocido, con Gabriela Zapata, que se presentaba como ejecutiva de una empresa china beneficiada con millonarios contratos del Estado, .
Para los valores de la sociedad boliviana, un escándalo por donde se lo mire. Luego de descubriría que ese hijo nunca existió, que la joven no era lobista de ninguna empresa y el propio comunicador debió reconocer que era una información falsa. Pero Evo perdió ese comicio por 51,3 a 48,7%.La joven cumple una condena hasta 2027 por legitimación de ganancias ilícitas, falsedad ideológica, uso de instrumento falsificado, contribuciones y ventajas ilegítimas y uso indebido de bienes y servicios públicos.
En concreto, Evo Morales fue perdiendo apoyo ante muchos sectores que lo habían sustentado desde su primer gobierno. Al deslegitimar la elección del 20 de octubre, la oposición se montó sobre un imaginario ya construido contra el presidente. Enfrentado a ese imaginario, el mejor mandatario que tuvo Bolivia en su historia -según cualquier parámetro que se utilice para medir su gestión- quedó contra las cuerdas.
Su período presidencial culminaba el 22 de enero. Había ofrecido nuevas elecciones con otro Tribunal Electoral y quizás hasta hubiese aceptado no presentarse. Pero al establishment eso no le convenía.
El viernes anterior, desde Buenos Aires, el Grupo de Puebla, la organización creada por Fernández y el chileno Marco Enríquez Ominami, celebraban como un triunfo del progresismo la liberación de Lula da Silva. Si Bolsonaro cumple el rol de antediluviano que amenaza a una Argentina de centro-izquierda, había que responder con un impulso igual y de sentido contrario al de esos líderes que esparan inclinar la balanza para el lado de los más débiles. Para aguar la fiesta.
Fue un golpe celebrado por el racismo latinoamericano y esos sectores religiosos neofascistas que acompañan tanto al presidente brasileño como al “antievismo” boliviano. Lo peor es que frente a un planteo militar como no se recordaba en la región desde los años 70, muchos periodistas y medios para los que trabajan ponen en la mesa el debate de si hubo o no un golpe de estado.
El regreso de los peores fantasmas de las dictaduras militares le sirve a estas derechas ultrareaccionarias para meter miedo. Y para decirles a los gobiernos democráticos que siguen ahí, agazapadas, pero siempre pueden volver, y peores.
En dos semanas los uruguayos eligen presidente en segunda vuelta. También allí hay una decisión crucial, entre gobiernos progresistas -aquí alternados dentro de una misma alianza- que ampliaron derechos y bienestar a la población, contra un discurso reaccionario. Aquí se puede cerrar un círculo o mantener una ventana abierta, justo ahora que parece ir despejándose el cielo del otro lado de la cordillera.
Como suele decir el ex vicepresidente boliviano Álvaro García Linera, la consigna es “luchar, vencer, caerse, levantarse, luchar, vencer, caerse, levantarse, hasta que se acabe la vida. Ese es nuestro destino”.