Entre 2015 y 2019 se perdieron cerca de 100 millones de hectáreas de tierras productivas por año, un área equivalente al doble del tamaño de Groenlandia. Los datos surgen de un informe de la Convención de las Naciones Unidas de Lucha contra la Desertificación (CNULD), que del 2 al 13 diciembre celebra su 16ª Conferencia de las Partes (COP16) en Riad, Arabia Saudita.
Esta pérdida tiene que ver, por un lado, con fenómenos climáticos extremos como las sequías, que aumentaron su prevalencia casi un 30% en lo que va del siglo, y también por prácticas agrícolas como el monocultivo y el uso intensivo de agroquímicos.
La CNULD se adoptó en 1994 y entró en vigor en 1996 para proteger y restaurar la tierra y garantizar la biodiversidad y la producción de alimentos. Desde la Convención advierten que invertir en la adaptación frente a la sequía y la regeneración de los suelos es una de las estrategias más rentables para los países, con un rendimiento de hasta 10 veces la inversión inicial.
Si bien son fenómenos globales, la degradación de la tierra y el Cambio Climático no afectan a toda la población por igual. Los países menos desarrollados, y dentro de ellos las poblaciones más vulnerables, son los que padecen los mayores impactos. Esto requiere de políticas de mitigación, adaptación y reparación sectorizadas.
Las mujeres, según información de la FAO (Food & Agriculture Organization), producen la mitad de los alimentos del mundo, pero poseen menos de una quinta parte de la tierra y constituyen el 70% de las personas que sufren hambre.
Impacto en la producción de alimentos
Actualmente, el 40% de las tierras del planeta están degradadas, afectando a la mitad de la población mundial y generando graves consecuencias para el clima, la biodiversidad y los medios de vida. Según proyecciones de la ONU, 10.000 millones de personas convivirán en el planeta para 2050. Esto ejercerá una enorme presión sobre los ecosistemas, dado que los sistemas alimentarios son el principal motor de la conversión de tierras, la deforestación y la pérdida de biodiversidad.
Las actuales prácticas de agricultura intensiva en uso de químicos no hacen sino agravar la situación. De acuerdo a estudios científicos, la eficacia de los fertilizantes nitrogenados es sólo del 46% y del 66% en el caso del fósforo. El resto se escurre, con consecuencias nefastas para los suelos.
A su vez, los suelos degradados reducen el rendimiento de los cultivos y la calidad nutricional, lo que repercute directamente en los medios de subsistencia de las poblaciones vulnerables.
“La tierra sostiene las economías, los modos y medios de vida de las comunidades, pero la maltratamos cada día. Esta COP16 coincide con el hito de los primeros 30 años de la Convención y se espera que catalice nuevas iniciativas sobre restauración de tierras y resiliencia a la sequía”, sostuvo Ana Di Pangracio, directora adjunta de la Fundación Ambiente y Recursos Naturales (FARN).
En Argentina, el último período de sequía, el más extenso de los últimos 60 años y que se prolongó por más de tres años, provocó severos impactos sociales y ambientales. Según un estudio de la Bolsa de Comercio de Rosario, el país perdió unos 20.000 millones de dólares en liquidación de divisas por exportaciones sólo en 2023.
Por otra parte, desde el 2020, más de un millón de hectáreas de humedales y sus ecosistemas asociados en el Delta del Paraná fueron arrasadas por incendios de origen humano. Gran parte de la quema de estos territorios fue impulsada por el cambio de uso del suelo para extender la frontera agropecuaria aprovechando el escenario de sequía y bajante histórica del Río Paraná.
Pacto para una transición agroecológica
“Conciliar la producción de alimentos con el cuidado del ambiente y las personas no es solo posible, sino necesario”, afirmó Di Pangracio. En este sentido, organizaciones de la sociedad civil que siguen el proceso de la CNULD reclaman desde hace tiempo por un pacto para la transición ecológica internacional.
Durante la Cumbre contra la Desertificación que se celebra por estos días en Riad, Arabia Saudita, se espera que líderes y representantes de los 197 países que ratificaron la Convención, entre ellos la Argentina, acuerden algunas acciones colectivas básicas:
-Acelerar la restauración de las tierras degradadas de aquí a 2030,
-Impulsar la preparación, respuesta y resiliencia ante la sequía,
-Garantizar que la tierra siga aportando a la acción climática y de biodiversidad ya que las tres crisis están íntimamente vinculadas,
-Reforzar los derechos de las mujeres, los campesinos y los pueblos indígenas a la tierra y promover la creación de empleos decentes en la agricultura.
La COP16 contra la Desertificación es una oportunidad para establecer algunos acuerdos mínimos para frenar la degradación y sequías, así como brindar una mayor equidad y seguridad en el acceso a la tierra para aquellos que la trabajan.