El antikirchnerismo va dividido a las próximas PASO, aunque los diarios no titulan así, por supuesto. El único espacio que iría dividido a las primarias, para sus líneas editoriales colonizadas por el macrismo, es «el peronismo». Interesa ver cómo el peronismo es muerto y sepultado y vuelto a resucitar, todas las veces que haga falta, según las necesidades de la Argentina conservadora. Pero la verdad es que nunca hubo un solo peronismo; y tras la muerte de Perón, mucho menos. ¿Se puede decir que el Momo Venegas no fue peronista? ¿Isabel Perón, que mandó sus condolencias a la familia del exjefe de la UATRE, no es peronista? ¿Hugo Moyano, abucheado por otros peronistas en el velorio de Necochea, no es peronista, acaso? Serán peronistas que hoy no concitan el fervor del conjunto del peronismo social más extendido, ese fenómeno político-cultural inasible para las categorías de la academia eurocéntrica, pero peronistas son todos los que quieran llamarse así, porque el único que está en condiciones de señalar quién es más peronista que otro es el que circunstancialmente saca más votos que el resto.
Sucede que el peronismo es líquido desde antes de que Zygmunt Bauman planteara su teoría. La realidad, como envase, determina cuál es su rasgo de época. Y como la realidad, única verdad, es cambiante, el dogma peronista fundó una identidad alternable, elástica, esencialmente pragmática. Bajo esta premisa, que un peronismo se haya vuelto liberal tras la caída del mundo bipolar, no lo hizo menos peronista, tal vez menos popular con el paso del tiempo y las consecuencias generadas por las políticas excluyentes. Lo que, en definitiva, puso en crisis a la dirigencia de ese tipo peronista es que el mundo viró a posturas más proteccionistas o multipolares para darles respuesta a otras demandas sociales. Surgió, entonces, otra variante del peronismo, la kirchnerista, que interpretó mejor el Mar Rojo a atravesar y representó más fielmente los deseos del elector promedio del peronismo y sus adyacencias durante 12 años y medio.
Dicho esto, decir que el peronismo va dividido a estas elecciones es una verdad a medias. ¿Sergio Massa sigue siendo peronista? Tal vez, en alguna de sus concepciones. Su principal espada en el Congreso representa al sector de Luis Barrionuevo, un peronista de derecha. ¿Margarita Stolbizer, su aliada, lo es? No, de ningún modo. ¿Florencio Randazzo? Sí, se quedó con el sello del PJ. La pregunta es qué tipo de peronismo representan. La respuesta corta es: al antikirchnerista. ¿Y la larga? A peronismos que se sienten más cómodos con el nuevo paradigma que propone el macrismo a la sociedad argentina que el ofrecido por el peronismo populista encarnado en el kirchnerismo, al que identifican con «el pasado». El de Massa y el de Randazzo son variantes al modelo neoliberal que no contradicen sus principios rectores esenciales: asemejar populismo a corrupción, garantizar leyes o silencios para asegurar la restauración del patrón de distribución económica pre-kirchnerista y proponerse también como ejecutores fiables, con leves matices, de políticas de hierro consensuadas al estilo del PSOE con el PP español. No van juntos, van separados, aunque dialogan con el macrismo en un mismo lenguaje. De hecho, Massa dijo que se presentaba para «frenar» a CFK y Randazzo para heredar la etapa «superada» de CFK, a quien acusó en su lanzamiento de tener un proyecto personal que no permite relevos, al tiempo que saludó con satisfacción el apoyo recibido de la familia Duhalde.
De todos estos peronismos aspiracionales, el que va a poder imponerse sobre el resto es uno solo: el que represente más cabalmente la necesidad del electorado en la situación actual. En este caso, CFK juega casi sola. Es la única expresión del peronismo que contradice en todos los planos al proyecto restaurador de Cambiemos, proyecto que va dividido a las elecciones en muchas variantes, algunas puras y otras peronistas o panperonistas. En la casi segura polarización que puede darse, no en agosto, sino sobre todo en octubre, CFK emerge como la única opositora real al sistema diseñado por Mauricio Macri y el bloque de poder económico que lo respalda. Los peronismos creados para cuestionarla tienen una debilidad congénita: su suerte va atada al gradual fracaso del modelo que trajo cualquier cosa menos buenas noticias. Cuanto mayor es la distancia que toman de CFK, más comprometidos quedan con Cambiemos y sus políticas. En contraplano, cada vez que tratan de desmarcarse del gobierno, corren el riesgo de que su electorado visualice a CFK como una alternativa más convocante y efectiva que ellos para castigar lo que los castiga. El ataque de los medios a su figura, impiadoso y constante, también se les puede volver en contra. Trump no sería presidente de los Estados Unidos si fuera por los titulares de la prensa hegemónica.
El voto del peronismo (o los muchos peronismos que lo componen), decíamos al comienzo, responde básicamente a un principio de realidad que prevalece sobre otros. ¿Está la sociedad argentina dispuesta a retornar a los índices de desigualdad de los ’90? ¿Hay un consenso social mayoritario alrededor de la idea de la exclusión como salida a la crisis? ¿Es una demanda extendida la del repliegue del Estado en áreas esenciales? ¿La dolarización de las tarifas de los servicios públicos es una medida popular? ¿La represión lo es? No parece. Saliendo de las ediciones amigables de los diarios que ya sabemos, cuando se camina la calle de los negocios cerrados y las protestas casi a diario, se advierte como altamente probable que el macrismo retorne a su voto duro de la primera vuelta en 2015, y que CFK coseche el voto peronista sin demasiada fuga en la provincia de Buenos Aires. Lo que, sin dudas, irá fragmentado a la próxima elección de medio término será el antikirchnerismo en todas sus ofertas, aunque esto no sea título de tapa ni insumo en las columnas de sus analistas preferidos, a los que el antimacrismo social les resulta invisible a los ojos. «