Luis Caputo fue categórico. En el Congreso del Instituto Argentino de Finanzas, sentenció: «No hay que perderles el respeto a los mercados». Es el mismo ministro que aclaró: «Lo que nos pide el mercado es lo mismo que nos va a pedir el FMI, que además es lo mismo a lo que nosotros queremos llegar». A confesión de parte
El mercado también estuvo presente en las declaraciones de Federico Sturzenegger, titular del BCRA: «La suba del dólar fue un mensaje del mercado que nos ha hecho reflexionar y cambiar algunas cosas», manifestó, para terminar concluyendo que «es nuestra obligación interpretar» ese mensaje que envió el mercado.
El ministro de Hacienda, Nicolás Dujovne, antes de ser ungido en su nuevo papel de «coordinador» del equipo económico sostuvo: «Los programas stand-by tienen metas cuantitativas en lo fiscal, pero no tenemos problemas con eso, porque ya tenemos metas trimestrales en nuestro plan y estamos sobrecumpliéndolas».
Con estas y otras tantas declaraciones, desde el gobierno nacional se intenta instalar la noción de que no hay otra alternativa posible. La idea es que este modelo debe prolongarse en el futuro, sea quien sea quien presida la República. Caputo lo expresó claramente en la reunión en la Cámara de Comercio de los Estados Unidos en la Argentina: «Nosotros tenemos que dar certezas que independientemente del gobierno que esté, los argentinos no vamos a cambiar el camino, nuestras políticas».
El gobierno profundiza su proyecto, pero cada vez surgen más críticas de los diversos sectores. No sólo del lado de la movilización social, ya sea desde el rechazo a los tarifazos, a la represión, o en el 25 de Mayo, con «La Patria está en peligro: no al FMI». También desde sus aliados están recibiendo agudas críticas, ya que mantener la reducción mensual de las retenciones sobre la soja aparece, ante la sociedad, irritativo en el marco del ajuste que se está aplicando a prácticamente todos los sectores, ya que beneficia a una actividad que tiene alta rentabilidad y fue muy favorecida por la devaluación. Por otro lado, «el campo» tiene la ayuda de sus medios habituales, a partir de titulares como el campo tuvo un día tenso, como no vivía desde el kirchnerismo» (La Nación 25/5/18). Potente encabezado para un artículo que se dedica a recolectar todas las críticas y preocupaciones del sector agropecuario, incluyendo aquellos que reclamaron al presidente que se «saque de encima kirchneristas reciclados».
La estrategia del gobierno nacional para enfrentar este difícil entorno fue la convocatoria a un Gran Acuerdo Nacional (GAN). Este acuerdo es simplemente el compromiso para ir a la discusión del Presupuesto Nacional 2019, haciendo los ajustes que exige el FMI. Con este objetivo, no discutible para el gobierno, no se trata de un diálogo. Un verdadero diálogo debería ser una reunión política donde la agenda sea abierta o en la cual la construcción del temario sea producto de un acuerdo. Por ese motivo, estoy convencido de que hay que tener una posición negativa frente a este Acuerdo, aun a riesgo de ser caratulado como no dialoguista.
Aunque se participara del GAN y se propusieran alternativas, la convocatoria no permite generar otra postura que no sea una aceptación de las políticas del FMI. El ministro Dujovne fue explícito: «En la medida en que demos certidumbre sobre el programa, vamos a ver menos volatilidad en el mercado». Una velada alerta: ¿estará diciendo que si no acordamos con el FMI, nuevos episodios de incertidumbre, salida de capitales y aumento del dólar podrían suceder?
Entonces, este acuerdo es como el gran abrazo del oso. Es la ratificación de los dichos de los funcionarios: el FMI, los mercados y el gobierno requieren la continuidad del modelo de ajuste. La prosecución de este objetivo colisiona con las reglas de la democracia, ya que, entre otras cosas, intenta impedir su tratamiento parlamentario: es algo que no se puede permitir, pues va en contra de la defensa de las instituciones de la República, una de las principales promesas que utilizó Cambiemos para conseguir el voto electoral en las elecciones presidenciales de 2015.
Se viene un mayor ajuste
El «ministro coordinador» Dujovne invitó a varios economistas para conocer sus opiniones sobre la coyuntura. La convocatoria no fue muy amplia desde el punto de vista de las ideas que podrían aportar. La mayoría de ellos ha venido bregando por una fuerte rebaja del gasto público como la panacea para resolver los temas económicos: un enfoque que le cae de maravillas al ministro que impulsa la aceptación de los términos del FMI para obtener un desembolso de fondos. Los invitados fueron: Ricardo Arriazu, Miguel Bein, Miguel Ángel Broda, Pablo Guidotti, y Miguel Kiguel. Según relata La Nación (12/5/18), «con algunos matices, (Dujovne) recibió como respuesta casi unánime que la suba de los precios este año quedará a una distancia sideral de la meta del BCRA: la ven por encima del 26% (algunos se estiran a 27%), mientras que el crecimiento, que ya venía amenazado por la sequía, se resentirá y quedaría en un rango de 1,5% a 1,7%». Un pronóstico que había adelantado el ministro de Hacienda: más inflación y menos crecimiento.
No obstante, los funcionarios macristas siguen sosteniendo que la inflación está descendiendo, un ejercicio de absoluta posverdad. También, según La Nación, uno de los participantes del mencionado encuentro sostuvo: «Lo que sí no puede suceder es lo que pasó estos años, que la inflación real es mucho más alta que la meta; el Gobierno va a tener que elegir». Una definición que caracteriza la dureza de los procesos económicos.
En este entorno, cobran mayor vigencia las palabras del actual ministro coordinador, antes de la solicitud de auxilio al FMI: «Este es un gobierno pragmático que vio que en 2016, habiendo heredado desequilibrios, sabiendo del costo social de remover los controles de capitales y dejar flotar la moneda, era muy difícil avanzar rápido con lo fiscal hasta que no se restableciera el crecimiento».
¿Cómo es eso del costo social de remover los controles de capitales y dejar flotar la moneda? En la campaña de las elecciones 2015, nadie de Cambiemos expresó tal costo: más bien, todos eran beneficios interminables. Entonces, ¿fue engañada la sociedad? Muchos de nosotros advertíamos de esos costos, pero se intentó instalar que esa era una «campaña del miedo». Ahora, el ministro de Hacienda lo reconoce con toda normalidad. La pregunta, entonces, aparece con toda naturalidad: ¿cuántas dificultades presentes y futuras nos están ocultando, especialmente ahora que estamos dependientes de los programas del FMI?
La preocupación es mayúscula. Si los funcionarios macristas siguen insistiendo en que la inflación irá en descenso, con las repercusiones en los precios que tendrán la reciente devaluación, los aumentos de tarifas programados y los precios liberados, como los de los combustibles, ¿cómo se lograrán niveles de inflación hacia fin de año compatibles con el 15% o 20 por ciento? Seguro que no será con la arenga a los formadores de precios para que no trasladen a los productos la depreciación de la moneda.
La respuesta es clara pero angustiante: con una fuerte recesión, que atenúe los aumentos de precios porque no hay suficiente poder de compra en la población para validar mayores aumentos. Esta idea del gobierno es una de las tantas que se mantienen cerradas por mil candados, aunque es muy probable que se materialice, en especial con la vuelta del FMI. Los costos sociales serán de gran magnitud, pero los funcionarios macristas seguirán argumentando que «la baja de la inflación favorece a los que menos tienen»: una cínica posverdad para justificar los daños que su programa neoliberal está haciendo a la economía, a las pymes y a la ciudadanía en general. «