Hay un componente importante de sadismo en el gobierno de Javier Milei. No se trata sólo de la falta de sensibilidad por el sufrimiento de sus compatriotas. Hay cierto placer en generar ese sufrimiento.

Al presidente Milei lo que más le importa en este mundo es ganar la supuesta batalla cultural que libra contra todo lo que implique una institución colectiva. Todo lo que no sea un individualismo extremo es considerado socialismo; cualquier institución que implique una colaboración entre los seres humanos; cualquier gesto de sensibilidad por el otro. Es algo que quedó muy claro a mediados de marzo de este año.

El presidente brindó una charla en el Colegio Copello. Mientras disertaba sobre economía, con las cifras estrambóticas que suele inventar para crearse una realidad a medida, un adolescente que estaba a sus espaldas, vestido con el uniforme y parado junto a la bandera, se desplomó al piso. El presidente sólo atinó a mover su peluca y decir: “¿Otro más?”.

Un rato antes se había desmayado otra chica. Era un día de bastante calor y el discurso de Milei era extenso. Lo único que le importó al jefe de Estado fue que esos desmayos provocaron una interrupción en su distracción. En ningún momento miró cómo estaba el chico que se había desmayado. No preguntó si ya estaba mejor. No pidió que le dieran un vaso de agua. Nada. Hizo un comentario sobre los “zurdos”, como si esa fuera la razón de su desmayo.

El lado sensible de Milei, lo único que pareciera despertarle algo parecido a la compasión y la ternura, son las mascotas. Sería mucho mejor como director de un refugio para perros abandonados que como presidente de la Nación. Porque como jefe de Estado tiene que tomar decisiones que afectan a los seres humanos. Y lo cierto es que no le importa cuánto dolor produzcan sus medidas con tal de insistir con su dogma.

La política no es sólo ideología y puja de intereses. La fibra sensible cuenta a la hora de decidir. Debería pesar cuando se decide reducirles los remedios gratuitos a los jubilados; quitárselos a los enfermos de cáncer; pegarles a los abuelos y amenazar a los estudiantes.

Otro ejemplo: Patricia Bullrich disfruta de apalear todos los miércoles al grupo de jubilados que se reúne frente al Congreso para reclamar mejoras. En la marcha universitaria de este miércoles desplegó un operativo que parecía preparado para una guerra urbana. No hubo represión porque la marcha era demasiado masiva y si la policía actuaba podía terminar en un caos.

Bullrich parece disfrutar con la sangre. Carga con el resentimiento político de haber sido parte del gobierno de Fernando de la Rúa y luego del de Mauricio Macri. Ambos fracasaron por impulsar las mismas políticas que ahora ejecuta Milei. La lectura que Bullrich hace de esas dos gestiones en las que participó es que les fue mal por culpa del peronismo. Entonces, para que a Milei no le ocurra lo mismo, hay que reprimir todo lo que sea posible porque así se evita el supuesto “golpe” peronista, que se da en las calles.

El presidente se compara con leones, pero su gobierno parece de vampiros. Son Dráculas. Están plagados de mensajes en los que dañan o se quedan con algo del cuerpo del diferente. Desde tomarse las “lágrimas de zurdo” hasta celebrar que “quedaron como mandriles”.

Dráculas que le chupan la sangre a la población, pero sin el encanto que le pone a la figura del vampiro Bram Stoker en su novela. Dráculas que hacen transfusiones de sangre. Les quitan a los jubilados, los estudiantes, la clase media, para que pase a un puñado de empresas que cobran los servicios públicos, los medicamentos, entre otras cosas, más caros de la región.

Los leones, en cambio, son animales de grupo. Viven en manada. Las leonas tienen un lugar preponderante y trabajan en conjunto para proveer a la manada de comida. En las manadas se cuidan los unos a los otros; comparten el alimento. Eso que Milei llamaría socialismo. No son leones los que conducen en este momento la Argentina. Son un grupo de vampiros conservadores a los que no les importa el sufrimiento del pueblo que gobiernan. «