La tentación de pensar la figura de Eva Perón desde los parámetros del feminismo contemporáneo suele tropezar con un obstáculo insalvable, el del anacronismo, «un pecado mortal», como dice Dora Barrancos, socióloga, historiadora, integrante del directorio del Conicet y una de las grandes referentes de los estudios de género en la Argentina. «Efectivamente, en aquella coyuntura histórica, cuando Evita era Evita, el movimiento feminista era acotado, circunscrito a mujeres de clase media, más bien letradas, y no tenía ni el engarce, ni la proyección, ni el derrame que tiene hoy, en un clima epocal que conciliaba muy poco con las tesis feministas. Y sin embargo, Evita presenta un giro muy interesante, entrañable, diría, respecto de la condición femenina, básicamente en términos de justicia social. Porque la Fundación dedicó la mayor parte de sus recursos a las mujeres y a la niñez, que para Evita eran sujetos fundamentales de la política pública. En cualquier caso, el aspecto sobresaliente es la apuesta de máxima que hizo Evita por las mujeres en el contexto del propio peronismo: la Rama Femenina para movilizarlas y, desde luego, el voto.
–Formulemos, de todos modos, la pregunta anacrónica: ¿era o no era feminista?
–Era una contrafeminista feminista. Las veces que emitió una opinión al respecto, y lo hace en La razón de mi vida, aparece contrariada por esas tesis, asumiendo opciones muy patriarcales, que desde luego provenían de su entorno y del propio Perón. Pero su sensibilidad le permitió hacer todo lo que hizo aun por encima de todo ese montaje patriarcal, y supuso en la Argentina una pulsión extraordinaria hacia una democracia intensa, una pulsión que podríamos llamar feminista, o por lo menos, «feminizada».
–¿Hay un modo «femenino» de hacer política que surge con Evita?
–Yo creo que sí. No sabemos bien qué es «lo femenino». Digamos que Evita nunca abdicó de las características estereotípicas de lo que llamamos femenino, si bien fue adquiriendo una fórmula propia muy ascética, con el rodete y el traje sastre.
–¿Podríamos decir que si Perón personificaba un Estado «masculino», Evita construía un poder «femenino» que fluía en paralelo a los estamentos más rígidos del Estado?
–Bueno, la Fundación era desde el punto de vista jurídico una entidad de bien público no estatal, aunque la pensemos como un brazo del Estado. Es cierto que eso que epocalmente llamamos la «condición femenina», que involucra, por ejemplo, la devoción por el bienestar de la niñez, trae consigo una significación social marcada por el patriarcado, donde lo benéfico parece femenino. Pero lo que hace Evita, en ese marco, es tornar público lo doméstico, y así le otorga otro estatus a las mujeres, las lleva de la cocina a la calle, a la plaza, las saca del ámbito doméstico y las coloca en situación de ágora. No cabe duda de que ahí hay un ejercicio feminista por parte de Eva Perón.
–Su rebeldía de clase, ¿cargaba también una rebeldía de género?
–Hay muchas notas de rebeldía a lo largo de su vida, desde el momento en que se viene sola a la ciudad, también desde el hecho de haberse sentido socialmente ultrajada por la condición ilegítima de su nacimiento. Había que tener agallas para hacer lo que hizo Evita, no importa cuán consciente fuera todo esto, leído desde una matriz feminista. Su voluntad transgresora la coloca en el cauce del feminismo. Mucha gente tiene indeterminación feminista, pero tiene, al mismo tiempo, muchísima irreverencia, insurgencia, insumisión. Y Evita era insumisa. Obviamente, no se la puede entender sin el vínculo con Perón, pero ¿cómo entender a Perón sin su vínculo con Eva? Entonces, desde ese lugar de transgresión, Eva le da un combustible singular al movimiento de mujeres.
–¿Qué piensa de quienes argumentan, hoy, que Evita hubiera estado sin dudas en contra del aborto?
–Son tonterías. Podríamos hacer una apuesta contrafáctica y decir que hubiera estado en contra, pero no podemos pensar así la historia.