¿Cuánto cuestan las cosas? ¿Cuánto deberían costar? ¿Y por qué cuestan lo que cuestan? Los precios de los bienes de consumo masivo están sujetos a múltiples variables, pero una de las más determinantes y menos exploradas por el periodismo es el formidable nivel de concentración que existe en el país tanto en la producción como en la comercialización de los artículos de mayor demanda. Saber cuáles son las grandes corporaciones que, abusando de su posición dominante en la elaboración de productos esenciales, pueden fijar precios arbitrarios y afectar los bolsillos de los consumidores, es una información no menos esencial, sobre todo en el contexto de la pandemia, cuando millones de argentinos deben asistir a comedores y otros tantos que no lo hacen también vieron mermados sus ingresos.
¿Por qué no aparece esta información en los medios que llamamos tradicionales? El principal sostén de esos medios son los grandes anunciantes del sector privado. La tapa de esta edición de Tiempo, que a primera vista remeda el folleto de ofertas de un hipermercado, repasa apenas un puñado de nombres, algunos harto conocidos por el público, otros no tanto, pues se conocen mucho más las marcas que comercializan que las compañías que están detrás. Esas megaempresas ofrecen sus productos en los principales diarios, en la radio y la televisión, y ese procedimiento constituye la matriz de un pacto tácito: de ellas no se habla, se expresan por sí mismas y estrictamente en las páginas de propaganda, en la tanda publicitaria, eventualmente en un PNT (un “chivo”), pero solo allí.
El informe exclusivo que el Centro de Economía Política Argentina (CEPA) realizó para Tiempo entrega dos certezas. Por un lado, como explica el trabajo, es un hecho que “la alta concentración posibilita la consolidación de grandes grupos económicos con capacidad de presión sobre las condiciones del mercado y las políticas económicas”. Si apenas dos empresas controlan el 98% del mercado de las gaseosas, si tres facturan el 90% del aceite comestible que se comercializa en el país, si una sola concentra, con distintas marcas, el 82% de las ventas de jabón para lavar la ropa, es evidente que tienen poder para incidir en los precios de esos productos, y en definitiva deciden qué parte del salario de cada trabajador se va en ellos.
La otra constatación tiene que ver con el derecho a la información. Solo un medio cuyo único compromiso es con sus lectores, ajeno a los condicionamientos (y, por inevitable añadidura, a las connivencias) que atan a la prensa tradicional a los grandes agentes del patrocinio privado, puede dar cuenta de la sensible encrucijada en la que se encuentra una sociedad cuyo sustento, el poder adquisitivo de cada familia, está licuándose, siempre, a merced de un pequeño grupo de empresas oligopólicas.