Otro explosivo y locuaz arrepentido fue Claudio Uberti, aceptado como «imputado colaborador» por el fiscal Carlos Stornelli y cuyo acuerdo fue homologado por el juez Claudio Bonadio. El extitular del Órgano de Control de Concesiones Viales (Occovi), que estaba bajo la órbita del Ministerio de Planificación durante la gestión de Julio De Vido realizó confesiones que ocuparon los principales títulos de los medios, pero también otras que fueron prolijamente camufladas. Uberti declaró que supo de aviones que volaron hacia Santa Cruz con dinero en efectivo, que Néstor Kirchner y Cristina Fernández estaban al tanto de todos los movimientos y que se enteró de bóvedas, valijas y bolsos en los más íntimos lugares del domicilio de ambos. Además, aseguró que Techint abonó sobornos. Pero en su confesión, también especificó que él era responsable de «recaudar coimas de las empresas de corredores viales». Una de las principales empresas del llamado «Club del Peaje» es Autopistas del Sol (Ausol). La familia Macri fue una de las accionistas de Ausol durante más de dos décadas y la venta de sus acciones en 2017 se produjo bajo la sospecha de que las sucesivas autorizaciones que le otorgó el gobierno para aumentar los peajes le permitieron mejorar el precio.
Basados en el cuestionable método que habilita la llamada «Ley del Arrepentido», por confesiones iguales o menores que estas, Bonadio y Stornelli ordenan detenciones, imputaciones o –de mínima– llamados a indagatoria. El presidente y su padre no fueron ni invitados a saludar al quinto piso de Comodoro Py, Angelo Calcaterra goza de la libertad facilitada por su «arrepentimiento», bajo el cual declaró que sólo hizo aportes para la campaña electoral del kirchnerismo. Una versión absolutamente contraria a la de Carlos Wagner.
Para algunos, es llamativo que los periodistas y comunicadores que reclaman un «Lava Jato hasta el final», es decir, un megaproceso judicial como el brasileño que vaya contra todos los responsables y que produzca una «regeneración institucional», ni siquiera nombren estas «pistas».
Si conocieran el marcado sesgo y la arbitrariedad de la causa llevada adelante en el país continente, se darían cuenta de que no es tan sorprendente.
Estos grises no indagados, ni investigados de las declaraciones de Wagner o Uberti, no niegan la verosimilitud del festival de sobornos y coimas que tuvo lugar en estos años (en algunos casos demostrado con pruebas consistentes). Simplemente dan cuenta de la farsa que significa pretender que el nacimiento de una nueva Argentina venga de la mano de los más viejos representantes de la patria contratista. «