Con frecuencia aparecen libros que enseñan a enseñar. Por lo general, están destinados a que los padres puedan explicarles a los chicos algunos temas difíciles como el nacimiento, el sexo y la muerte. También existen publicaciones destinadas a que los chicos entiendan qué fue Auschwitz, aunque hay horrores como ése que tampoco los adultos pueden explicarse a sí mismos. La prestigiosa historiadora francesa del psicoanálisis Élizabeth Roudinesco, publicó en 2015 un libro de ese tipo, pero con un tema que, hasta el momento, no parecía figurar en la lista de los que deben ser explicados a los chicos, adolescentes y jóvenes: el concepto de inconsciente.
Editado por Libros del Zorzal, con traducción de Agustina Blanco y con el título El inconsciente explicado a mi nieto, el texto acaba de aparecer en Argentina. Es probable que quienes no frecuenten el psicoanálisis ya sea como aficionados, profesionales o pacientes se pregunten sobre la pertinencia de explicar un concepto tan específico a un chico o a un adolescente. Sin embargo, la teoría freudiana, una de las revoluciones intelectuales más importantes del siglo XX, ha permeado en la vida de todos, incluidos los chicos, aunque esto pase inadvertido. Entre otras cosas Sigmund Freud señaló cuál es la importancia de la infancia y en qué medida el pasado infantil se hace presente en la vida adulta. Por otro lado, el concepto de inconsciente está tan internalizado en la mayoría de la gente que se lo considera como algo casi de orden natural sin reparar en que fue Freud el que postuló su existencia. Lo traicionó el inconsciente es una frase que se escucha con frecuencia cuando alguien se equivoca, porque se ha asumido que el inconsciente aflora en el lapsus, en el error. Otro tanto sucede con los sueños: son muchos los que tratan de desentrañar cuáles son los mensajes cifrados que contienen.
Pese a todo lo dicho, a la hora de definir la noción de inconsciente, no resulta tan sencillo hacerlo. ¿Se trata de una mera postulación teórica o tiene una existencia real en nuestra mente? ¿De qué manera y en qué medida determina nuestras vidas? ¿Tiene una localización en el cerebro? Roudinesco contesta a éstas y muchas otras preguntas y hace que su libro resulte esclarecedor no sólo para los chicos, adolescentes y jóvenes, sino también para todos aquellos que se interesan en el tema y desean precisar el concepto. No es un dato menor que haya dedicado su libro a Lucie (11 años), Ninon (8 años, Karine (9 años), Émile (11 años), Vitya (11 años) y Gabriel (13 años), quienes aceptaron responder a mis preguntas y transmitirme su concepción del inconsciente, el sueño, el cerebro y la sexualidad.
La dedicatoria indica que el libro ha sido pensado, redactado y probado entre aquellos que se encuentran entre sus destinatarios fundamentales a través de la explicación que puedan darles los adultos. La historiadora del psicoanálisis utiliza metáforas muy gráficas para explicar una noción que puede resultar demasiado abstracta. Por ejemplo, ante la pregunta sobre qué es exactamente el inconsciente, responde: El inconsciente se parece a un iceberg. Ya sabes, esas montañas de hielo que aparecen como por encima del mar, cerca de Polo Norte: un bloque helado a la deriva, puntiagudo, fornido, biselado o erosionado. Imagina por un instante ese hermoso objeto inerte, cuya mitad está inmersa en las profundidades del océano, mientras que la otra navega por la superficie del agua. Ambas mitades son iguales: la parte invisible es más importante que la parte visible, y también más peligrosa porque permanece oculta. Todos los navegantes lo saben. Temen muchísimo más aquello que está escondido que aquello que resulta aparente. Eso es el inconsciente, la parte sumergida de la montaña blanca, compuesta de varios pisos, con trincheras, pasarelas, laberintos. Podemos compararla con una casa flotante de la cual no logramos definir el contorno, pero cuya presencia intuimos.
En su vida profesional Roudinesco fue relevando las preguntas que le hicieron acerca del inconsciente y también las que ella misma formuló, tal como se evidencia en la dedicatoria. Esas preguntas son las que le confieren la estructura al libro que está escrito a modo de diálogo entre un chico o adolescente curioso, su supuesto nieto, y una profesional que explica una teoría compleja utilizando metáforas y recurriendo a todos los elementos que sirvan para clarificarla, desde figuras míticas a películas, cuadros y poemas. El recurso es acertado no sólo porque permite poner el inconsciente en un terreno más concreto, sino también porque la literatura y el arte tienen una importancia fundamental en la propia teoría freudiana.
Uno de los puntos más interesantes del libro es el referido a la localización del inconsciente. Hace muchos años, un célebre neurocirujano de nuestro país aseguró con soberbia que el inconsciente no existía porque él había operado muchos cerebros y no lo había encontrado en ninguno. Roudinesco se dedica a esclarecer este punto que suele ser objeto de burla por parte de quienes sólo le otorgan valor a lo tangible, a lo que se puede ver y tocar. el inconsciente es una abstracción, es decir, una representación de la mente: lo pensamos, lo sentimos, lo construimos, pero no podemos verlo, tocarlo ni capturarlo. Y por eso no puede ser únicamente cerebral. En realidad, no vive en ninguna parte, pero sí se manifiesta, se expresa. Está envuelto por la consciencia, que tampoco vemos. El inconsciente agrega- no se esconde en el cerebro, pero existe gracias a él.
El libro de Roudinesco tiene el mérito adicional de romper con la división maniquea entre buenos y malos absolutos porque la oscuridad interior alcanza a todos. Además, logra transmitir con claridad hasta qué punto es la cultura la que nos impide realizar nuestros deseos más oscuros, llevar a la práctica nuestras pulsiones destructivas tal como lo explicó el propio Freud en «Acerca del malestar en la cultura». El inconsciente de todos tiene una parte oscura e inconfesable que está acotada por la adaptación social, pero que nunca deja de acosar a todos, incluso a quienes son considerables seres bondadosos, solidarios e inofensivos.
Al mismo tiempo, aclara que, así como no podemos ser juzgados por nuestros deseos más destructivos, el inconsciente tampoco puede ser utilizado como excusa de la realización de un acto aberrante. No se puede dice Roudinesco- tomar un pretexto del inconsciente para diluir la conciencia y reducir la responsabilidad de cada uno. En su explicación de este punto llega incluso a lo que se planteó en el Código Penal francés en 1810 cuando los psiquiatras y los juristas decidieron distinguir a los locos criminales de los criminales conscientes.
La pregunta del chico al que le habla no se hace esperar: ¿Dónde colocarías a los terroristas que invocan una religión, como los que mataron a tus amigos de Charlie Hebdo en enero de 2015? Ella contesta que los considera fanáticos pero no locos, porque tienen plena conciencia de lo que hacen.
El libro aborda en un lenguaje sencillo pero muy preciso, desde el maltrato animal a la zoofilia, desde el nazismo a la pulsión de muerte que subyace en él. En su recorrido echa mano de cuentos infantiles que, como algunos de los hermanos Grimm entre los que Caperucita es un relato paradigmático- hasta hace un tiempo eran considerados nocivos para los niños por la violencia que desplegaban, pero que, vistos desde otra perspectiva, son reveladores de la crueldad con que puede toparse un chico a lo largo de su vida y pueden servir para ayudarlo a elaborarla y metabolizarla.
Roudinesco enseña por lo menos dos cosas fundamentales. La primera es que los chicos son seres curiosos que formulan preguntas a las que es necesario contestar sin eufemismos, pero sí con un lenguaje que puedan comprender. La otra es que no existen los temas tabú o poco adecuados para ellos. Por el contrario, las buenas respuestas generan en los más chicos nuevas preguntas y estimulan la curiosidad, origen de todo conocimiento.