Hay diferentes criterios para armar un gabinete presidencial, y todos nos ayudan a definir el estilo de una gestión. Los ministros nos hablan acerca del gobierno y de su líder. El primer gabinete de Alberto Fernández surgió del diálogo entre una vicepresidenta con demasiado peso propio y un presidente electo de ascenso meteórico que necesitaba afirmar su jefatura ante la sociedad. El resultado de esa combinación fue un equipo de gobierno en el que predominaban los colaboradores directos, tanto de Alberto como de Cristina Kirchner, y escaseaban las figuras con perfil propio. Eso no es necesariamente bueno, ni malo: es una fórmula política que respondió a un contexto dado. Pero después de las PASO del 12 de septiembre, aquél contexto inicial cambió. El 48% de los votos se convirtió en un magro 30%, el número más bajo de la historia del justicialismo, que movió la estantería de todas las certezas. La presunta discusión privada entre presidente y vice que tuvo en vilo al país demostró que con ellos ya no alcanzaba. Y por eso el presidente armó un nuevo gabinete con más musculatura propia: para tener un punto de apoyo partidario por fuera de la fórmula presidencial.
Tanto Manzur, tal vez el único ganador del domingo pasado, como Aníbal Fernández, Julián Domínguez y otros incorporados, tienen trayectoria propia y están más identificados con el peronismo como partido que con sus liderazgos circunstanciales. Eso ayuda al gobierno a salir del fantasma de la crisis de gobernabilidad e inaugura una etapa del gobierno con relaciones más fluidas con los gobernadores, intendentes y sindicalistas que forman parte del oficialismo. Un gabinete con más fortaleza y perfil peronista puede ayudar mejor a los gobiernos provinciales y locales, empezando por los propios. En Seguridad, Educación y otras áreas en las que hubo reemplazos, los gobiernos provinciales del FdT se quejaban de un gobierno nacional que no los atendía apropiadamente; podemos presuponer que esa dificultad se superará a partir del lunes.
En Cancillería, mientras tanto, ocurrió lo contrario: un dirigente de trayectoria como Felipe Solá fue sustituido por uno más joven, Santiago Cafiero. Pero acá el mensaje es otro. Cafiero es Alberto Fernández y su presencia ahí dice que toda la política exterior será controlada por el presidente, en momentos en los que se intenta tender puentes más fluidos con la administración de Joe Biden. La buena relación con Washington, además de ser estratégica cuando la Argentina continúa negociando con el FMI, se presentó como una oportunidad gracias al cortocircuito presente entre Biden y Bolsonaro. El presidente brasileño considera que su par estadounidense es ilegítimo, que el verdadero ganador de la elección fue Donald Trump, y así se lo hizo saber a Jake Sullivan en la reunión que mantuvieron en Brasilia meses atrás. El factor Bolsonaro transformó súbitamente a Buenos Aires en el interlocutor más amigable de Washington en el Cono Sur, y Alberto Fernández seguramente no quiso desaprovechar esa puerta abierta designando a alguien sospechado de cristinista.
Quedó intacta la gestión económica, ya que los organigramas de Economía, Desarrollo Productivo, Banco Central, AFIP y ANSES sobrevivieron sin cambios. Esto admite al menos dos lecturas: o todo fue reconfirmado o hay cambios por venir que fueron postergados para después de las elecciones de noviembre. La advertencia pre-electoral de Cristina era sobre el deterioro de las condiciones socioeconómicas; cabe preguntarse, entonces, si ella cree que estos cambios permitirán al FdT sobrellevar mejor el desafío electoral. ¿Se votará con un gobierno unido, relanzado después de la escena de la crisis o las elecciones se reprovincializarán, dejando en manos de cada jefe político provincial la responsabilidad de remontar las derrotas? Esa es la pregunta política más interesante y el timing de la respuesta también. Porque en términos de espectáculo político, ahora el gobierno juega con las blancas. Durante las PASO, la oposición concitó toda la atención pública. El “renunciamiento histórico” de Patricia Bullrich, la mudanza de Vidal, el paso de Manes, la interna entre “halcones” y “palomas”, el parricidio de Macri: Juntos por el Cambio fue como una serie de Netflix, rebosante de personajes y giros inesperados, en comparación con la aburrida unidad del FDT y sus cabezas de lista subordinados a la Casa Rosada.
Pero se acabó la temporada de la interna de JxC, ya se resolvieron las intrigas principales, y ahora la telenovela del FdT es la que capturó todo el rating. Arrancó con la dramática ruptura entre Alberto y Cristina, las cartas y los audios filtrados, la intriga sobre el naufragio del peronismo, el retorno a escena de villanos queribles como Aníbal o Manzur el machirulo… y la grieta. La segunda temporada del Frente de Todos ya tiene mucho para contar y se recomienda un guión a fuego lento, con la remontada doble de la gobernabilidad y la intención de voto como historias de fondo, para culminar con el episodio final del abrazo fraternal de los Fernández a poco de la votación. «