La Abuela se enojó y pidió que a la nueva nieta no le digan más la 129. «Es una persona y tiene familia», se quejó frente a todos. Pero Carlos Solsona, el padre de la mujer que restituyó su identidad en estos días, opinó que para él estaba muy bien llamarla así porque ese número es la medida del éxito de las Abuelas de Plaza de Mayo. «El número indica que hay un 130 y que se lo va a seguir buscando y que va a aparecer. Y que lo sepa todo el mundo: esto no se puede parar», explicó Solsona a Tiempo.
Una semana después de anunciar el hallazgo de su hija, acompañado por su hijo Marcos y junto a Estela de Carlotto, las Abuelas y otros nietos que restituyeron su identidad, Solsona contó que espera encontrarse con su hija y que pone una vez más a prueba su paciencia, de la que ya dio muestras durante 42 años. «Cuando uno busca un hijo o una hija la va a buscar hasta que lo encuentre o hasta que se muera. No hay otra posibilidad.»
Durante cuatro décadas, los efectos del terrorismo de Estado de la dictadura cívico-militar lo separaron de su hija. Hoy apenas lo separa un océano. Ella, que iba a llamarse Soledad si nacía mujer, vive en España con su pareja y sus hijos. Acaba de conocer la verdad: que él es su papá, que Norma Síntora fue su mamá, que tiene un hermano mayor llamado Marcos y otro menor, Martín. «Estaba a la expectativa de algún hermano y lo tuvo. Cuando supo que tenía también un padre, se conmocionó», contó Carlos.
–Ya pasaron varios días desde la noticia de la nieta 129. ¿Cómo continúa el proceso?
–Lo que sigue es el contacto personal. Eso todavía no ocurrió, pero está todo en marcha y está muy bien encaminado para que ocurra. Acá se sacudieron todos los zapallos en el carro, como decían en mi pueblo. Ahora viene el reacomodo que se hace con la mejor de las intenciones. Lo que yo tengo que hacer es poner mi paciencia a disposición, pero creo que ya la tengo probada, así que no hay problema. En los aspectos personales del trato y de la relación viene todo excelente, mejor de lo que yo hubiera pensado. Estamos todos muy contentos en los dos lados del océano. Es algo muy positivo, porque nos va ayudar a superar las vallas que quedan, que son todo lo que se pueda uno imaginar de una persona que tiene 42 años, con su familia, trabajo, una vida hecha, y que ahora se entera que tiene un apellido que no es el que le correspondía. Y que tiene hijos a los que deberá hacer entender la historia y que, por suerte, tiene el apoyo de su compañero.
–Estamos frente a un hecho poco común: no es habitual que los nietos se encuentren con un papá…
–Eso también fue un shock para ella. Supongo que cuando fue a Abuelas y empezó a sospechar de su origen imaginaría que podría encontrar algún abuelo, aunque supondría que habrían muerto por la edad. Estaba a la expectativa de algún hermano y lo tuvo. Luego supo que tenía también un padre y eso la conmocionó. «Buscabas un hermano y encontraste un hermano y un peludo de regalo», le dije yo y a partir de ahí empezamos a romper el hielo de esta cosa que es dura de asimilar para ella. Pero desde el punto de vista humano, afectivo, sentimental, viene todo muy bien.
–¿Cómo es la historia de la separación con su hija?
–Con Norma militábamos en Córdoba. Vivíamos ahí. Nos conocimos e hicimos toda nuestra experiencia política. A fines del año ’76 el PRT designó a compañeros para salir al exterior para hacer tareas políticas y yo estuve en ese grupo. Mientras tanto, para seguridad de Norma y para tener un parto seguro que estimábamos para mayo, dejamos coordinado su traslado a Buenos Aires para atenderse con médicos y enfermeras que nos apoyaban. Posteriormente se iba a reunir con nuestro hijo mayor que estaba con los padres de ella. En ese contexto Norma fue secuestrada. En mayo del ’77 cayó prácticamente todo lo que quedaba de nuestra organización. Hubo una serie de secuestros y operativos masivos y perdí todo el contacto con Norma. Poquitos días antes habíamos resuelto sacar a todos los compañeros que quedaban en Argentina, pero no nos dio el tiempo.
–¿No supieron más nada de ella?
–No. Norma fue detenida en la casa de unos compañeros. Los testimonios de los vecinos describen que sacaron a una mujer con un embarazo adelantado. Pero no logramos saber más nada, ni siquiera del grupo de tareas que estaba operando. Todo indicaría que fue llevada a Campo de Mayo donde existía la maternidad, pero no hay pruebas de ella ni de los otros dos compañeros.
–¿Desde ese día sólo quedó la búsqueda?
–Son 40 años de búsqueda, de seguir cualquier pista, de recurrir a todos los organismos. La primera denuncia la hice cuando pude volver a la Argentina en el ’84 u ’85. Cuando regresé, la primera urgencia fue restablecer el contacto con mi hijo Marcos que tenía 9 años y prácticamente no me conocía. Le conté lo que había pasado y él lo asumió con una madurez increíble. A partir de entonces empezamos un camino que caminamos juntos. Pero por ahí pasaban cinco o seis años en los que no había nada para investigar. Y quizá lo que aparecía era débil o parecía sólido y te chocabas con callejones sin salida.
–Pero no fue un camino solitario…
-Lo que siempre hubo fue una enorme solidaridad de la gente. Se conmocionaban, me decían: «¡Usted está buscando un hijo!». Y buscaban información, se ocupaban. Hubo una enorme solidaridad a nivel del suelo, donde nos movemos los ciudadanos de a pie. Y por otro lado, cuando uno busca un hijo o una hija, lo va a buscar hasta que lo encuentre o hasta que se muera. No hay otra posibilidad. No se puede abandonar por nada. Por eso aprovecho cada oportunidad para pedir a los compatriotas que sigan aportando su ayuda, porque quedan cientos de casos por resolver. Hay que darles todo el apoyo porque pasan los años y la mochila se va poniendo pesada. Nos vamos poniendo viejos y, aunque la mayoría de los abuelos no están, están los hermanos y los primos. Esto lo han disfrutado millones de personas y me lo han hecho saber.
–¿Por sobre lo personal, qué significa haber hallado a la nieta 129?
–El número indica que hay un 130 y que se lo va a seguir buscando y que va a aparecer. Y que lo sepa todo el mundo: esto no se puede parar. Ni siquiera con nuestra desaparición física. El impacto que tiene demuestra que no lo van a detener, que lo van a seguir los hijos, los hermanos, los nietos. Que sepan los que tienen que ocultar algo que no lo van a lograr, que no se hagan ilusiones porque los casos que faltan se van a resolver. Será hoy, mañana o no sé cuándo, pero va a ocurrir. «