Baby Etchecopar es un odiador profesional. Su show de misoginia, xenofobia e intolerancia alimenta al enano fascista que late en las entrañas de los sectores medios aterrados. Argentinos que ven cualquier alteración del orden como una amenaza. Se entiende entonces por qué el animador pendenciero eligió como nuevo blanco de su odio a las mujeres, artífices de una revolución.
Hartas de los discursos que estimulan la violencia machista, un colectivo de mujeres periodistas se propuso ponerle un freno a los ataques con la proclama #StopEtchecopar. En el texto se advierte, sin embargo, que como suele ocurrir con los chanchos, el problema no es Etchecopar: son las audiencias que retroalimentan su mensaje. Y lo multiplican.
Basta repasar las réplicas a la proclama en redes sociales para verificar que en la Argentina los odiadores son multitud. El fenómeno es global (en el mundo se los conoce como «haters») pero que sea un mal de muchos no es consuelo. Al contrario: el crecimiento de los grupos neonazis en Europa o la proyección electoral del fascista Bolsonaro en Brasil, por citar dos casos, deben funcionar como advertencia de lo que puede ocurrir cuando el debate político –que en su versión más honesta es enfático, apasionado y visceral– muta en odio.
Lejos de inocular un antídoto, el gobierno esparce el veneno por puro cálculo político. Lógico: sin logros propios para exhibir, el principal activo electoral de Cambiemos es «la grieta» que hace casi tres años depositó a Mauricio Macri en la Casa Rosada.
Así las cosas, centenares de trolls –rentados y amateurs– adscriptos al oficialismo se dedican a diario a fustigar y agredir a todo aquel que exprese una crítica a las políticas oficiales. Eso sí: atacan en nombre de la república, la concordia y la pluralidad.
No sólo hay odiadores afines a Cambiemos, está claro, pero la responsabilidad de preservar el derecho a la crítica siempre es mayor para quien está al comando del Estado. No es lo que ocurre.
Existen serias sospechas sobre el uso de recursos públicos destinados a financiar ataques coordinados en redes sociales. Pero la campaña ya trascendió el mundo virtual: esta semana la docente Corina de Bonis fue secuestrada y atacada por un grupo de tareas que le reprochó llevar adelante una olla popular en la escuela de Moreno donde hace algo más de un mes murieron sus compañeros Sandra y Rubén.
Aún no se sabe quiénes fueron los autores del ataque a Corina, como tampoco se sabe nada sobre el origen de las amenazas que desde hace dos años martirizan al titular de Suteba, Roberto Baradel, y a otros dirigentes docentes, uno de los sectores más estigmatizados y atacados por el coro de voceros oficiales.
La sugestiva impunidad de esos actos son un estímulo para que los odiadores profundicen su faena. «