El planificado viaje de Ricardo Lorenzetti a España para asistir a una reunión de jueces y la sorpresiva licencia de Elena Highton de Nolasco para evitar compartir ese avión no impidieron que la Corte Suprema, a contramano de lo que se había anunciado, celebrara su acuerdo semanal. Juan Carlos Maqueda, Horacio Rosatti y Carlos Rosenkrantz se reunieron para firmar diez fallos: seis sobre honorarios de abogados y cuatro por «cuestiones de competencia». Nada relevante ni urgente, pero por impulso de Maqueda, decidieron dar una muestra de que, pese a la crisis causada por el 2 x 1, el Tribunal sigue adelante. El objetivo no se logró. Se pretendía enviar un mensaje a la sociedad, pero nunca llegó. El acuerdo del martes pasado se conoció casi de casualidad y después de que se anunciara que no habría reunión hasta el 23 de mayo.
Todos le restan simbolismo al acuerdo. Pero algo significó que con el presidente y la vice de la Corte afuera por distintas razones, los demás tomaran decisiones. Menores, es cierto, pero ¿habrá sido un aviso sobre futuras posibilidades de resolver cuestiones más trascendentes?
Con diplomacia y buenos modos, las grietas en la Corte son cada vez más claras. Lorenzetti está enojado con Highton porque su postura en el 2 x 1 derribó de un plumazo la construcción de lo que él creía que sería su legado: la defensa de los Derechos Humanos. Lorenzetti veía ahí la marca indeleble de su gestión, su llave de acceso a varias páginas de la historia.
Highton pudo haber acusado una gripe y un consejo médico para no viajar a España con Lorenzetti, pero prefirió resaltar las diferencias. Su pedido de licencia cayó mal en el cuarto piso del Palacio de Tribunales.
Lorenzetti también desconfía del «eje Carrió-Rosatti». El exministro de Justicia de Néstor Kirchner llegó a la Corte impulsado por la socia de Mauricio Macri en Cambiemos. Hay conductas, reuniones y actitudes que al presidente del Tribunal no le cierran. Lo tranquiliza que el fallo del 2 x 1 dejó a Rosatti, uno de sus firmantes, por el momento sin posibilidad de discutir poder de igual a igual.
Maqueda («un político que trabaja de juez», como se define) y Rosenkrantz pivotean en esa ciénaga, con éxito disímil, por cierto.
Para el futuro de la Corte, lo más grave es que no hay camino de salida, ni de regreso, del fallo que favoreció a represores de la última dictadura. La decisión de «correr vista» a todas las partes para que opinen sobre los casos similares al que ya se resolvió fue una forma de patear el tema para adelante. ¿Para postergar la salida de condenados de las cárceles? No, para ganar tiempo para buscar un argumento que les posibilite salir del atolladero.
No lo será la nueva ley que limita la aplicación del 2 x 1. Esa norma está hoy más cerca de ser declarada «inconstitucional» que de su aplicación. En el mediano y largo plazo (en el corto nada cambiará) se insinúan dos posibilidades: que renuncie uno de los tres jueces que conformó mayoría y el que lo reemplace revierta el criterio fijado en el «Fallo Muiña», o bien que el Tribunal vuelva, por decisión política, a tener siete miembros y los dos que se incorporen armen con Lorenzetti y Maqueda una nueva mayoría. Son estrategias a largo plazo. En el entretanto, para evitar excarcelaciones masivas de torturadores, la única posibilidad parece ser la aplicación de una vieja doctrina de Tribunales: sentarse sobre los expedientes y dejar que el tiempo pase. «