El anuncio de que los países BRICS decidieron abrirle las puertas a seis naciones del Sur Global, en otras circunstancias, no hubiera causado demasiada bulla. Pero cuando se supo que entre ellas estaba Argentina, todos, propios y ajenos, quedaron a contrapierna. Ni el gobierno tenía tan seguro que la prometida gestión de Lula da Silva y Xi Jinping diera sus frutos, y las señales de los días previos no eran demasiado alentadoras. Luego, así como en la oposición estuvieron lerdos para prever que la carambola pudiera darse, respondieron veloces para cuestionar con su gastado Manual de Rechazo a todo lo que un gobierno intente hacer a favor de una política exterior autónoma.
En fila, Javier Milei y Patricia Bullrich prometieron en el altar del Council de las Américas que si ganaran la elección presidencial retirarían al país de ese club en el que hay países poco democráticos, con gobiernos autoritarios o que auspician el terrorismo. La respuesta al anuncio era tan obvia y el escenario tan intrincado que incluso en estas páginas se llegó a dudar sobre la posibilidad de que en Johannesburgo los líderes de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica incluyeran a la Argentina, porque podría entenderse como una movida política inconveniente ante la inminencia del comicio.
Lo concreto es que a partir del 1° de enero de 2024 el país ingresa en una organización en la que tiene mucho más para ganar que para perder. No sólo porque nuclea al 46 % de la población mundial, ocupa en conjunto el 30% del territorio del planeta, contribuye con el 37% del PBI total y explica el 50% del crecimiento económico del último año y además ahí están los principales socios comerciales de Argentina.
También porque allí están las potencias destinadas a liderar el mundo en este siglo. Tengamos en cuenta que el acrónimo fue un invento de un economista estrella, Jim O’Neill, que en ese entonces trabajaba para la banca Goldman Sachs. Era el año 2001 y el inglés hizo una evaluación sobre los países que creía iban a marcar la cancha en el siglo que nacía. Brasil, Rusia, India y China le dio una sigla que fluía casi naturalmente y le abrió la cabeza a las elites involucradas. Pareció un juego, pero luego creció con la llegada de Sudáfrica en 2011 y ahora Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto, Irán, Etiopía y, claro, Argentina. Ya no da para acrónimos razonables, y se quedó por ahora en BRICS+.
En este nuevo equipo de once se concentra una vieja aspiración de Cristina Fernández, que el año pasado repitió Alberto Fernández y que en 2018 Mauricio Macri –eran otros tiempos– se podría decir que no se atrevió a manifestar. Pero también una expresión si se quiere provocativa de Xi, que después de haber logrado sentar a una mesa a Irán y Arabia Saudita al cabo de décadas de enfrentamientos, los suma a un team que junto con Emiratos y Rusia tiene el 80% de las reservas de petróleo y gas del mundo.
Por si no alcanzara para ver la jugada completa, al sumar a Irán y Emiratos libera de tensiones el estrecho de Ormuz, por donde circula el 20% del petróleo y el 35% del comercio del mundo. Y además incorpora a Egipto, que en el canal de Suez tiene uno de los pasos más estratégicos más importantes de la Tierra, por donde cruza el 10% del comercio y el 7% del petróleo.
Otra más: amigar a los sauditas con los iraníes es el principio de la solución para la guerra civil en Yemen. Agregar a Etiopía apunta hacia el camino que conduce al estrecho de Bab el Mandeb. La otra punta del Mar Rojo, que desemboca en Suez. «