Durante el papado del polaco Karol Woytila, el escritor francés Roger Peyrefitte y otros distinguidos blasfemos se divirtieron ventilando las intimidades de los pontífices y demás habitantes del Vaticano. Nadie se salvó, ni quienes llevan sus días en Domus Santa Marta, como Francisco o en el Mater Ecclesiae, en los jardines vaticanos, donde Benedicto XVI y su séquito vivieron los últimos diez años. Además de desnudar las intimidades, Peyrefitte y sus pares extendieron las críticas a las internas por el poder que se libran en el Vaticano, al que definieron como “un verdadero nido de ratas”, el “serpentario romano”. El mote persiste y parece haber reverdecido ahora que el papa argentino tomó ciertas medidas antipáticas para los privilegiados de siempre, que sueñan con anticiparle la renuncia.
Tras haber reducido un 10% el sueldo de los obispos y los cardenales, con la encomiable causal de preservar la fuente de trabajo y los salarios del personal civil de la Santa Sede (la decisión se remonta a marzo de 2021 y enardeció a los sectores golpistas, en especial en España), el papa arremetió ahora contra uno de los privilegios más oprobiosos. Ordenó a toda la jerarquía que desde este invierno boreal -ya- pague el alquiler de las viviendas situadas dentro y fuera del complejo papal. La “rescriptum” que da cuenta de la medida se exhibió casi ostentosamente en el patio central del Vaticano y dice que el papa ordenó a las jerarquías que hagan “un esfuerzo para destinar más recursos a la misión evangelizadora, aumentando también los ingresos procedentes de la gestión de los bienes inmuebles”.
Después de saber desde la adolescencia que, al igual que los militares cuando ingresan a los cuarteles, al optar por estudiar en el seminario tienen garantizada una salida laboral con casa y comida gratis, Francisco los enfrenta a la realidad de ser en este mundo personas como todas. El papa, que por su insistente denuncia sobre los daños causados por las políticas neoliberales –pobreza, hambre, destrucción de conquistas sociales y laborales, deterioro de los programas de salud– se ganó enemigos entre los sectores del poder y la política, dijo ahora que “un contexto económico como el actual, de particular gravedad, exige la solidaridad compartida”.
Las presiones para que Francisco renuncie –expresadas con sutiles versiones o rumores de prensa, que en todo el mundo los hay– no cesan desde su arribo al Vaticano y encuentran ahora otro disparador con la publicación de Nada más que la verdad. Mi vida junto a Benedicto XVI (Nient’altro che la veritá), un libro del arzobispo alemán Georg Gänswein, secretario de toda la vida del papa anterior. Gänswein, autor del texto que en nada envidia a los libelos que describen las amoralidades de las alcobas reales europeas, agrandó la grieta existente en la curia, justo cuando el sector ligado a la ultraconservadora Comunión y Liberación tira leña al fuego, acusando a Francisco de provocar “un estado de shock” que “le partió el corazón” y apresuró la muerte de Benedicto. Todo porque ordenó la reducción al mínimo del uso del latín en la misa y las demás actividades públicas de la Iglesia.
Hay ciertos números de la economía vaticana que permanecen guardados bajo siete llaves –“en nosotros mismos están esas siete llaves, cada parte de nuestro cuerpo puede ser una llave con la que se puede abrir y descubrir un aspecto fundamental de la Biblia”, aprenden a repetir quienes como monaguillos se acercan por primera vez a la Iglesia–, entre ellos el número de sus bienes materiales o el salario de sus obispos. Se sabe que no hacen aportes previsionales, que cobran sus sueldos hasta el último día de sus vidas y que tienen fácil acceso al economato (alimentos buenos y baratos), medicamentos gratis y hasta nafta sin costo para sus 4 x 4. No se sabe, sin embargo, cuánto cobran, aunque serían entre cuatro y seis mil dólares al mes.
El portal Infovaticana.com, que opera como una colateral del partido nazi español Vox y tiene entre sus lemas “Mientras Benedicto fue innovador, Francisco supone un retroceso”, encabeza desde Madrid los ataques al papa argentino y la defensa del bolsillo de los dignatarios que desde ahora tienen la terrenal obligación de pagar los alquileres de las mansiones en las que habitan junto con una legión de sus sirvientes, mujeres célibes, claro. Hasta hoy era gratuito disfrutar de un departamento de 250 metros cuadrados con vista al Palacio Real, ornado con frescos del siglo XIV y objetos no menos antiguos, de incalculable valor. Infovaticana.com defiende ese status: “El uso de una vivienda gratuita –dice– es parte de la retribución y como tal se debe considerar. Si se anula, se reduce el salario, y si además se hace pagar por ello a precios de mercado, se vuelve a la esclavitud”. Ergo: Francisco es un esclavista.
La decisión tomada por Jorge Mario Bergoglio el 13 de febrero pasado dice expresamente que las normas afectarán a los cardenales, jefes de dicasterio (departamentos especializados de la curia romana), minutantes (servicio de inteligencia del Vaticano), todos los altos cargos de la Santa Sede, los visitantes que se alojan en el Domus Santa Marta y lo ocupan como si fuera un hotel, pero gratuito, y los miembros del Tribunal de Roma Rota. Y aquí toca los intereses –“el bolsillo” dice Infovaticana– de los más poderosos habitantes del territorio papal, pero con jurisdicción global: el Tribunal de Apelaciones (la Cámara de Casación argentina), que es el status más alto después del Tribunal Supremo de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Francisco también tocó los intereses, y el ego, del supremo aparato judicial de la Iglesia Católica. «