Desde la crisis económica del año 2001 hasta la fecha, se crearon cientos de cooperativas que se hicieron cargo, ante la crisis o cierre de la empresas, de llevar adelante la producción y la gestión con el objetivo de preservar los puestos de trabajo. La mayoría comenzó con maquinaria e instalaciones obsoletas, sin capital, con las cadenas comerciales rotas y con necesidades por parte de los asociados de todo tipo.
Aun así, la mayoría sobrevivió. Las cooperativas se organizaron y salieron adelante demostrando que los trabajadores podían gestionar una empresa, rompiendo de esa manera la creencia de muchos acerca de que era imprescindible la figura del patrón que seguía el doctrinario capitalista.
Estas empresas recuperadas se desenvuelven en el mercado compartiendo la suerte de las pymes, con los avatares de cada coyuntura económica y enfocadas por entero al mercado interno. Por ello en estos últimos años lograron desarrollarse y crecer al compás de los cambios que llevó adelante el país.
Sin duda, la gestión por parte de los trabajadores rompe el esquema mental clásico capitalista en el que la lógica de la acumulación financiera es la que determina el desempeño de la empresa. Por ello, en las actuales circunstancias, las empresas recuperadas y las cooperativas de trabajo en general, son desconocidas por las políticas públicas, sin valorar el esfuerzo ni el impacto social que se produce preservando los puestos de trabajo y la actividad de las unidades productivas.
El veto presidencial a la ley de «expropiación» del Bauen, más allá del efecto particular que tiene para los compañeros que integran esa cooperativa, es una bofetada, una demostración más de que ante la producción y el trabajo, se prefiere defender la propiedad privada y la especulación financiera, y constituye una amenaza a todas las cooperativas que intentan entender la economía de una forma solidaria y democrática. «