Un gran respaldo a la hipótesis del funcionario Pablo Noceti sobre el conflicto mapuche: Es una guerra sin tiempo contra el terrorismo subversivo. La escupió el miércoles pasado Alfredo Astiz en el juicio por los crímenes de la ESMA.
El 27 de enero de 1977, durante un operativo del grupo de tareas 3.3.2 de la Armada en Morón, Astiz le dio la voz de alto a una chica rubia que huía asustada. Luego apoyó una rodilla sobre la vereda, ensayando así una posición de tiro casi deportiva, antes de disparar. El balazo hirió en la cabeza a Dagmar Hagelin, de 17 años. Nunca más se supo de ella.
Tal vez el recuerdo de ese episodio haya provocado en el ex capitán de corbeta, cierta empatía hacia la figura del subalférez Emmanuel Echazú, uno de los gendarmes sospechados por la desaparición de Santiago Maldonado.
La fotografía en donde se lo ve volver de la orilla del río Chubut con el rostro sangrante y una escopeta recortada en la mano derecha ya es un ícono del caso. Y una prueba que debería ser considerada.
Tiempo Argentino reveló el 1 de octubre que según el expediente el inventario del arsenal utilizado por la Gendarmería en su incursión a la Pu Lof de Cushamen incluía cuatro escopetas High Standart con munición no letal. Pero no la Bataan calibre 12,70 exhibida por Echazú. Una fuente de la fiscalía consultada al respecto aseguró que esa arma no aparece por ningún lado. Un temita que el recusado juez Guido Otranto dejó en el limbo penal.
El diario Clarín publicó el viernes pasado fragmentos de la declaración efectuada por Echazú el 16 de septiembre. Allí profundiza el interrogante de la escopeta en cuestión: Ya me habían herido en el rostro. Y empecé a caminar hacia el río. Al llegar a la pendiente, me detuve. Era un momento de corridas y tensión; entonces alguien me entregó la escopeta. Aunque intento acordarme, no recuerdo quién me la dio. En el siguiente instante se escucharon gritos de gendarmes. ¡Tenemos a uno!, era la frase que se impuso sobre otras; luego sonó un estampido de escopeta, justo antes de que Echazú fuera retratado al alejarse de ese sitio con huellas de lucha en la cara y su misteriosa Bataan. La mendacidad de su evocación descorre uno de los velos del caso.
Es posible que Astiz haya visto tal imagen reproducida en algún diario. Ahora no dudaba en elogiar a quienes capturaron a Santiago, ya al filo de obtener su cuarta condena a perpetuidad.
Quizás alguna vez la Justicia ofrezca a esa tropa uniformada de verde, y también a sus jefes políticos, un destino similar. «