El referente de educación de Javier Milei sostuvo que si el Tercer Reich hubiera sido conducido por argentinos, los campos de exterminio nazis habrían sido ineficientes. Auschwitz no habría asesinado a 5000 personas por día, mujeres, niños, hombres, ancianos. Sólo la eficacia alemana, según el pensamiento de Martin Krause, por cierto, apellido alemán, pudo garantizar esa efectividad de la máquina de matar. Krause sostuvo que habría habido «más corrupción» durante el nazismo si en lugar de alemanes hubieran sido líderes argentinos.
No hubo en la historia de los últimos dos siglos una organización criminal comparable con los nazis. Además de los delitos de lesa humanidad que cometieron, cada uno de sus jerarcas se hizo millonario robando los bienes de las víctimas; hasta los dientes de oro de los judíos se robaban. El Chapo Guzmán es la Madre Teresa al lado de Adolf Hitler y sus secuaces.
La idea de superioridad que defienden los dirigentes de la Libertad Avanza –y el ala dura del PRO– no tiene que ver con la catadura moral. Los embelesa la superioridad racial, cultural, y muy especialmente la idea de superioridad en sí misma; afirmarse sobre la base de que los seres humanos no son todos iguales y que los superiores deben imponerse sobre el resto. Esa visión que los nazis llevaron al extremo.
El imaginario predominante en este sector de la derecha es que Argentina pertenece a «los pueblos inferiores». De esa lectura salen frases que se cuelan en cierto sentido común: «Ojalá no hubiéramos derrotado las invasiones inglesas». Porque entonces seríamos parte de la corona británica. Y como los argentinos no pueden hacer nada bien, si hubieran estado conducidos por la Reina Isabel, antes, y ahora por el brillante Carlos III, el país sería una potencia. La derecha local tiene el sueño de la colonia próspera, algo difícil de encontrar en el mundo.
La cancha está inclinada para las elecciones generales del 22 de octubre. En las PASO casi el 60% del electorado votó opciones opositoras, principalmente por los efectos que tiene la alta inflación. De todas maneras, no sólo el índice de precios explica lo que ocurrió. Durante estos años del gobierno de Alberto faltó narrativa, una explicación constante, insistente, de por qué las cosas están como están y de cuál es la senda para salir. Quizás hubo demasiada energía puesta en las internas del gobierno. O una apuesta excesiva a la idea del consenso. Una cosa es apostar a los acuerdos y otra que la política sea definida por la posibilidad de alcanzarlos. En la primera opción, la acción política va por delante y luego se construyen los puentes posibles. En la otra, el acuerdo es un objetivo previo y la acción política se supedita a la posibilidad del consenso. En ese escenario se evita construir una narrativa porque al señalar responsables de la situación, como el endeudamiento criminal que asumió el gobierno de Mauricio Macri con el FMI, las posibilidades de consenso se limitan.
Esto debilitó la conciencia política de la población. La conciencia implica la posibilidad de tomar una decisión más allá de la situación individual y coyuntural. Es ejercer la ciudadanía haciendo una evaluación más amplia, recostándose también en la identidad. No se podría explicar de otra manera por qué el radicalismo, en 1989 y con 4000% de inflación, sacó el 38% de los votos. Fue un voto identitario, equivocado o no, hecho a conciencia. Eso sólo puede suceder si hay una explicación de por qué ocurren las cosas. Sergio Massa comenzó a hacerlo después de la devaluación de agosto y Cristina lo destacó. Nunca es tarde para corregir errores. La conciencia política de la sociedad argentina es el motor para reconstruir el pacto democrático. «