La última encuesta del consultor Gustavo Córdoba, que se publicará este domingo 1 de diciembre, sostiene que una mayoría de la población percibe que “no hay nada” frente al presidente Javier Milei, que el oficialismo no tiene contrapeso. El politólogo adelantó este dato en una entrevista con el programa Pasos Perdidos de FM La Patriada.

En el año 2017, luego de lograr la victoria en las elecciones de medio término, el entonces presidente Mauricio Macri le decía a sus asesores: “El punto es que peleamos contra la nada”. Estaba convencido de que había logrado construir una nueva hegemonía política, entre el triunfo en las urnas y la persecución judicial a sus adversarios. Y que los riesgos pasaban entonces por las internas que se abrían en la supuesta nueva fuerza dominante, ahora que no había un cuco a ser derrotado que funcionara como ordenador.   

Fue una etapa de la política argentina –no duró más de seis meses– en la que también se había instalado la percepción de que no había oposición.

Lo mismo puede decirse de la mayoría de los 12 años que gobernó el kirchnerismo. Recién cuando se constituyó Cambiemos, en marzo de 2015, surgió una gran coalición antiperonista con capacidad de ganar una elección nacional. Tuvo que correr mucha bajo el puente, incluida la desaparición física del expresidente Raúl Alfonsín, que jamás hubiera avalado una alianza del radicalismo con el macrismo. 

¿En qué se parecen estos períodos al actual? Dos elementos: un oficialismo fortalecido por el respaldo popular, en el caso de Milei recostado en las encuestas de las últimas semanas, y una oposición fragmentada. 

A la oposición hay que analizarla en dos planos. Un trazo es lo que podría describirse como el antimileismo. En ese universo están incluidos los radicales que responden a Martín Lousteau y Facundo Manes; el socialismo santafesino y el Frente de Izquierda. Por ahora parece imposible que estas fuerzas construyan una alianza con el peronismo para enfrentar al gobierno.

En otro plano está la fragmentación del propio peronismo. La defección de gobernadores como Osvaldo Jaldo, Raúl Jalil y Martín Llaryora dejó como expresión opositora al peronismo de la Provincia de Buenos Aires, junto con el riojano Ricardo Quintela, el formoseño Gildo Insfrán el pampeano Sergio Ziliotto; y, más oscilante, el santiagueño Gerardo Zamora.

El punto es que dentro de ese peronismo opositor también hay fragmentación. La más visible es la tensión entre el gobernador bonaerense, Axel Kicillof, y La Cámpora de Máximo Kirchner, a la que se suman intendentes alineados en cada vertiente.

El peronismo opositor a Milei es sólo una parte del peronismo y además está dividido. No es extraño que la percepción social sea que no hay una oposición. Kicillof suele mostrar su gestión como la contracara de Milei, pero esa posición no es luego acompañada por el resto del peronismo bonaerense. Los dirigentes nucleados en La Cámpora, en general, ponen más energía en cuestionar al gobernador de su propia fuerza que en respaldarlo en su enfrentamiento con el gobierno nacional, que está asfixiando a la Provincia. Es una estrategia que tiene un efecto seguro: no suma votos para nadie.

Kicillof, por su parte, trasladó este conflicto a la disputa por la conducción del PJ nacional. No respaldó la candidatura de CFK para la conducción partidaria. Es una posición que no le suma demasiado porque sus votantes son  los mismos que aman a Cristina.      

La interna puede considerarse inevitable. El gobierno de Alberto Fernández fue una experiencia fallida. No hay forma de que no haya pases de factura. La disputa parece encaminarse a una contienda electoral en la que dos listas peronistas compitan el año que viene por los escaños en la Legislatura bonaerense. Luego de esa batalla, ¿se ordenará la situación? Nadie lo sabe. Una contienda electoral no garantiza que después ondeen las banderas blancas y los rivales se reunifiquen. ¿La candidatura de Cristina acomodaría las cosas? Sin duda ayudaría, aunque la disputa central es por la Legislatura bonaerense y no por los diputados nacionales. Por eso se sigue evaluando desdoblar la elección y que los legisladores provinciales se voten en un momento distinto de la elección nacional.

Al antiperonismo le tomó casi 12 años armar una coalición que pudiera ser contrapeso del kirchnerismo, desde las elecciones del 2003 hasta las del 2015. ¿Esto quiere decir que al peronismo le ocurrirá lo mismo? Luego del triunfo de Macri en 2015 parecía que el jarrón peronista se había roto en tantos pedazos que sería imposible volver a pegarlo y cuatro años después ese jarrón ganaba la elección. ¿Ahora qué podría pasar? La interna en el principal bastión no es una buena señal. Los procesos políticos no son un devenir inevitable. Dependen de la voluntad de las personas, de comprender el momento histórico, de no cometer demasiados errores nuevos y no repetir los viejos.  «