Dos décadas después de la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001, la Cámara de Casación confirmó las penas para los exfuncionarios del gobierno de Fernando De la Rúa y los policías responsables de las muertes en la Ciudad de Buenos Aires.
Pero ¿qué pasa con quienes destruyeron el tejido social y desmantelaron la matriz productiva? Un salvajismo económico que se extendió por todo el país y que se impuso con brutalidad por la connivencia de actores nacionales e internacionales.
La amenaza de default, la deuda con el Fondo Monetario Internacional, recortes en el gasto público, en los salarios, en las jubilaciones, límites en la extracción de efectivo, el riesgo país, el corralito, las cacerolas, los bancos, el hambre, la pobreza, los saqueos, la represión y la muerte. El No País.
El neoliberalismo mata. A veces de forma directa, con balas, y en otras, más agónicas, por goteo. En Argentina se contabilizaron 39 muertes en esos dos días, pero hubo muchas otras. Las muertes asociadas al infarto y los accidente cerebrovasculares crecieron. Igual que las enfermedades vinculadas a la pobreza y la mala nutrición.
Los mismos actores que provocaron ese estallido continúan: el futuro de la Argentina aparece hoy nuevamente atado a una deuda impagable y una negociación con el Fondo Monetario, y tras casi dos años de pandemia, el único gesto de la principal fuerza de la oposición es negarle el Presupuesto a un gobierno por ahora solo debilitado por una elección de medio término.
Pero, ¿cómo se sostiene el Nunca Más a la barbarie económica del 2001? La memoria colectiva de lo que pasó está latente y es un dique de contención que funciona como un Nunca Más a ese sistema voraz.
De eso se trata el especial que Tiempo publica hoy en su edición papel, y que se complementa con el micrositio web «20 historias del saqueo económico».
Recorrer las vidas de Eloísa Paniagua, de David Moreno, de Martín Galli, alcanzados por las balas policiales, o escuchar a Gabriel Legendre contar cómo creció sin conocer a su padre, asesinado por un comerciante cuando él apenas tenía 56 días de vida, es buscar ese Nunca Más.
Aprender del trabajo del reportero gráfico Enrique García Medina y del perito Rodolfo Pregliasco, ambos volcados a la tarea de reconstruir los hechos a través de fotografías en tiempos menos digitales. O descubrir cómo los integrantes de la Asamblea 19 y 20 de Rosario realizaban esa noche la misma tarea que en Buenos Aires reunía a organismos de Derechos Humanos -tal como lo relata «La Negra» Verdú- es construir ese Nunca Más.
Conocer el estado casi inmóvil de las causas; la situación de la denuncia formulada por las Madres de Plaza de Mayo atacadas por la policía Montada; o la forma en que tres jóvenes de 20 años conocieron las catacumbas policiales por salir a bancar a esas mujeres, es apostar a ese Nunca Más.
Repasar las formas alternativas de la economía que buscaban compensar el saqueo, el nacimiento a la militancia territorial en los merenderos, el empuje de los estudiantes y piqueteros en las calles, el rol de los artistas que no dudaron dónde debían pararse para concebir su arte, la historia de quienes se fueron del país para volver, o de los que vinieron a instalarse y nunca más se fueron, también sostienen el Nunca Más.
La tarea no es individual, requiere organización y memoria. En eso estamos.