Ya se sabe que, debido al acto organizado el 4 de septiembre por la diputada y candidata a vicepresidenta de La Libertad Avanza (LLA), Victoria Villarruel, en homenaje a lo que ella llama “víctimas del terrorismo”, el Salón Dorado de la Legislatura convocó a los más selectos ciudadanos de Jurassic Park. Entre ellos, un personaje casi desconocido para la opinión pública: el ex mayor del Ejército, Marcelo Llambías Pravaz.
El tipo, un sexagenario macilento que parecía sentirse allí a sus anchas, saludó a la anfitriona con un cariñoso abrazo. También recibió muestras de afecto por parte de muchos asistentes. No era para menos, dado que entre sus pergaminos se destaca una condecoración por el desempeño que tuvo durante la guerra del Atlántico Sur (a pesar de una denuncia en su contra por torturar a conscriptos); también tiene un título de abogado y suele ejercer la defensa de camaradas acusados por delitos de lesa humanidad, además de haber integrado las filas de NOS, el sello político del carapintada Juan José Gómez Centurión.
Sin embargo, su biografía incluye una mácula sangrienta no muy usual en los soldados de la Patria. Y que bien vale evocar.
Los duelistas
Corría la tarde del 12 de enero de 2001 cuando un Peugeot 206, ocupado por una pareja de mediana edad, circulaba por la calle Ciudad de la Paz, del barrio de Belgrano, a baja velocidad.
La señora, con el diario Clarín desplegado ante sus ojos, leía en voz alta la nota de tapa, sobre el juzgamiento en España del represor argentino Ricardo Cavallo. Su marido asimilaba el asunto con un dejo de contrariedad.
Se trataba del teniente coronel retirado, Jorge Osvaldo Velazco, de 52 años, quien por ese entonces trabajaba en la agencia de seguridad Falcon (¡qué nombre!). Poco antes, lo había ido a buscar allí su esposa. Dicho matrimonio tenía tres hijos adolescentes.
Un semáforo detuvo la marcha del auto en la esquina de Juana Azurduy. La mujer, siempre en voz alta, ahora leía un suelto sobre la oficialización del “blindaje” por parte del FMI. El marido asimilaba la noticia con indiferencia.
En ese instante, un Fiat Siena clavó los frenos junto a la ventanilla del militar. Su conductor, por cierto, no tenía una actitud amigable, puesto que de sus labios salía una andanada de insultos y amenazas.
Velazco, quizás por reflejo, pisó a fondo el acelerador y, al arrancar, los neumáticos emitieron un chirrido.
A lo largo de varias cuadras, los dos hombres, sin frenar, se prodigaban injurias de auto a auto. La esposa de Velazco, sin decir palabra alguna, se veía muy incómoda.
Pero el Siena cruzó al 206 junto a un maxikiosco. Y ambos hombres, ya fuera de sus rodados, se trenzaron a trompadas.
Todo fue muy veloz.
Lo cierto es que el conductor del Siena dominaba la situación y, mediante un certero cross en la mandíbula, logró tumbar al oponente.
Quizás en ese instante, el teniente coronel haya llegado a ver una pistola Browning 9 milímetros en las manos del otro. Luego hubo un estampido. Y, al extinguirse su eco, él ya agonizaba con una bala en la sien.
Velazco murió a las 22.30 en el hospital Pirovano.
A esa hora, el matador se encontraba –diríase– en la clandestinidad. No era otro que el mayor Llambías Pravaz.
Corazones en llamas
El dato de su identidad lo había dado, en la comisaría 35ª, la flamante viuda. Y resumió el trasfondo con un dolido desprecio: “Fue por esa cualquiera”.
La aludida –cuyo nombre era Ana Beatriz– había mantenido un amorío con el difunto. Una trasgresión sentimental de la que su esposa no demoró en enterarse. Pero la ruptura del vínculo derivó en el perdón de ella. No obstante, el teniente coronel -según se decía– no pudo olvidar a la amante.
Desde ese momento ya había transcurrido un año.
Pues bien, fue en tales circunstancias cuando Llambías Pravaz –también casado y con dos hijos– apareció en la vida de aquella dama, una “soldadera” de fuste. El flechazo entre ellos fue inmediato.
Pero sobre aquella victoria del amor pendía una amenaza: el inminente traslado del mayor al Regimiento de Infantería 29, en Formosa.
De manera que la situación era la siguiente: a Velazco lo devoraban los celos debido a la nueva relación de Beatriz, y Llambías Pravaz sucumbía ante la posibilidad de que su rival aprovechara su ausencia para recuperarla. Tanto es así que, enceguecidos por esa circunstancia, el odio entre ellos no tardó en entrar en combustión.
“Fue por esa cualquiera”, repitió la viuda, a 48 horas del homicidio, ante el juez Eduardo Moumdjian.
A continuación, dio su nombre. Pero la policía no pudo encontrarla en su domicilio ni en una quinta del Gran Buenos Aires. Es que Beatriz estaba de vacaciones en Cancún. Y nunca más fue mencionada en el expediente.
Llambías permaneció prófugo durante cinco días. En tal lapso, mantuvo febriles comunicaciones telefónicas con su defensor, quien –influido por una discreta gestión del Ejército– lo convenció de entregarse.
A fines de 2002 fue condenado por el Tribunal Oral en lo Criminal Nº 6 a nueve años de prisión.
En 2005, fue destituido del Ejército mediante un decreto suscripto por el mismísimo presidente Néstor Kirchner.
De la cárcel salió con un título de abogado. Y ya nadie recuerda esta desgraciada historia.
Un final feliz que no palpita al calor de la “memoria completa”. «