Algunos días después de su triunfo electoral por la presidencia de Colombia, Gustavo Petro respondió vía Twitter a un empresario crítico de su plataforma ambiental de gobierno: “Hermano, el problema no es cuántos dólares quedan bajo tierra si no se hace fracking, sino cuántas vidas se pierden encima de la tierra, si se hace”. A partir de esta frase, Tiempo dialogó con Alejandro Galliano, docente de Historia, habitual columnista de medios, además de especialista en las nuevas teorías políticas y económicas que rondan los debates sobre el futuro, las cuales resumió en el libro ¿Por qué el capitalismo puede soñar y nosotros no?, publicado en los primeros meses de la pandemia como parte de una colección curada por la revista Crisis en la editorial Siglo XXI.
“Petro dijo algo clave en su campaña. Destacó que quiere ‘desarrollar el capitalismo en Colombia para superar el feudalismo’: un discurso ultra bolchevique. Pero a la vez, lo que dice es que necesita generar riqueza para poder distribuir”, señala Galliano. Entonces, la pregunta que flota durante todo el diálogo pasa por cómo se posicionan los movimientos progresistas a los que pertenecen Petro, Boric en Colombia, el Frente de Todos en Argentina y el candidato Lula en Brasil sobre cómo enfrentar el porvenir inmediato, mientras la demanda de materias primas vuelve a crecer en todo el mundo y los ojos de las potencias apuntan al continente.
-La sensación es que en todo el movimiento progresista no parece haber ideas o planteos de futuro. Y en paralelo, esos discursos los monopoliza Silicon Valley y, aparentemente, los libertarios. ¿Vos cómo lo ves?
-Empecemos por aclarar que el futuro no existe, está hecho de imágenes y tendencias. A los movimientos progresistas, de izquierda y centroizquierda les falta una imagen de futuro -que puede ser totalmente estética e irracional pero que te moviliza- y una tendencia de futuro, que es el estudio de qué elementos del presente se van a mantener pero también van a derivar. Las imágenes hoy en ese sector son casi retro utopías. Y las tendencias las tenés, pero no ha habido una lectura para apropiarse de eso. Al contrario, esas tendencias alimentan un pesimismo muy grande: se va a destruir empleo, casi como una lectura pre apocalíptica. De ahí surge una postura defensiva. Mi libro es de 2019, salió en abril de 2020 y después de la pandemia, ese pesimismo ya no es solo de la izquierda. Pero mejor porque obliga a más gente a plantear una imagen y a estudiar una tendencia. Efectivamente hay un modelo Silicon Valley, medio cascoteado ahora. Hay un modelo China, que sirve tanto para tratar de ser eso como para reafirmarte en Occidente rechazándolo. Y en el caso de los libertarios, creo que tienen una fuerza estética muy potente pero tienen un resentimiento y un pesimismo muy larvados ahí, lo cual creo que explica la agresividad que tienen. No parece gente que esté muy ilusionada con lo que vaya a pasar: están más enojados con lo que pasa hoy.
Aceleracionismo o IBU
En su libro, Galliano trabaja sobre los primeros planteos del ingreso básico universal, instalado por el holandés Rutger Bregman, o el aceleracionismo, término acuñado por el crítico Benjamin Noys y desarrollado por el canadiense Nick Srnicek, que plantea una inversión desmesurada en tecnologías que resuelvan todo lo que el capitalismo existente no alcanza, pero promete. Se trata de un manual de introducción a ideas relativamente nuevas que incluso llegan a figuras del presente como Sergio Massa, quien se jactaba de leer a Bregman cuando la pandemia aceleró la llegada del IFE y las voces más progresistas del Frente de Todos exigían la implementación de una renta universal, la cual hoy traccionan sectores como la UTEP, Movimiento Evita y el Frente Patria Grande.
Sin embargo, Galliano introduce acá una lectura clave: todos estos proyectos y autores “pertenecen a una realidad anglosajona y del norte global, en el que hubo no menos de 40 años de acumulación de riquezas. No es el caso de América Latina y mucho menos de Argentina, que no tuvo esos años de acumulación continua”.
-¿No hay margen para originalidad, entonces?
-Sobre si es posible o no reponer una imagen de futuro desde el progresismo, yo creo que se puede. Existen posturas como el aceleracionismo que son más estéticas y te dan un norte inalcanzable a partir del cual movilizarte. A nivel de tendencias, fijate lo que te permite proyectar el capitalismo actual, aunque sea menos soñador: tenés una aceleración de la tecnología, tenés exclusión estructural. Las izquierdas tienen que entender esas tendencias como algo a favor. Volviendo al tuit de Petro, ahí hay una discusión: ¿qué vamos a hacer con el extractivismo? En caso de que lo rechacemos de plano, que creo que es la actitud que predomina en la izquierda, ¿cómo vas a generar ese valor que querés distribuir? Decirle que no a todo te pone en un rincón muy improductivo de la política. Incluso hablar de «extractivismo» es una palabra grande dependiendo de qué actividad hablás, porque no es lo mismo una salmonera en Tierra del Fuego que extraer litio o tirar abajo tres montañas para sacar oro. Hay bienes más y menos estratégicos. Yo veo discursos sobre distribuir una riqueza que reside en un lugar: en el 1%, en los que la fugan, en la oligarquía. ¿Está ponderada esa riqueza o soñamos con una especie de Jauja que reside en una zona inexplorada de la economía y depositamos nuestra fe ahí? ¿Conocemos mecanismos para distribuirla? ¿Vas a expropiar? ¿Vas a generar un sistema de taxación? ¿Taxás el patrimonio o el flujo? ¿Cuánto podés taxar y qué efecto va a tener en la posterior generación de riqueza? ¿Esa riqueza que pierdas por desestimularla, la vas a poder generar por otro lado? Esas discusiones no se dan, porque no se discute el valor.
-¿Es como si tuviéramos que volver a una discusión del siglo XIX, a Marx?
-Me parece que es una discusión del siglo XX, donde hay un modelo desarrollista de industrialización muy consensuado en América Latina. No anduvo y desde los años setenta la región se recostó sobre sus recursos naturales otra vez. Entonces oponerse al extractivismo es oponerse al desarrollismo de hecho. No vamos a competir con Asia fabricando autos o equipos de audio.
-¿Ves un planteo latinoamericano que te interese hoy, por más que sea en estado embrionario?
-Bueno, estamos todos viendo qué pasa en Chile, que es una sociedad muy particular donde están discutiendo una Constitución y discutiendo una transición muy larga. Chile es el que más puede tomar esa premisa de 40 años de acumulación sin distribución. Tampoco quiero ilusionarme demasiado porque el gobierno de Boric va a tener límites y no solo por la derecha, porque se montaron a una rebelión social que no tenía un signo político específico, y se lo asignaron ellos en un ejercicio laclausiano de encadenar demandas. Fueron muy hábiles en eso, teniendo en cuenta que son muy jóvenes y no tuvieron un Duhalde o un Fernando Henrique Cardoso. Después en el riesgo de la región la veo inevitablemente a la defensiva, porque es un enorme banco de recursos naturales en un momento del mundo donde vuelven a estar sobre el tapete. Pasa que el capitalismo a veces te convence de que es inmaterial: en los sesentas con la bota norteamericana pisando a todos los países petroleros, había autos para todos. Llegó 1973 y descubrimos que no era tan fácil. Estamos en uno de esos momentos de venganza de lo real, porque se hacen necesarios esos recursos naturales. Entonces nos podemos hacer ricos, pero nunca es paritaria la negociación con el resto del mundo. Hoy por hoy lo mejor que puede hacer la región es defenderse. Y las izquierdas acá están doblemente a la defensiva porque están atajando a una derecha creciente, hostil, y al mismo tiempo dentro de sociedades que están acechadas por una crisis.
¿Qué lecturas recomendás sobre estos temas?
-Me gustó mucho Tecnofeudalismo, de Cédric Durand, y estudia todo esto; el libro de Flavia Costa, Tecnoceno, en el que analiza el mundo actual desde la periferia. El libro de Branko Milanovich, Capitalismo, nada más, te da bastantes herramientas aunque esté algo remanido ya. «