Por las ventanas del despacho presidencial se aprecia cómo cae la tarde sobre los jardines de la Quinta de Olivos. Pasan minutos de las 18 del viernes 5 de noviembre. El presidente Alberto Fernández, recién llegado de una actividad en el municipio de Avellaneda, recibe a Télam a una semana de las elecciones legislativas, para brindar la que será la primera entrevista a su regreso de una gira internacional, que incluyó la Cumbre de G20 en Roma junto a los principales líderes del planeta, y la Cumbre en Glasgow, Escocia. Pensar el futuro pospandemia y realizar un balance sobre el viaje, al que calificará como satisfactorio a lo largo de la hora de entrevista, serán los primeros puntos de una amplia agenda de temas que el presidente analizará ante la agencia oficial.
-¿Cómo visualizó al mundo que lucha por llegar a la pospandemia y busca construir una salida, en su recientes viajes al exterior para participar del G20 y la Conferencia climática de Glasgow?
– Lo que uno descubre cuando sale de la Argentina y habla con líderes de otras latitudes es que en todos lados se vive más o menos lo mismo. En momentos en que el tiempo transcurrido permite una cierta mirada retrospectiva, aparecen los efectos en la mayor parte de las sociedades que vieron la pandemia como una amenaza semejante a una guerra. Una amenaza similar a que una bomba cayera sobre el techo de sus casas, o que al salir a la calle una bala les cruzase la cabeza. Todo eso era pensado desde un virus que podía entrar a las casas o contagiar con solo andar por la calle. Esa sensación, poco a poco, fue condicionando el estado anímico de la gente.
Cuando la pandemia empezó a superarse por efecto de la inmunidad lograda por la vacunación, quedó la impresión de que aún a muchos les cuesta entender cómo es el mundo que emerge de la pospandemia. Creo que en parte se vive como una posguerra. Hay un sentimiento de sobrevivencia. Y está claro que en una Argentina que ha tenido 115.000 muertes ocasionadas por una sola causa, ese sentimiento es comprensible.
Me parece que lo que el mundo tiene hoy es desánimo por tanta muerte y dolor, a lo que se suman los efectos en la economía. Todas las economías del planeta cayeron. Todas, absolutamente todas. Y la recuperación tiene ritmos desiguales. En algunos lugares es muy rápida. Nuestra recuperación económica, por ejemplo, debe ser de las más rápidas del mundo. Pero no ha llegado a todos y hay gente que todavía no siente esa mejora. Y entonces hay una parte de los argentinos desanimados. Al igual que canadienses desanimados, como me contaba Trudeau (Justin, Primer Ministro de Canadá); o Macron (Emmanuel, Presidente de Francia) en cuanto a los franceses; o Merkel (Angela, Canciller de Alemania), y Pedro Sánchez (Presidente de España) La esposa de Biden (Joe, Presidente de los EE.UU.), me describía el mismo sentimiento en Estados Unidos, al que hay que agregar una cultura más reacia a vacunarse.
Por lo pronto, tenemos una sociedad con un ánimo muy alterado, acá y en todas las latitudes. Y eso hay que entenderlo. Confieso que en el vértigo en el que nos metió la pandemia, no advertí que eso pudiera pasar. No advertí la magnitud del fenómeno en personas que fueron sobreexigidas por la pandemia. Por ejemplo, mujeres madres que tuvieron que afrontar cargas enormes, repartiéndose entre el trabajo y sus hijos, que además no podían asistir a los colegios. El trabajo y esfuerzo que hicieron fue inmenso. Y siento que, tal vez, no lo advertimos. Esa es la palabra exacta. Me apena porque debimos haberle prestado otra atención a ese problema. Pocos advirtieron el enorme impacto psicológico que traería aparejado la pandemia. Creo que en el presente, con la caída de los contagios y la recuperación económica, han renacido las ganas, la confianza y la esperanza en un presente y un futuro mejor.
-La reciente Cumbre del G20 mostró a los principales líderes con preocupaciones que los empuja a reformular algunas estrategias y discursos. Si el modelo de globalización conducido por la lógica financiera de la economía ya estaba en crisis, la pandemia marcó claramente sus límites. ¿Cómo imagina la reconstrucción de este mundo? ¿Es posible la esperanza, la construcción de nuevas utopías?
– En verdad, el debate central que el mundo debe llevar adelante, y que yo planteé en todos mis discursos, es un debate ético. Desde qué ética queremos reconstruir el mundo. Lo que dejó al descubierto la pandemia es la desigualdad a nivel planetario. Una mañana nos despertamos y un virus que era imperceptible al ojo humano era capaz, no sólo de arrancar millones de vidas, sino también de dar vuelta economías. De repente, nos encontramos que empresas de la talla de Lufthansa necesitaron del auxilio del Estado para poder sobrevivir. O Alitalia, que terminó cerrando. Hemos visto una crisis económica de tal magnitud. Y fundamentalmente, lo que deberíamos replantearnos es esa lógica que se impuso en el mundo de privilegiar lo financiero por sobre lo productivo. En gran parte, semejante desigualdad nace el día que el capitalismo le prestó más atención al gerente financiero que al de producción. Ese debate ético es el debate que está y que no todos abordan, porque hay un mundo que resiste ese cambio. Wall Street resiste ese cambio. El conservadurismo americano resiste ese cambio. Después, hay miradas políticas que tienen vocación de ampliar esos horizontes, como Macron en Francia o Merkel en Alemania. Pero hay intereses en pugna, claramente, para que todo siga igual.
Que esa desigualdad es grave, profunda, pero además nos condena. La mayoría de los países de América Latina son considerados de renta media. O sea, en la lógica de la técnica económica son catalogados como pobres, de renta media o de renta alta. Estos últimos tienen todo resuelto.
La pandemia hizo que los países desarrollados le presten mayor atención a los países pobres, básicamente concentrados en África y en Asia, con un propósito claro: ayudarlos para evitar las oleadas migratorias hacia Europa y a Estados Unidos. Pero nosotros quedamos en una suerte de limbo. Porque, además, los países de renta media contenemos el 60 por ciento de la pobreza del mundo. Ese planteo lo plasmé en cada discurso y logramos algunos éxitos. Por ejemplo, que la nueva línea de crédito lanzada por el FMI – que es el fondo de resiliencia que inicialmente estaba destinado a los países pobres- hoy alcance a los países de renta media. Eso fue un triunfo nuestro. No solo el que se haya generado sino también que incluya a países como el nuestro. Otro tema es el de las sobretasas. El Fondo, que es un prestamista de última instancia, está cobrando actualmente tres veces la tasa que paga el mercado, algo quedó mal, por lo tanto revisémoslo. Lo planteamos, Europa nos acompañó y lo impusimos. Y el tema se va a tratar en diciembre, según anunció el organismo.
– Pareciera que en Argentina una parte importante de los poderes fácticos se resisten a encarar estos cambios y, por el contrario, profundizan una visión a contramano de la agenda mundial de estos tiempos.
-No sé cómo va a terminar todo eso. Efectivamente, uno de los planteos que hay es cómo va a funcionar el sistema impositivo para adelante, pero fundamentalmente cómo las grandes corporaciones pagan impuestos y en qué lugar los pagan. Este es un debate que se ha abierto y bienvenido sea. Porque está claro que el mundo debe tender a un sistema más progresivo en materia impositiva, donde el que menos tiene, menos pague; y el que más tiene, pague más. Ahora, esos debates son debates muy valiosos que el mundo debe dar. Creo que hay ejemplos a seguir. Los argentinos deberíamos mirar más modelos como Finlandia, Islandia, países en los que el Estado está muy presente, donde los impuestos se cobran y el Estado presta los servicios esenciales con muy buena calidad, hablo de salud y educación. Eso me parece que es a lo que nosotros deberíamos prestar atención.
-Hay un replanteo en el mundo de la necesidad de fortalecer el Estado de bienestar, mucho más después de la experiencia vivida…
-Nosotros, en Argentina, hicimos mucho en ese sentido, pero el vértigo de la pandemia no nos deja verlo en toda su dimensión. No sólo conseguimos el Aporte Solidario de las Grandes Fortunas, que acumuló una importante cantidad de dinero. Nosotros cambiamos Ganancias, dejamos de cobrarle Ganancias a los asalariados y las grandes empresas pagan más Impuesto a las Ganancias que las Pymes. Antes no existía esa diferenciación. Trabajamos para cambiar el impuesto sobre Bienes Personales, y gravamos más severamente a los que más tienen y más severamente a los que tienen sus bienes en el exterior. Nosotros hemos hecho acciones en materia impositiva, que fueron claramente avances progresivos. Está claro que la dimensión del problema por ahí exige mayor esfuerzo y velocidad. Pero hay que entender lo que le pasa a la Argentina. El país venía de una crisis enorme a la que se le sumó la pandemia. Trato de ejemplificarlo al decir que la Argentina era un enfermo en terapia intensiva y encima se enfermó de Covid en la terapia. Eso fue lo que nos pasó. Entonces todo resultó más difícil.
-Hoy América Latina es definida como una “región en disputa” entre modelos neoliberales y gobiernos populares. Al mismo tiempo, recupera parte de su centralidad en la geopolítica. ¿Cómo observa a la región en este nuevo contexto y cuál cree que debería ser el papel de la Argentina?
-Tengo la impresión que el mundo está en el debate de una nueva bipolaridad entre Estados Unidos y China. Y que América Latina puede ser un contrapeso en ese escenario, que impida la bipolaridad. Nosotros nunca creímos en las bipolaridades, las padecimos. El peronismo creó la Tercera Posición, renegando de la bipolaridad. Con Néstor (Kirchner) apostamos desde el primer día por la multilateralidad, es decir, a abrirnos al mundo y no a dos que mandan. Desarrollé toda una política de multilateralidad con Europa, que ha dado sus frutos. Lo hice porque en Estados Unidos gobernaba alguien que le hizo mucho daño a América Latina, que se llamaba (Donald) Trump. Como daba por cierto que alguien que hacía tanto daño no iba a tener en su ánimo ayudar a América Latina, yo me recosté claramente en Europa. Y los resultados no fueron malos. Están a la vista.
No es un escenario fácil el que se da porque, además, la pandemia ha alterado el ánimo de muchos y no se está observando. Se lo dije a Biden cuando hablamos por teléfono y el otro día cuando lo crucé: nadie quiso que gane Biden tanto como yo, aunque en realidad lo que necesitaba era que perdiera Trump. Ahora, Biden es una expectativa de que pueda hacer algo distinto. Uno escucha sus discursos hacia el interior de Estados Unidos y se advierte que es alguien distinto. Es un keynesiano puro, y uno lo celebra. Hace falta que esa nueva mirada del gobierno de Biden también se refleje en la política exterior, algo que está un poquito demorado. Confío que se refleje finalmente. Ahora, América Latina es un continente conmocionado y debemos recuperar la unidad perdida.
En este contexto Argentina tiene intereses en pugna, porque nosotros no representamos lo que representan nuestros opositores. Los chicos que votan a los libertarios, lo que no advierten es que están votando a los más conservadores de todos. Defensores de la libertad, nada. Son los defensores de los poderosos. Los que llamamos a defender los intereses y los derechos de los jóvenes somos nosotros. Esto que vivimos en la Argentina, donde hay un conservadurismo que resiste y donde nace una nueva derecha que se llama libertaria y, en verdad, es la más conservadora, se está viendo en todo el mundo. En Chile tenemos un candidato en disputa que está a la derecha de Piñera (Sebastián). En Perú se ganó por una decena de miles de votos contra la hija de Fujimori (Keiko). Y Lazo (Guillermo) ganó en Ecuador. Brasil hoy es gobernado por Bolsonaro (Jair). Y en Uruguay perdió el Frente Amplio. Reitero, no es un escenario fácil.
– ¿Cuán difícil es ser presidente en una Argentina y un mundo con poderes tan concentrados?
– Entiendo que es difícil, pero yo sabía que este era el escenario, por lo tanto no me puedo quejar. Estas eran las reglas y el partido que tenía que jugar. Lo único que sí admito, por supuesto, es que nunca pensé que iba a llegar una pandemia. Dónde están los poderosos y cómo actúan sus intereses, dónde estamos parados y qué intereses defendemos, y cuánto nos va a costar cada pelea, todo eso lo tenía calculado. Lo que no tenía calculado fue la pandemia. Nosotros tenemos que reconstruir un mundo distinto. No tiene sentido volver a lo mismo después de tanto dolor y pesar.