La decisión del presidente, resignar su intento de reelección, ayuda a reordenar al peronismo por una cuestión principal: sincera –palabra ensuciada por los economistas neoliberales–en este caso no la economía sino la realidad del poder político.
La democracia argentina está bajo asedio. El Poder Judicial se ha erigido en un monarca que se guarda la última palabra sobre todos los temas. Avasalla al Parlamento y al Ejecutivo. Proscribe a los líderes antipáticos para los poderes fácticos. Se suma que la política económica está cogobernada por el Fondo Monetario Internacional. Los jueces por un lado y los funcionarios del Fondo del otro. La democracia está acorralada en un callejón casi sin luz. Todavía hay algo que, por ahora, se preserva. El voto popular sigue siendo la fuente del poder político, que luego de ser votado es arrojado al callejón.
El sinceramiento del poder en el FdT fue aceptar que es Cristina quien lo tiene. Eso ordena. Al cristinismo suele caerle mal que se diga que la alquimia política del FdT fue extraordinaria como estrategia electoral, pero que tuvo grandes dificultades como ecuación de gobierno. El repaso de los últimos 18 meses difícilmente permita otra conclusión. Por supuesto que es fácil sentarse frente a una computadora, hilvanar estas líneas, y no tomar decisiones políticas, en las que los efectos colaterales son inevitables y que inexorablemente están atadas a una coyuntura que luego cambia. Lo acertado en un momento puede tener un efecto paradojal meses después.
Esta tensión que terminó de saldarse con el video de Alberto había comenzado en septiembre de 2021, cuando en las PASO el FdT sacó el 32% y Juntos por el Cambio 41%. Luego hubo una recuperación, en especial en territorio bonaerense, y el oficialismo salvó la ropa en las generales.
Esa noche de las PASO, 12 de septiembre, Cristina le dijo al presidente que su ciclo había finalizado. Le anticipó así su visión: había que construir otro candidato para las elecciones presidenciales de este año. Después vinieron las cartas públicas y los cambios en el gabinete, la tensión con Martín Guzmán por el acuerdo con el FMI, la renuncia de Máximo Kirchner a la jefatura del bloque de Diputados. Un Italpark en el que todos los juegos eran internas del gobierno. Buena parte de esas disputas eran ramificaciones de esta pelea central: la necesidad de sincerar el poder político dentro de la coalición, es decir, que es Cristina la que tiene los votos.
La reunión del PJ este viernes se limitó a cuestiones formales porque CFK habla el jueves en La Plata. Hasta que ella no mueva las fichas nada tiene sentido.
Hay figuras centrales del cristinismo, como el ministro de Desarrollo Social bonaeresne Andrés «el cuervo» Larroque, que dicen públicamente que no será fácil para la vicepresidenta volver a designar un candidato. «El dedo le quedó mocho», dicen. ¿Y entonces? Cualquier candidato del oficialismo tendrá el «pequeño» problema de los 100 puntos de inflación. Cristina dijo que «no sería candidata a nada», pero todo puede cambiar. Ni siquiera para ella-que cuestionó públicamente a Guzmán y los «funcionarios que no funcionan»– sería fácil despegarse de la política económica. Se trata de un liderazgo histórico, de la figura más importante del campo nacional popular luego de la muerte de Juan Perón, y todo eso tiene un peso específico. Cristina es la mejor candidata que puede tener el peronismo. Eso quizás no alcance para ganar pero sí para hacer una gran elección.
Por ahora sólo hay especulaciones. Ahora que se sinceró la política dentro del FdT tiene que mover ella y ahí se verá. «