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Se trata de una sombría perspectiva agravada por una circunstancia más que simbólica: el portavoz y bastonero de aquella novedad (junto con Patricia Bullrich) no es otro que el ministro de Defensa, Oscar Aguad.
En este punto es necesario poner en foco su calaña.
Desde el 10 de diciembre de 2015, esta alhaja septuagenaria del radicalismo cordobés engalana el “mejor equipo de los últimos 50 años”. Primero al frente del Ministerio de Comunicaciones (con la misión cardinal de pulverizar la Ley de Servicios Audiovisuales, además de deshacer su autoridad de aplicación) y, luego, a partir de julio del año pasado, en su cargo actual (con desafíos no de menor importancia, como ya se mencionó). En ambas funciones supo resaltar por su exquisito intelecto.
Basta recordar que el debut ministerial del doctor Aguad estuvo signado por su gran entusiasmo ante las perspectivas de Internet. “Es la tecnología que se viene”, fueron sus palabras. Y anticipó: “Usted se va a sacar una radiografía en La Rioja y se la va a poder analizar un médico en Boston”. Aquella fue su percepción del asunto ya en plena era de las interconexiones globalizadas del espacio cibernético. Y como titular de Defensa será siempre recordado por el tweet que difundió al cumplirse seis meses de la desaparición del submarino ARA San Juan: “Seguiremos haciendo todos los esfuerzos por encontrarlo y traer a sus 44 tripulantes de vuelta”. Un genio.
Por no hablar de su sentido de la amistad. Tal vez a Mauricio Macri no le alcance la vida para agradecerle el haber puesto su rúbrica a la condonación del 98,8 por ciento de los 300 millones de dólares que el Grupo Macri adeuda desde 2001 al Estado por el Correo Argentino. Pero en ese gesto –según acaba de revelar el periodista Ari Lijalad en el portal El Destape–, Aguad incurrió en la leve desprolijidad de encabezar el escrito judicial en cuestión del siguiente modo: “Siguiendo expresas instrucciones del señor Presidente de la Nación”. Cosas que pasan en medio del vértigo de la gestión.
Lo cierto es que en la jungla de la política él siempre se impuso por el fuerte peso de su personalidad. Y desde sus inicios.
Siendo un abogado de poca monta en su Córdoba natal, su bautismo de fuego en la función pública se remonta a 1984, cuando el entonces intendente Ramón Mestre lo puso en la Secretaria de Gobierno. En 1995, con su mentor ya en la Gobernación provincial, él fue nada menos que ministro de Desarrollo Social y Asuntos Institucionales. Desde tal puesto ordeno una feroz represión a las protestas por los ajustes de esa época, que incluían un recorte del 30 por ciento del salario de los estatales. Ya durante la presidencia de Fernando de la Rúa, acompañó a Mestre en la intervención de Corrientes como intendente de la capital y, después, lo reemplazo al pasar éste al Ministerio del Interior de la Nación. Su cosecha: el despido de 10 mil trabajadores estatales y el recorte del 33 por ciento de los haberes jubilatorios. También se llevó de esa provincia un procesamiento por “administración infiel”, además de ser investigado por un crédito de 60 millones de dólares que no se sabe dónde fue a parar. En los dos expedientes salió indemne por el milagro de la prescripción.
Ahora –tras haber mitigado la era kirchnerista con candidaturas fallidas y algunos mandatos legislativos– ya está inmerso en su epopeya más gloriosa: militarizar la seguridad interna del país. Pasta para eso no le falta.
Al respecto, no está de más volver a su etapa cordobesa.
“Escuchame bien; si vos seguís hablando sin bajar el perfil yo no voy a poder garantizar tu seguridad”, le soltó por teléfono en 1996 el ministro Aguad al ex policía Luis Urquiza.
Éste, tras ser detenido y torturado durante un mes en plena dictadura por negarse a realizar actos represivos en el Departamento de Informaciones (D2), liderado por el temible Carlos Yanicelli, se refugió en Dinamarca. Al regresar hacía apenas unas semanas a Córdoba, descubrió que ese sujeto era el jefe de inteligencia de la policía provincial. Y que había sido nombrado por Aguad. Urquiza no demoró en denunciar ambas circunstancias.
Al actual funcionario macrista ya entonces le decían “El Milico” debido a su amistad con el general Luciano Benjamín Menéndez y otros genocidas, además de ser notoria su simpatía por el extinto régimen militar.
A partir de aquella comunicación, Urquiza comenzó a sufrir un sinfín de amenazas. Y decidió regresar a Dinamarca.
En su última conversación telefónica con Aguad, éste le imploró que no viajara porque ellos pagarían “un costo político muy alto”. Y no sin ofrecerle seguridad, dinero y una vivienda.
Aún así Urquiza se convirtió en el primer exiliado de la democracia.
Yanicelli está ahora condenado a prisión perpetua por cuantiosos delitos de lesa humanidad.
Y Aguad es nuestro insigne ministro de Defensa. «