Más allá de cierta polémica maliciosa en torno a la divisoria de aguas entre kirchneristas que marcharon el domingo 17 versus peronistas clásicos que lo hicieron el lunes 18, lo cierto es que el peronismo parece renacer desde sus cenizas, tras el incendio de la casa que no estuvo en orden en septiembre pasado. Es famoso el dicho que sostiene que los peronistas son como los gatos, porque cuando parece que están peleando se están en verdad reproduciendo. Claro que el riesgo siempre es la dispersión, y más en épocas neoliberales como la que nos toca vivir en el mundo de hoy. Por eso, precisamente, la muestra de unidad de la masiva movilización de la clase trabajadora de este lunes resulta fundamental para seguir analizando y pensando de cara a toda discusión posible en torno a la pospandemia.
La marcha del lunes 18 operó como un factor de unidad en múltiples sentidos. Por un lado, unidad de los gremios de la CGT, que busca llegar al 11 de noviembre con un piso de acuerdos que permita una coexistencia pacífica entre sectores otrara enfrentados; por otro lado, unidad de los Movimientos Populares, hoy mayoritariamente nucleados en la Unión de Trabajadores y Trabajadoras de la Economía Popular (UTEP), la herramienta sindical de las y los trabajadores sin derechos que busca incorporarse a la CGT. Finalmente, la unidad sindical del mundo del trabajo más allá de quienes tienen un empleo y gozan de ciertos derechos y quiénes no.
La diferencia entre unos y otros es notable. Y el lunes pudo verse con claridad caminando entre las columnas: en la vestimenta, el tipo de bebidas y de comida que circulaba entre las personas, en el tipo de banderas y en los modos de llegar a la movilización. También en el componente de género: mientras que en las columnas estatales aparecía la mixtura, en los gremios industriales la presencia de los hombres era exclusiva. En la economía popular, más allá del predominio de mujeres, también la presencia de muchachos jóvenes se hacía sentir.
Así y todo, la falta de un horizonte que otorgue ciertas posibilidades de proyectar una vida con dignidad sin deberle nada a nadie, ni depender de herencias o de explotar el trabajo ajeno son un denominador común: pocos trabajadores jóvenes hoy pueden pensar en construirse su casa, planificar unas vacaciones, imaginar cierta prosperidad para sus vidas de acá a unos años.
La memoria peronista, en ese sentido, puede seguir funcionando como espectro maldito del país burgués. Porque refiere a palabras claves como aguinaldo, obra social, indemnizaciones por despido, vacaciones pagas, es decir, como conquista y ampliación de derechos en el marco de un proyecto de país que aspira a la justicia social.
De allí la importancia del texto acordado por los gremios y difundido por la conducción ceguetista, que expresó entre otras cuestiones que la central sindical puede ser “reserva desde donde el Movimiento Nacional puede reconstruir el tejido social y fortalecer la política”. Sin lugar a dudas, si la CGT logra sellar la unidad de los gremios de asalariados hasta ahora enfrentados e incorpora a las organizaciones de la economía popular (que hoy expresan la mitad de las formas del trabajo en la Argentina), puede volver a jugar un rol político dinamizador que hasta ahora viene aplazando una y otra vez.
La masividad y el componente social de la movilización de este lunes 18 volvió a mostrar el poder sindical en las calles. El plebeyismo de la economía popular, su matriz comunitaria y territorial, su perspectiva feminista y diversa, vino asimismo a tensionar los modos más clásicos que el sindicalismo fue adquiriendo como rasgo distintivo en estas décadas.
Resulta difícil imaginar el futuro de una Argentina que ponga en el centro de la escena el trabajo y la producción y el desarrollo del país sin la recreación de un bloque de fuerzas sociales capaz de dinamizar una política centrada en la justicia social y la soberanía nacional.
Todo parce indicar que no hay peronismo posible para el siglo XXI sin la recreación de una nueva columna vertebral.