Queremos pensar las jornadas de este martes y miércoles como parte de un ciclo más largo de las movilizaciones feministas que conectaron violencias económicas económicas y violencias machistas. Hacer este ejercicio pone en retrospectiva luchas y disputas que dimos a lo largo de estos años: revela un modo de acumulación política.
Nos parece un hecho elocuente que se haya elegido el color verde para nombrar las actividades del día martes (martes verde) y del miércoles que reclama el tratamiento de la legalización del aborto por el congreso (luego de ser mandada el mismo martes verde por el poder ejecutivo), nominando una escena en la cual se ocuparon las calles al mismo tiempo que el congreso discutía (obviamente sin agotarla) una parte de la agenda de las militancias (también marcadamente verde: bosques, fortunas dolarizadas y perspectiva ambiental en la formación pública).
¿Qué nos dice esa escena (doble en varios sentidos: que ocupa dos días y que ocupa la calle y el Congreso)?
En primer lugar, que los feminismos han sido durante los años de resistencia al macrismo un movimiento político que ha hecho de las calles el lugar para vetar el proyecto neoliberal y para precisar un diagnóstico de las violencias que implica. El martes, con el festejo y el reclamo de un amplio sector de los movimientos sociales, sindicales y feministas, se respiraba esa certeza: no hay forma de poner en cuestión el destino que el Fondo Monetario Internacional con complicidad del sector concentrado de la economía local tiene preparado para las mayorías de este país sin ocupar las calles y volverlas mandato frente a las instituciones. La comentada “vigilancia” de la comitiva del FMI en el país, mirando la sesión parlamentaria, encuentra en la presencia callejera su contraparte.
Trazar ese modo de relación entre las calles y el congreso es un movimiento que también desarma una operación que es bien cara a la lógica financiera: la espera y la especulación. No hay qué esperar cuando el poder de chantaje de los fondos de inversión y de los especuladores nos declaran la guerra cotidianamente en el valor de la moneda. La guerra verde es sobre el control del gasto social y a la vez sobre los límites de la valorización inmobiliaria y financiera de los territorios. Pero el verde abortero es el color -el tono, la gramática, la escena- que se contrapone: expresa el relanzamiento de una capacidad de transformación desde las calles con impacto directo en las instituciones. Pero aún más: expresa la vitalidad de los feminismos para impulsar demandas, respaldar luchas y conectar agendas.
Estos días recordábamos que cuando lanzamos la consigna “Vivas, libres y desendeudadas nos queremos” llovían acusaciones de “mezclarlo todo”, de que finalmente las feministas “hacíamos política” y que entonces no estábamos preocupadas realmente por las víctimas de violencia de género. Para muchas, en cambio, hacer política es hacer esas conexiones y traducirlas en organización colectiva.
Eso que los medios de comunicación condenaban, para la mayoría de lxs que participamos de las asambleas feministas y otras instancias de encuentro, era y sigue siendo nuestro mayor desafío. Desde entonces hemos empujado y precisado un diagnóstico que nos llevó a producir medidas de fuerza capaces de mostrar cómo la violencia machista sobre nuestros cuerpos está absolutamente entramada con el proyecto neoliberal que nos explota con el endeudamiento a la vez que destruye nuestros territorios.
Estos días dejan a la vista el trabajo incansable de las feministas: de las feministas de la campaña por el aborto, legal, seguro y gratuito, de las socorristas, de las sindicalistas, de las compañeras de los movimientos sociales, de aquellas que están en las redes campesinas, de las compañeras feministas de partidos, de agrupaciones estudiantiles, de agrupaciones ambientalistas, porque sostuvieron desde una práctica cotidiana, como una exigencia permanente, la necesidad del feminismo de meterse en los “grandes temas”, de anudar problemáticas que no sólo hacen una integralidad de diagnóstico, sino también a la transversalidad de una fuerza. Las cuestiones que parecen destinadas a ser una discusión entre expertos divididas en celdas temáticas fueron subvertidas para lograr tejerlas como injusticias estructurales contra las que confrontar. Porque el feminismo será antineoliberal o no será nada.