Un 9 de enero de 1927, hace 91 años, nacía Rodolfo Walsh quien se convertiría en un emblema del periodismo y la literatura de la Argentina, a pesar de que la dictadura cívico militar terminó con su vida el 25 de marzo de 1977, apenas un año y un mes después de haber impuesto su poder a sangre y fuego. Tenía entonces 50 años y empuñaba la palabra como un arma.
El día anterior a su muerte, cuando se cumplía un año de la dictadura, había enviado la Carta a la Junta militar a todas las redacciones. Al día siguiente circulaba por el barrio de San Cristóbal y en la esquina de San Juan y Entre Ríos es interceptado por un grupo de tareas compuesto por unas 30 personas. Algunos testigos dicen que alcanzó a sacar su arma y a herir a uno de sus secuestradores en una pierna. Tiempo después, este integrante del grupo de tareas habría recibido una distinción en una ceremonia cuasi secreta por la herida sufrida en la acción. Walsh recibió varios disparos en el pecho y fue llevado a la ESMA.
La historia que sigue se infiere del relato de algunos testigos. Desnudo de la cintura para arriba reconozco a Rodolfo relata el sobreviviente Martín Gras en el juicio de la ESMA que reproduce Agustina Grasso en Perfil; me parece ver un par de impactos de bala en la zona del pecho, y es llevado precipitadamente con voces de mando, gritos y un estado de gran excitación hacia la enfermería.
Walsh dijo de sí mismo: «Fui lavacopas, limpiavidrios, comerciante de antigüedades y criptógrafo» y todas estas enumeraciones son ciertas aunque incompletas. Fue también un militante consecuente que pagó la coherencia con su vida, un periodista sagaz que puede considerarse el fundador de un nuevo género periodístico con Operación Masacre. En esta obra se mezclan la investigación periodística con técnicas tomadas de la literatura, lo que da como resultado una crónica que golpea, como lo hubiera dicho Roberto Arlt, como un cross a la mandíbula. Hay un fusilado que vive escuchó en un bar una tarde. La frase se refería a los fusilamientos de José León Suárez perpetrados por la autoproclamada Revolución Libertadora, que de liberadora no tenía nada por lo que fue rebautizada popularmente como Revolución Fusiladora, un nombre que le cuadra mucho mejor.
El fusilado que vivía era Juan Carlos Livraga y Walsh con el nombre de Norberto Pedro Freyre, el mismo que figura en el documento que llevaba consigo en el momento de su muerte, comenzó la investigación que terminaría en un libro emblemático.
La historia literaria de Walsh es conocida, pero nadie la sintetiza mejor que él en la pequeña autobiografía que escribió en 1965: Mis primeros esfuerzos literarios fueron satíricos, cuartetas alusivas a maestros y celadores de sexto grado. Cuando a los diecisiete años dejé el Nacional y entré en una oficina, la inspiración seguía viva, pero había perfeccionado el método: ahora armaba sigilosos acrósticos. La idea más perturbadora de mi adolescencia fue ese chiste idiota de Rilke: si usted piensa que puede vivir sin escribir, no debe escribir. Mi noviazgo con una muchacha que escribía incomparablemente mejor que yo me redujo a silencio durante cinco años. Mi primer libro fueron tres novelas cortas en el género policial, del que hoy abomino. Lo hice en un mes, sin pensar en la literatura aunque sí en la diversión y en el dinero. Me callé durante cuatro años más porque no me consideraba a la altura de nadie. Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola, comprendí que además de mis perplejidades íntimas, existía un amenazante mundo exterior. Me fui a Cuba, asistí al nacimiento de un orden nuevo, contradictorio, a veces épico, a veces fastidioso. Volví, completé un nuevo silencio de seis años. En 1964 decidí que en todos mis oficios terrestres, el violento oficio de escritor era el que más me convenía. Pero no veo en eso una determinación mística. En realidad, he sido traído y llevado por los tiempos; podría haber sido cualquier cosa, aun ahora hay momentos en que me siento disponible para cualquier aventura, para empezar de nuevo, como tantas veces. En la hipótesis de seguir escribiendo, lo que más necesito es una cuota generosa de tiempo. Soy lento, he tardado quince años en pasar del mero nacionalismo a la izquierda; lustros en aprender a armar un cuento, a sentir la respiración de un texto; sé que me falta mucho para poder decir instantáneamente lo que quiero, en su forma óptima; pienso que laliteratura es, entre otras cosas, un avance laborioso a través de la propia estupidez.
Tiempo fue precisamente lo que le faltó, aunque, pese a autoproclamarse lento, atravesó rápidamente el avance a través de su propia estupidez y dejó una obra insoslayable. Ricardo Piglia dijo de él en una entrevista con Hernán Vaca Narvaja: Paralelamente (con la escritura política), con una tensión que nunca resuelve y por eso es un gran escritor, porque vive en esa tensión permanente-, desarrolla una obra de ficción de primera calidad, que no se puede asimilar al modelo esquemático de lo que se considera la escritura novelística de izquierda. Es como que ahí hay un juego, que después la política le resuelve en un plano. La militancia política casi resuelve por él. Yo siempre digo que hay un momento importantísimo en la historia de Walsh, que es un momento que conozco bien porque en ese entonces yo lo veo. En el año ´68, después de publicar los dos libros de cuentos, hace un arreglo con Jorge Álvarez. Este le paga para que escriba una novela. Walsh tiene la idea de la novela que quiere hacer y da vueltas con esa novela. Y zafa de esa posibilidad de hacer la novela y de entrar un poco en el mundo del boom latinoamericano y de todo eso que lo está esperando con el diario CGT.
Hubo por lo menos dos cartas fundamentales en la vida de Walsh: la que le escribió a la Junta Militar y la que tuvo como destinatario explícito a sus amigos, aunque en realidad apuntara a un círculo más amplio. Es aquella en la relata la muerte de su hija Vicky, quien, al ver su casa cercada por militares resistió una hora y media devolviendo el fuego. Walsh dice que hay detalles que supo a través de un soldado, aunque es posible que éste no haya existido y que haya sido sólo un recurso para narrar la muerte heroica de su propia hija que, teniendo muy claro su destino, igual que su padre, no se entregó sin luchar.
Aunque el género epistolar es una especie casi extinguida, Walsh sigue escribiendo cartas. ¿Acaso sus textos no siguen interpelándonos como si fuéramos sus destinatarios exclusivos, como si nos estuvieran especialmente dirigidos?