Se corre el telón y comienza un hecho inédito de la historia argentina: un gobierno de extrema derecha que accedió al poder por el voto popular. Las causas de este fenómeno político seguirán siendo analizadas, aparecerán nuevas interpretaciones. Para la crónica, siempre pegada al vértigo de los acontecimientos, el acento está en lo que viene por delante.    

El peronismo encara su rol opositor. Las vertientes internas que se tensarán son las habituales. ¿Qué hacer? ¿Acompañar el humor mayoritario o tensar la cuerda? Por ahora gana la idea de “dejar hacer”. ¿Qué implica esto? No es posible definirlo. Será día a día, ley por ley. La visión predominante es esperar a que el respaldo social a Javier Milei vaya cayendo por el impacto de las políticas. Y no darle la excusa de que los resultados de su gestión son porque no lo dejan gobernar.

Esta estrategia entra en tensión con la de representar al 44% que votó a favor de Sergio Massa y en contra de Milei. El equilibrio no será fácil. No pueden descartarse fisuras y fracturas.

Milei ganó en zonas del país en las que Cristina arrasó en su momento. De ahí viene la reflexión sobre cómo recuperar a votantes de sectores populares y juveniles que no son parte del núcleo antiperonista visceral,  que sería capaz de votar un extraterrestre con tal de que el peronismo no gane.

¿Hasta qué punto puede victimizarse Milei? Lo hará desde el minuto cero. Ya empezó. Lo que no quiso hacer Alberto Fernández, y que fue un error, lo hará Milei. El presidente saliente evitó señalar de modo constante cuáles eran las consecuencias del endeudamiento que dejó Mauricio Macri. Una deuda que explica parcialmente los niveles de inflación. Alberto se abrazó a la idea de que culpar a la herencia cansa a la sociedad, que espera que el gobierno resuelva las cosas y no que busque culpables. Esto es cierto sólo en parte. Y una cosa no quita a la otra.

Parece difícil que el plan de Milei no desemboque en una creciente protesta social. Los trabajadores estatales, docentes, médicos, policías, los estudiantes universitarios, los jubilados, serán las víctimas inmediatas. Es poco probable que se queden en sus casas viendo cómo sus vidas se sumergen. Luego vendrá el resto, cuando la “miseria planificada”, de la que habló Rodolfo Walsh en su Carta abierta a la Junta Militar, empiece a instalarse.

Hay sectores del mileismo que esperan que los votantes de La Libertad Avanza disputen el “control de la calle”, además de las fuerzas de seguridad. Sería un escenario a la venezolana, con marchas en contra y a favor permanentes. Habrá intimidación en las redes sociales, persecución judicial a los referentes sindicales y estudiantiles. El objetivo será instalar la idea de que hay algo peor que empobrecerse y es además de eso recibir palos y cárcel.

En este punto aparece una responsabilidad para la oposición. La tradición carnicera de la derecha argentina obliga a evaluar bien las medidas de acción directa para no darle la excusa a una gestión, en especial a Patricia Bullrich, que parece sedienta por reprimir. Cuidar la vida será también un desafío para las formas de resistencia.

El frente cultural-mediático será clave. La derecha basa su consenso social en las creencias. Convencer a la población de que su situación es producto de un “orden natural” y que los “caídos” son responsables de su propia situación. No hay que subestimar el poder de las creencias. Es un error habitual del campo nacional-popular.

La memoria que deja el gobierno peronista que termina no es igual a la del 2015. Prima la desazón. A pesar de las muchas cosas que se pueden reconocer de la gestión, el aumento de la pobreza eclipsa lo demás. Esto le da a Milei cierto crédito inicial. Apuesta a un populismo de extrema derecha. Su primer gesto es no dar el discurso inaugural ante la Asamblea Legislativa sino saltarse las instituciones y hablar directo con la población. Se corre el telón.