La idea de que la historia se repite fue desarrollada por algunos de los más geniales pensadores de las Ciencias Sociales de la modernidad. En otro campo, en el de la Física, Stephen Hawking sostuvo que el universo (no la historia humana) es caótico, no tiene un orden, ni un sentido, ni un destino.
25 de Mayo de 2003. Néstor Kirchner está parado detrás de un escritorio señorial en Salón Blanco de la Casa Rosada. Tiene una curita en la frente. Es para tapar el corte que se había hecho un rato antes. Se había golpeado con la cámara de un periodista porque había roto el protocolo para abrazar a muchas de las miles de personas que habían salido a festejar la asunción del nuevo gobierno. En esas imágenes –antes de llegar a la Rosada– a Kirchner se lo ve disfrutar en medio de la multitud. Parece un niño que llega a la playa y sin sacarse la ropa corre hacia el mar para zambullirse en el oleaje. Su felicidad es inocultable. Quizás es un íntimo placer que le da la política: la posibilidad de abrazarse a cada rato.
Salón Blanco. Kirchner es alto, sonriente, inquieto. Es conocido que no lo hace demasiado feliz el protocolo, los rituales que forman parte de la construcción de la majestad del poder. Es todo lo contrario de lo que luego será Macri, cuando asuma –12 años después– y sufra la frustración de que Marcos Peña no le pueda conseguir el Cadillac descapotable con el que querrá recorrer Avenida de Mayo hacia la Rosada. Quizás será una bendición porque en las veredas de la avenida detrás de las vallas no estarán las multitudes que Macri querrá ver. Será, claro, culpa del clima que no acompañará.
25 de Mayo de 2003. La cámara que recorre el salón de la jura se posa sobre la imagen de Máximo Kirchner. Tiene 26 años. Saco, corbata, pelo largo. La derecha descubrirá luego al joven que fundará una organización juvenil de alcance nacional y mucho más adelante será pieza clave en el armado político que derrotará a Macri en la reelección. Pero, con su extraordinaria capacidad para observar en lo más profundo de los seres humanos, los medios descubrirán que la verdadera pasión de ese joven es jugar a la Play y se lo contarán al mundo entero.
Alberto Fernández está en primera fila. Su bigote aún no se encanece. El actual presidente es el primer ministro en jurar. Luce conmovido, como se lo verá –16 años después– en uno de los actos de cierre de su campaña presidencial, en Mar del Plata, cuando sentado junto a Cristina recuerde a su amigo Néstor y los ojos se le inunden de lágrimas hasta desbordarse.
Ahora, 25 de Mayo de 2003, Salón Blanco. El escribano oficial lee. Alberto guiña un ojo, levanta el pulgar. Lee Kirchner y Alberto lo mira a los ojos. Néstor tiene que alternar la mirada entre el papel y su flamante jefe de Gabinete. Alberto no mueve la mirada de los ojos de Kirchner. Puede resultar intimidante si no se conoce el afecto que hay detrás. Alberto respira profundo. Es nítida la mezcla de nerviosismo y emoción que agita su respiración. Posa la mano sobre la Biblia y jura. Se abraza con Kirchner. El actual presidente contará después que en ese momento le dijo a Néstor “llegamos” y que Kirchner le respondió: “Ahora, ponete a la laburar”. Y ambos se rieron. De las muchas cosas que pasan por los pensamientos de Alberto Fernández en ese instante es probable que no esté su imagen haciendo jurar a sus ministros 16 años después.
Quizás la historia se mueva en espiral o quizás sea caótica. Pero al recordar esa escena del 25 de Mayo de 2003 y al pensar en lo que vino después, los ocho años de Cristina, los cuatro del macrismo y el momento actual, pueda decirse, sobre estas idas y vueltas, parafraseando a Hugo Chávez en Mar del Plata: el kirchnerismo nunca se fue. Estaba de parranda.