El hombre que cree haber ganado las elecciones en EE.UU. le pide que renuncie al hombre que efectivamente las ganó. ¿El pretexto? La retirada de Afganistán. En sus palabras, “la máxima vergüenza en la historia” de su país. Demos la bienvenida al post-bipartisanship. Más allá de todas las consideraciones sobre el brutal régimen talibán que amenaza con volver a desplegar toda su panoplia de violaciones a los derechos humanos, la partida de sus tropas devuelve a la superpotencia a la realidad doméstica de una política exterior que ya no es más espacio de consenso bipartidario, sino campo de batalla de una guerra político-cultural que no tiene armisticio a la vista.
Al momento en que, en el sigilo de la noche, los últimos soldados estadounidenses despegaban de la base de Bagram, la orden de retirada del presidente Joe Biden contaba con el apoyo del 70% de sus conciudadanos, incluido el 56% de los republicanos, de acuerdo a un estudio encargado por el Chicago Council on Global Affairs. Menos de un mes después, una encuesta de Morning Consult/POLITICO relevada durante los tres días posteriores a la entrada del talibán a Kabul, mostraba que ese apoyo había descendido al 49%. Según este último estudio, 69% de los demócratas mantenían su apoyo incólume, pero ya sólo el 31% de los republicanos ratificaban su apoyo. La evidencia indica entonces, una vez más, la eficacia del liderazgo de Donald Trump y demuestra cómo las preferencias partidarias determinan (y sirven para predecir) las tomas de posición sobre (casi) todos los temas de la agenda política.
En efecto, Trump aprovechó de inmediato el impacto de las imágenes del caos en el aeropuerto de Kabul para culpar a su sucesor, a pesar de que éste no hizo más que completar un proceso que Trump había iniciado con el acuerdo de paz con los entonces insurgentes afganos en febrero de 2020.
Richard Haass, presidente del influyente Council on Foreign Relations, publicó un libro en 2014 que contiene su tesis en el título: La política exterior empieza en casa. Allí, proponía una hoja de ruta para la construcción del estado (nation building) dentro de los propios EE.UU. Haass constataba cómo la desaparición acelerada de los consensos entre demócratas y republicanos erosionaba el poder que el país podía proyectar sobre el mundo. Seguramente no imaginaba que seis años después, estadounidenses de distintas creencias políticas no pudieran ponerse de acuerdo siquiera sobre quién ganó las elecciones presidenciales.
En ese contexto doméstico, las consecuencias de la decisión de Biden de completar lo que Trump había empezado, no podía sino ser otra ocasión para una guerra retórica. El enfrentamiento abierto que busca Trump contra un Biden que, como es habitual, elige no responder directamente, es una nueva evidencia de que aquellos consensos no son más que cenizas del pasado. La retirada estadounidense es un experimento fallido de suplantar a la población local en la construcción de su estado. Éste fue, claramente, el propósito de la presencia de largo plazo de EE.UU. en Afganistán. Resulta cuanto menos sugerente que esa retirada ocurra al mismo tiempo que los mismos fundamentos de la construcción del estado en la súper potencia están bajo asedio republicano o, más ampliamente, cayendo en desuso generalizado entre las elites de ese país.
Los helicópteros evacuando a los últimos estadounidenses en Kabul trajeron a la memoria imágenes de Vietnam. Sin embargo, este Saigón sin buenos en el bando vencedor es una escena de un momento histórico que poco tiene que ver con 1975. Si dejamos de lado la infructuosa resistencia estudiantil y juvenil a la guerra del sudeste asiático, la élite política estadounidense no dejó de tener, tras aquella derrota, una unidad de propósito que hoy se ha evaporado. Mientras el talibán prepara la instalación definitiva de su régimen totalitario, festeja como victoria lo que probablemente sea una derrota autoinfligida de sus enemigos.