El canto vibró en la Universidad Nacional de Honduras, minutos antes de que Cristina Fernández de Kirchner comenzara su clase magistral.
“¡Alerta! ¡Alerta! ¡Alerta que camina / la lucha popular por América Latina!”. Decenas de voces emocionadas reformulaban, en el aula magna, una vieja consigna regional: ya no era -como a comienzos del siglo XXI- “la espada de Bolívar” la que caminaba por nuestra Patria Grande, ni era “el antiimperialismo” -como en los años ’70-, sino que, como afirmaba la vicepresidenta argentina, ahora son los pueblos y sus luchas los que “siempre vuelven”.
En ese sentido, la asunción de Xiomara Castro al frente de Honduras representa un doble triunfo: uno, por ser la primera mujer presidenta de ese país y, el otro, por el regreso de un gobierno popular y antineoliberal luego de 12 años de fraudes, golpes y violencia sostenidos por Estados Unidos.
“Primero, en 2009, fue el golpe contra Mel Zelaya. Luego, en 2013, hubo todo tipo de fraude para arrebatarme el triunfo electoral y para poner en el gobierno a Juan Orlando Hernández. La embajada de EEUU se inmiscuyó abiertamente en todo esto”, aseguró Xiomara Castro de Zelaya durante una entrevista que le hice en Tegucigalpa en el año 2017. “Hubo miles de votos de gente muerta y luego, con apenas el 20% de las papeletas escrutadas, se dio por ganador a Hernández. ¡Un escándalo! Desde entonces se desencadenaron asesinatos y persecuciones políticas que aún siguen”, denunció.
La permanente injerencia de Washington en la política hondureña no es novedad y Xiomara lo sabe. El disciplinamiento y control total sobre Honduras fue siempre prioritario para EEUU. Cuando en 1979 triunfó la Revolución Sandinista en Nicaragua, por ejemplo, el Pentágono instaló, en la base hondureña Soto Cano, la “Fuerza de Tarea Conjunta Bravo” (tropas de ejército, aviación y seguridad). Allí se adiestraron mercenarios y grupos contrainsurgentes como los “Contra” para derrotar al sandinismo. Hoy, más de cuarenta años después, Soto Cano sigue siendo una de las bases militar más importantes del Comando Sur y de la CIA en toda América latina.
El golpe de Estado jurídico-militar contra Mel Zelaya también tuvo como protagonista la base de Soto Cano y no sólo porque lo llevaron allí, esposado, después de derrocarlo. El 31 de mayo de 2009, 28 días antes del golpe de Estado, el presidente Zelaya había anunciado que Soto Cano sería remodelada para recibir vuelos comerciales y que la base norteamericana debía reinstalarse en una zona costera de Honduras.
Fue la gota que colmó el vaso. Meses antes, ese hombre de la clase alta hondureña que había surgido de un partido de derecha se había aproximado mucho a su par venezolano Hugo Chávez y había aceptado fondos de dos instituciones creadas por él: Petrocaribe y ALBA (Alianza Bolivariana para América). Para colmo recibía al embajador norteamericano, pero no aceptaba sus sugerencias. El propio Zelaya me lo aseguró en una entrevista: “Llegaban a mi despacho y me decían ‘Aquí está la lista de las personas que usted va a nombrar en su gabinete. Se la dejo para que la analice’. Así dominan a nuestros países”.
Xiomara acompañó a su esposo en cada instante de esa saga y ahora llega al poder con toda esa experiencia adquirida y con total conciencia del complejísimo escenario nacional que hereda. En su discurso de asunción, la presidenta prometió una “refundación” de Honduras. Con una deuda impagable, una democracia fragilizada y amenaza de disgregación territorial parece una tarea imposible. Sin embargo, cuenta con un inmenso apoyo popular y regional que da lugar a la esperanza.
Paso a paso, los latinoamericanos, hartos del neoliberalismo, están eligiendo gobiernos que piensen en los problemas de las mayorías y se esfuercen en solucionarlos. Eso prometió Xiomara Castro: “Avanzar con paso firme para tener una democracia verdadera”. No hay dudas, en 2022, ha llegado a Honduras la hora del regreso del pueblo. «