No estás tan radiante, Nueva York.
Con las heridas todavía abiertas que te dejó la pandemia, más bien lucís oscura, fría, melancólica. Siempre bella. Digna de un Viernes Negro.
En el Midtown, el viento frío que viene del río Hudson te puede cortar la cara como si fuera una navaja. Camino por la calle 34, frígido corazón comercial de la Gran Manzana. Postal plástica navideña que seguro conocen de alguna película pochoclera de Hollywood. Corre un tornillo bárbaro, sin embargo el delirante carnaval consumista del Black Friday calienta a miles de clientes en la helada tarde.
Las filas frente a los supermercados y las tiendas departamentales parecen serpientes emplumadas. Las familias reptan hacia los nidos comerciales. Adentro se viven orgasmos del derroche y la compra-venta desenfrenada. Manhattan lo sabe. Esa “gran puta de Babilonia y madre de todos los engendros” –como la llamaba Joseph Mitchell, el cronista máximo de esta ciudad de la furia– abre sus fauces para devorar billeteras y tarjetas de crédito hasta el último morlaco. El gran banquete del capitalismo está servido.
No todos están invitados.
Desocupados, homeless, indigentes, precarizados, yonquis… Cientos de miles de nuevos pobres cosechó Estados Unidos en estos dos pestilentes años. “Viene de antes de la pandemia, my friend. New York siempre tuvo luces y sombras”, me explica José, un cubano exiliado que labura en la zona de Times Square. Vino a hacer realidad el húmedo american dream hace diez años. Se gana la moneda en una pesadilla a secas enfundado en un traje de Batman. Un auténtico caballero de la noche más oscura del gran país del norte.
¿Dónde hay un mango, viejo Biden? Repiten los norteamericanos mientras se endeudan y gastan a mansalva. Encima, hay que sumar la inflación, la más alta en el país en los últimos 30 años. Aún no hay guarismos claros del viernes oscuro de este 2021, pero seguro serán mejores con la vuelta de la compra física.
María se gana el salario del miedo en un supermercado Target en la Hell’s Kitchen. Es repositora y vive en el Bronx. Le pregunto si tiene temor de contagiarse el virus por el malón de clientes. La piba mastica bronca atrás del barbijo y dice que no le queda otra: el sueldo le alcanza raspando para pagar la renta.
Hace unos días, la Federación Nacional de Minoristas (NRF, por sus siglas en inglés) estimó que alrededor de 158,3 millones de personas iban a sacarle lustre a la tarjeta de crédito. Casi 2 millones más que en 2020, cuando las ventas se fueron a pique por la peste. Algo es algo. Lo que seguro romperá records otra vez es la venta de armas. Después vienen las masacres en escuelas y centros comerciales. Rojo y negro pinta el futuro. Con carpa, Dani vende porros sobre la Avenida 8. Se la rebusca con la droga blanda. Nueva York legalizó el consumo recreativo en abril pasado. No así la venta del verdoso insumo. Falta apenas su reglamentación. El morocho comerciante dice que viene duro el Viernes Negro. Fumando un generoso joint espera a sus clientes. Añora, más bien, un viernes color dólar. Verde que te quiero verde.