A la situación en Venezuela podemos abordarla de distintas maneras. Periodísticamente, se debe informar objetivamente que el Tribunal Superior de Justicia (TSJ), en base a las atribuciones que le da la Constitución Bolivariana de dirimir controversias entre los órganos del Poder Público, decidió asumir las funciones legislativas, algo que ha hecho en otras ocasiones, en tanto que la Asamblea Nacional (AN) no acate la desincorporación de tres diputados de la Mesa de Unidad (MU), partido que controla el cuerpo parlamentario y acusa de «Golpe de Estado» (GE) la decisión del tribunal por su hegemonía chavista.
Politológicamente, cabe señalar que la situación no cuadraría en un GE, porque en esta ocasión no hay desplazamiento o toma del poder por parte de un grupo, ni en forma violenta o vulnerando las normas institucionales, como podría ser en un «Golpe Blando». Tampoco se ubicaría en un «Auto-Golpe», como lo están presentando los medios, al menos si lo comparamos con los casos de Bordaberry en Uruguay de 1973 o Fujimori en Perú de 1992, sencillamente porque no hay disolución del W3ático ante una derecha que se apresura por asumir el gobierno y una izquierda que se resiste a dejarlo usando todo poder a su alcance.
Algunos entendieron que en Brasil hubo un GE, blando pero golpe al fin, y que el llamado a elecciones podría ser visto como una vía para reencontrar la democracia, algo que se podría acelerar con una condena a Michel Temer. Con el mismo razonamiento, se podría decir que en Venezuela la voluntad popular podría dirimir esta disputa de poder y sería un desafío para el chavismo sostenerse democráticamente o saber replegarse para resistir desde la oposición.
Sin embargo, cabe señalar que éste es el juego que la derecha propone: adelantar las elecciones, porque quiere plasmar una mayoría que cree tener y no está dispuesta a esperar a las elecciones presidenciales de 2018, porque podría cambiar el escenario.
Esta estrategia no es nueva, desde el fallido GE del 11 de abril de 2002, la oposición siempre buscó el bloqueo y la destitución del chavismo. La diferencia es el contexto internacional adverso para el gobierno de Maduro, que encuentra pocos aliados, y que por el contrario es asediado por la presión de instancias como la OEA o el Mercosur y hasta podría perder la mediación del Papa Francisco que impulsaba un diálogo para una disputa que no lograría resolverse en el marco institucional.
En esta encrucijada, Venezuela juega el destino de su Democracia. «