Enamorado del espectro de Margaret Thatcher, hasta acompañó a la finada con aplausos, y eso que no fue su contemporáneo, cuando la señora se abocó a destruir el Estado británico, acabar con los sindicatos y, de paso, asesinar a los conscriptos argentinos que la dictadura había llevado al escenario de Malvinas.
Aunque sólo compartió con ella los años de su primer mandato (2017-2021), su admiración por la alemana Ángela Merkel lo llevó a disimular su inocultable misoginia.
Ahora, a Donald Trump le tocará lidiar con la mexicana Claudia Sheinbaum, contracara de su campaña de fascismo y odio contra los inmigrantes que llegaron a Estados Unidos tras un plato de comida y se encontraron con una bestia desatada que, en pleno siglo XXI, quiere hacer realidad el apocalipsis.
Hasta los desentendidos de los grandes temas de la política mundial saben que en la más poderosa potencia militar del mundo, y todavía fortaleza económica dominante, acaba de cerrarse una campaña electoral en la que el ganador logró la presidencia porque fue el mejor insultador de la pelea. Optó por disparar contra los inmigrantes, ignorando lo que significa para el país que él vuelva a gobernar desde el próximo 20 de enero. Con un discurso de raíz fascista, Trump dice ahora que promoverá el empleo castigando con aranceles del 25% a las empresas norteamericanas radicadas en el exterior para forzar su regreso al país. Tal es el caso, básicamente, de la industria automotriz (General Motors, Stellantis y Ford Motor Company) radicada desde hace más de 80 años en México. Así se lo hizo saber Sheinbaum en una carta pública.
«Usted debería saber», le dijo, que si se concreta esa suba de aranceles, Estados Unidos perdería 400 mil puestos de trabajo y reduciría su crecimiento económico, según datos de las industrias automotriz y de autopartes. «Usted debería saber», agregó, «que el 88% de las pick-up vendidas en Estados Unidos llegan desde México, y las cámaras empresariales estiman un aumento promedio de 3000 dólares por unidad». «Usted debería saber que estaría importando inflación (…), de modo que para abordar el tema de la emigración debemos arribar a otro modelo de movilidad laboral, necesario para su país y de atención a las causas que llevan a las familias a dejar sus lugares de origen por necesidad. Si algo de lo que su país destina a la guerra lo aplicara a construir la paz y el desarrollo, estaría atendiendo al fondo del tema que nos ocupa».
Trump repitió el jueves el discurso fascista que tan buenos resultados le dio a la hora de cosechar votos. Tocó la peor, la más cochina de las hilachas del pueblo norteamericano, y se llevó por delante a la candidata del Partido Demócrata. Ahora, el jueves, dijo que si sus planes no son correspondidos duplicará ese 25%, y si aun así la receta no funciona pasará sin más al 100%. Esto para México y Canadá, sus socios del acuerdo de libre comercio (el NAFTA). Aunque dice que China es igualmente responsable de los males norteamericanos, no se animó a tanto y sólo le prometió un 10% de arancel extra. Su bravuconada del jueves fue porque piensa que además de promover el ingreso de migrantes ilegales a su territorio, México, especialmente, es el gran responsable del consumo de fentanilo, el opioide que por sobredosis provoca la muerte de unos 100 mil jóvenes al año.
A la atropellada de Trump, Sheinbaum le respondió con toda firmeza y dignidad, a través de una carta pública en la que muy diplomáticamente le dijo que es un ignorante, que hay una serie de temas centrales que “usted debería conocer”. Se lo repite tres veces en una misiva no muy extensa (de menos de 3000 palabras), consciente del personaje que tiene enfrente y azorada, quizás, ante el nivel de pobreza intelectual y de conocimientos que tiene el futuro gobernante de la mayor potencia, el dueño de la paz y de la guerra, de la vida y de la muerte. Tres veces, cuando habla de los migrantes, cuando reitera la denuncia mexicana sobre el tráfico de armas con el que las fábricas de Estados Unidos infectaron el mercado mexicano de la violencia, cuando le indica que el drama del fentanilo es propio de esa sociedad en descomposición sobre la que Trump poco dice.
Nada respondió, hasta anoche, el presidente electo. Así, callado, logró en principio que sus socios del NAFTA empezaran a mirarse de reojo. La dignidad de la presidenta mexicana chocó con la sumisión del primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, que voló presto a al búnker de Mar-a-lago, en Miami, para rendirle cuentas al patrón. «No puede compararnos con México», dice que le dijo a Trump cuando le relató a la radio estatal canadiense los términos de lo conversado en una cena urgente en el country de Trump.
Entre muchos «sí, señor; no, señor», Trudeau se rindió ante el poderoso que acababa de humillarlo. Le dijo: «Vamos a comprar más drones y helicópteros artillados para la policía, vamos a redistribuir la tropa de control fronteriza y a reforzar la red de radares». Dados los «gestos amistosos de Trudeau, por qué no se revisan las concesiones mineras a Canadá», ironizó el diario La Jornada.
La ignorancia de Trump sobre los grandes temas quedó al descubierto el mismo jueves, el día de su última bravuconada. Esa tarde, la información oficial de Estados Unidos indicó que México cerró el décimo mes consecutivo como principal socio comercial de Estados Unidos. Sumó un total de 706.900 millones de dólares en concepto de importaciones y exportaciones, con lo que el intercambio comercial bilateral representó el 15,9% del total global operado por Estados Unidos, mientras de los otros dos potencialmente castigables Canadá participó con el 14,4% y China con el 10,9 por ciento.
En este intercambio de brutos y serviles nada le impidió a Sheinbaum defender los intereses de su país y, a la vez, reivindicar la grandeza del acervo cultural del pueblo que la eligió como presidenta con un aluvión pocas veces visto en el mundo democrático occidental del 59,8% de los votos. «México es un gran país –le escribió a Trump–, ya quisieran otros la riqueza cultural que tenemos, heredada de nuestros ancestros, los pueblos originarios. Son más de 3000 años de historia de civilizaciones precolombinas, prehispánicas grandiosas».
Con términos didácticos, maternales casi, dignos del nacionalismo más sano, Sheinbaum le respondió a Trudeau con un fuerte «a México se lo respeta», tras señalarle que «no sé a qué se refiere cuando dice que Canadá no es México, y es cierto, doy gracias, porque su país tiene, como Estados Unidos, un grave problema con el consumo de fentanilo, algo que le sugerimos enfrentar”. Antes, hablándole a Trump, había matado a todos los pájaros de un solo tiro, al señalarle que “usted debería estar al tanto del tráfico de armas que llega a mi país desde el suyo. El 70% del armamento incautado viene de su país, no lo producimos aquí, las drogas tampoco las consumimos nosotros, pero los muertos provocados para responder a la demanda de drogas de su país, esos sí los ponemos nosotros”. «
Un señor desbocado y los límites
La presidenta Claudia Sheinbaum fue lo más diplomática posible, dentro de lo que se puede ser según los límites admisibles para un estómago digno. Hay que recordar que frente a ella tenía a Donald Trump, un señor desbocado, erigido en uno de los más perfectos adalides del odio en estos tiempos en los que los insultos y la prepotencia han degradado la política occidental y cristiana. Así y todo, la mexicana le dedicó a su vecino una epístola cruda y franca en la que desnudó la ignorancia del norteamericano. “Cerraremos la frontera porque nos han llenado de asesinos”. Más allá de lo que pueden ser los derechos humanos, Trump, el autor de la frase, ignora todo sobre esos millones de migrantes que llegaron a su país.
Para un convicto que ha amasado su fortuna sobre la base de chantajes y reiteradas estafas al fisco y al prójimo, para no hablar de otros delitos que lo descalifican aún más, todo se mide en términos numéricos. Sheinbaum se lo insinuó, cuando le dijo cuánto valen esos millones de “asesinos” para la economía de su país y quiénes son. “Usted debería saber”, le dijo, y los organismos oficiales y los centros de estudios políticos y sociales se lo explican:
* Que los inmigrantes aumentan el tamaño de la economía porque pagan más impuestos de lo que reciben en servicios públicos, hacen el trabajo que otros rechazan y elevan los índices de consumo. El año pasado, por ejemplo, aportaron al fisco casi el 17% de sus ingresos, algo así como 580.000 millones de dólares.
* Según el Pew Research Center los indocumentados son alrededor del 5% de la masa laboral, la mayor parte ocupada en tareas agrícolas, la construcción, el servicio doméstico y la gastronomía (restaurantes y hoteles). Hay sectores, como la construcción y la agricultura, que sufren escasez de mano de obra y no resistirían los efectos de una deportación masiva.
* Del total de inmigrantes, tres millones no son “deportables”, tienen permiso para vivir y trabajar en el país. En ese grupo están los que pidieron asilo, los que se acogieron al Status de Protección Temporal y los que pertenecen al programa de los llegados en la infancia.
* El Instituto de Política Fiscal estadounidense señala que el año pasado los inmigrantes pagaron 97.700 millones de dólares en impuestos. Parte de esos recursos fue al financiamiento de servicios públicos a los que, por ley, no pueden acceder, como la seguridad social, el seguro de desempleo o la mayor parte de los programas de salud para personas en situación precaria.