El 26 de abril se detectaron en Treinta y Tres, en el este uruguayo, tierra pedregosa sin mar, los primeros cuatro casos de coronavirus: obreros brasileños que cruzaron la frontera para trabajar en una próspera planta industrial, ultramoderna y en crecimiento. El martes 5, se confirmaron otros siete, también brasileños, mano de obra barata también contratada por Tecnocyl-Cielo Azul (cemento). Era uno de los siete distritos libres del virus. Pese a estar entre los cinco de frontera viva con Brasil. Hasta ahí no habían controles sanitarios.
El jueves 7 se supo del primer caso en Rivera. “Un profesional que por sus actividades cruza diariamente a la ciudad brasileña Santana do Livramento”, informó Salud. Ese día fue pródigo en noticias desconcertantes. El presidente Luis Lacalle Pou recordó que el lunes 18 comienza la zafra de caña de azúcar en Artigas, otro de los departamentos “binacionales”. “Vamos a redoblar los controles, porque vendrán entre 300 y 350 jornaleros brasileños (obreros no calificados) que durante cinco meses estarán en un ida y vuelta permanente”.
Luego Ernesto Talvi, un economista que hizo de la cancillería una especie de agencia de viajes, convencido de que la repatriación de los uruguayos que paseaban por el mundo es saludable para su imagen de político en ascenso. Informó que en su vuelta a España, el avión de Air Europa (que devolverá a Montevideo a 300 viajeros) irá a Madrid con 250 esquiladores uruguayos que trabajarán en la zafra lanera. Nunca antes, en la historia reciente, Uruguay exportó mano de obra al reino que lo colonizó y que, cinco siglos después creó, con puro espíritu despectivo, el término “sudaca” con el que discriminó a los exiliados.
En Rivera y Artigas basta cruzar una calle para cambiar de país. El caso de Treinta y Tres es distinto. Los trabajadores que llegan desde las periferias de Caxias, Bagé, Pelotas y otras ciudades de Río Grande do Sul deben pasar por el departamento de Cerro Largo, donde los obreros acarreados por Tecnocyl ya dejaron siete contagiados. La cementera está 15 km al noreste de la ciudad –25.000 habitantes; 11% de desocupación–, donde los brasileños, alojados en las afueras, deben recalar para abastecerse de todo, desde tabaco hasta distracciones.