El 80% de estos incendios son ilegales, iniciados por productores, propietarios y comerciantes. Y al conflicto producción-economia-naturaleza –usos de la tierra, política, comercio, agricultura, ganadería, agroquímicos, minería-, este año se han sumando importantes reducciones presupuestarias para la gestión ambiental nacional, subnacional e internacional
Los incendios en Brasil son verdaderas bombas nucleares ambientales pues agreden el mayor enclave forestal del mundo y son de impacto directo en la gestión climática global, Esta región -el doble del tamaño de la India-, es hogar de la selva tropical más grande que queda en el planeta: alberga al menos el 10% de su biodiversidad total, ayuda a regular su temperatura, le origina cerca del 10% del oxigeno, y posee el 20% de la reserva de agua dulce. También absorbe los gases de efecto invernadero, fija CO2 mitigando el calentamiento global y la emergencia climática y es territorio, cuna y hogar de pueblos originarios que protegen y dependen de los recursos del bosque
Esta región es también generadora de lluvias, lo que ayuda al desarrollo de la agricultura, impactando los suministros básicos de alimentos, y es además la mayor almacenadora de carbono tropical en el Planeta. Sin la absorción de carbono que produce esta región –por los incendios y la deforestación-, la crisis climática se volverá cada vez más inevitable. Será imposible cumplir con los objetivos climáticos que el mundo trata de establecer.
La mejor manera de detener esta emergencia es que el gobierno y las instituciones responsables actúen de inmediato y protejan estrictamente la tierra y el bosque deteniendo la deforestación. Esto implica contar con políticas propiciadoras de un desarrollo económico justo y sostenible con la naturaleza y con la gente dentro. Todas las naciones son responsables para ayudar a Brasil , y en particular los países de la región, de mantener los servicios ecosistémicos en la Amazonia que el Planeta necesita.
Por todos estos motivos, la región de la Amazonía, en esta emergencia de hoy, debe ser considerada –además de territorio soberano de los países suramericanos que la integran-, como un patrimonio de vida y construcción de futuro de la humanidad, y los estados del mundo, junto a los organismos de Naciones Unidas, encontrar los mecanismos necesarios de gestión –alerta temprana y pronta respuesta, adaptación y resiliencia- y vigilancia de las emergencias climáticas que se ciernan en los próximos tiempos.
Sin duda, estos incendios obligan al mundo a fortalecer la implementación urgente, seria, comprometida y eficaz de los acuerdos de Paris, restaurando las tierras desforestadas e incendiadas, reconociendo daños y perjuicios a las poblaciones y ecosistemas afectadas en la salud por la calidad del aire, los aerosoles de partículas sólidas (PM10) y líquidas. También obligan a revisar meticulosamente la calidad deliberativa, transparencia, insumos, productos y recomendaciones de las Conferencias de las Partes de Cambio Climático, que este año llevará a cabo su vigésima quinta experiencia, la COP 25, en Santiago de Chile.
Conviviendo el Planeta con las emisiones de gases GEI mas altas de la historia, con eventos extremos del clima cada vez más robustos y frecuentes y con 2/3 del mundo sin programas de adaptación, es necesario fortalecer los resultados de la COP 25 a través de la incorporación deliberativa formal y concreta de los gobiernos subnacionales –mucho más eficaces en responder a las emergencias y con mayor ambición de futuro que los gobiernos nacionales-, y sobre todo, hacer participar y escuchar a todos los sectores de la sociedad civil organizada (organizaciones sociales, ambientales, sindicatos, pymes, universidades, entre otros )–especialmente a los jóvenes y a trabajadores de la salud- para lograr hechos y no palabras ante el peligroso futuro que se avecina.
En nuestra región –y en nuestro país-, la emergencia climática parece no estar presente con suficiente fuerza ni en las agendas institucionales, ni en las ciudadanas, y mucho menos en la agenda de los grandes partidos políticos o sus dirigentes. Tampoco está presente en las agendas electorales, a pesar del fuerte sinergismo entre modelo de desarrollo-crisis económica-crisis climática, situación que agrede a diario los presupuestos y bolsillos de instituciones, empresas y ciudadanos, haciendo la crisis aún más profunda y grave.
A ello hay que sumar el vacío de respuestas de las instituciones regionales –Mercosur, zona Andina, OEA, OTCA, y la de otros organismos regionales-,a este problema, así como al de la emergencia climática.
Los incendios de la Amazonia suramericana deben generar un nuevo momento de acercamiento político entre instituciones y ciudadanos suramericanos para discutir con franqueza y actuar decididamente a nivel regional antes que sea tarde.
Una Suramérica dividida, fraccionada ante el futuro, es tan débil y vulnerable como la Amazonia. La ausencia de políticas regionales, o pensar que solo políticas nacionales podrán enfrentar la emergencia climática, es tan determinante de los incendios, como el papel que hoy tienen los negacionistas.
El clima, la Amazonia , los incendios, la solidaridad intergeneracional exigen hoy, perentoriamente, a instituciones y ciudadanos suramericanos HECHOS Y NO PALABRAS. EL FUTURO ESTA EN JUEGO.