En medio de un diferendo más que centenario que enfrenta a Venezuela y Guyana por el territorio fronterizo del Esequibo –hasta ahora limitado al ámbito de la diplomacia–, y cuando el país bolivariano enfrenta una agresión económica y comercial de Estados Unidos y sus aliados, pero por primera vez en más de una década sobrevive con algunas señales auspiciosas, Georgetown asumió una actitud belicosa. Según Caracas, parece orientada a favorecer los intereses de las multinacionales petroleras. Venezuela denunció ahora que las acciones de ExxonMobil, seguidas disciplinadamente por Guyana, podrían ser parte de la estrategia estadounidense para obtener el petróleo que necesita, provocar un conflicto y retomar la amenaza militar contra el gobierno de Nicolás Maduro.
Después de cuatro años, los años de Donald Trump en la presidencia de Estados Unidos, un tiempo en el que las presiones sobre Venezuela se volvieron insoportables, con renovadas sanciones y una amenaza latente de intervención directa, reapareció Guyana. Esta vez lo hace con propuestas que se alejan del mandato formulado por las Naciones Unidas en 1966, en cuanto a que el diferendo debe resolverse por la vía de un arreglo amistoso, dialogando, y no por un fallo de la Corte Internacional de Justicia u otra instancia de ese carácter. Esta nueva ofensiva arrancó con un discurso ante la Asamblea General de la ONU, en setiembre de 2022, y revivió el 17 de febrero pasado, cuando se cumplieron 57 años del Acuerdo de Ginebra suscripto entre las partes y Gran Bretaña, el antiguo poder colonial.
En ambas instancias Guyana se distancia de las decisiones de la ONU, reivindica la validez de un laudo arbitral de 1899, dictado siete décadas antes de su nacimiento como país y se apega al discurso de la ExxonMobil. El Esequibo está en disputa desde mediados del siglo XVIII. En 1899, y en ausencia de Venezuela, el llamado Laudo Arbitral de París favoreció al Reino Unido, despojando al país sudamericano de un área que le pertenecía desde 1777. Tras el nacimiento de la ONU (1945), Caracas recurrió el fallo en ese ámbito, donde se lo declaró nulo e írrito. Así se llegó a la firma del Acuerdo de Ginebra, que comprometió a la búsqueda de una solución pactada. Guyana no acepta otra decisión que no sea la de París, y a ello agregó una presentación ante la Corte Internacional de Justicia, una instancia que no tiene jurisdicción en el caso.
En una y otra ocasión la reacción venezolana fue instantánea. En su nuevo discurso, dijo Caracas, Guyana «atropella la histórica posición venezolana sobre la controversia territorial por nuestra Guayana Esequiba, regida por el Acuerdo de Ginebra, suscripto por Venezuela, Guyana y el Reino Unido para alcanzar una negociación amistosa sobre el territorio oriental de 160 mil kilómetros cuadrados ocupado por selvas, sabanas, manglares y fuentes hídricas, en el que habitan pueblos indígenas originarios». Cuando habla de manglares, Caracas dice una región de vasta diversidad biológica con alta productividad, donde se encuentran las más variadas especies de aves, peces, crustáceos y moluscos. Y con proyección sobre un área submarina rica en petróleo, donde la Exxon –la multinacional nacida como Standard Oil de la mano de John Rockefeller, el primero de la dinastía– halló grandes reservas.
Llamativamente, o no, el resurgimiento de Guyana en el escenario se da justo cuando la crisis regional anudó una serie de episodios que han dado cierta tranquilidad a Venezuela. Después de casi siete años de fronteras cerradas, con el nuevo gobierno de Gustavo Petro, Bogotá y Caracas acordaron la reapertura y la plena libertad de circulación de personas y bienes por los más de 2000 kilómetros de una de las divisorias binacionales más activas de la región. Además, Colombia devolvió la petroquímica Monómeros, una de las empresas insignia de la estatal Petróleos de Venezuela, usurpada durante el gobierno ultraderechista de Iván Duque, en el marco de un paquete de apropiaciones que incluyen las refinerías CITGO en Estados Unidos y las reservas de oro depositadas en el Banco de Inglaterra.
La irrupción de Petro fue decisiva, con él Colombia rompió las barreras y abrió el cauce para que el nuevo Brasil de Luiz Inácio Lula da Silva esté ordenando los desaguisados dejados por Jair Bolsonaro para retomar las relaciones plenas, y México acreciente el intercambio comercial. Estados Unidos, castigado por sus propios errores en la guerra de Ucrania, tuvo que ir a golpear las puertas de Caracas en busca de petróleo, autorizó a la Chevron a reiniciar sus actividades –extracción y refinación– en Maracaibo y arrastró a una oposición complaciente a desconocer al auto elegido presidente Juan Guaidó y a mantener un diálogo político que desembocaría en su participación en la vida pacífica del país.
Pese al abismo político que siempre separó a Venezuela de los gobiernos guyaneses posteriores a 1997 –fin del mandato del progresista Cheddi Jagan–, Hugo Chávez mantuvo un buen diálogo con las autoridades de Georgetown. Tanto que logró la incorporación de la antigua colonia británica a las estructuras de la CELAC y la UNASUR. Sin embargo, no por ello dejó de ser categórico cuando las circunstancias lo exigieron. «Venezuela no promueve el uso de la fuerza, no promueve la imposición de la voluntad de una sola de las partes, no promueve el neocolonialismo, la desigualdad y la violencia de la guerra mediante artilugios financieros, mediáticos, de lawfare que han destruido países y asesinado a millones de seres», dijo en 2012, meses antes de su muerte.
Nicolás Maduro no fue, ahora, menos duro. «Venezuela –dijo– lamenta que Guyana forje esta matriz para facilitar el despojo del territorio, cuando la realidad es que el Acuerdo de Ginebra ordenó a las partes alcanzar un arreglo mutuamente satisfactorio. Recuérdenlo: el sol de Venezuela nace por el Esequibo». Está claro que Maduro no tiene los interlocutores que tuvo Chávez. El actual presidente guyanés es Mohamed Irfaan Alí y el primer ministro –el que corta la torta– es Mark Anthony Phillips. Ambos son egresados de la Universidad Católica Madre y Maestra. El primero cultiva fuertes vínculos con el mundo académico norteamericano. El segundo se formó militarmente en la británica Royal Military Academy, y siguió cursos de perfeccionamiento en el Colegio Interamericano de Defensa de Washington y el Colegio de Estado Mayor y Comando del Ejército de Estados Unidos. «