Lo de Alexandria Ocasio-Cortez, una joven activista de origen hispano de 28 años, fue un logro inesperado, pero también la expresión de los nuevos tiempos que se avecinan para el Partido Demócrata, luego del golpe que significó la derrota de Hillary Clinton y el aparato partidario más tradicional en manos de Donald Trump.
Porque Ocasio-Cortez, que hasta no hace tanto era mesera y preparaba cócteles en el bar Flats Fix, de Nueva York, planteó desde el vamos una agenda que despabiló las enmohecidas estructuras del partido en la «ciudad que nunca duerme». Entre los ejes de su campaña, por ejemplo, mantuvo como lema «Se supone que las mujeres como yo no nos presentamos a cargos públicos». Y no tuvo empacho en identificarse como integrante del partido DSA (Socialistas Democráticos de Estados Unidos) ni en prometer que luchará por abolir la Agencia de Inmigración y Control de Aduanas (ICE por sus siglas en inglés), encargada de expulsiones de extranjeros, o por extender el servicio de salud Medicare, un tímido legado de la era Obama que Trump está intentando desguazar.
Con casi nada de apoyo económico, en una sociedad donde cada voto se pelea con dólares, ganó en las primarias del Partido Demócrata del Bronx y parte de Queens al congresista Joseph Crawley, un viejo lobo de la política de 56 años, con un amplio bolsillo para hacer campaña y con 20 años en la Cámara de Representantes. «Al principio no tenía sino una bolsa de papel, algunos volantes y unos sujetapapeles, pero no paré de llamar a puertas y hablar con la gente», explicó la joven.
Pero se le animó a Crowley, al que acusó de confiarse en los abundantes fondos que recibe para postularse y el respaldo de una dirigencia partidaria demasiado cómoda en creer que «tiene a la clase trabajadora y a la gente de color de su lado sin importar qué desabridas sean sus propuestas».
Ocasio-Cortez –hija de una puertorriqueña que hace trabajos de limpieza y un hispano del Bronx– pudo abrirse camino y estudió Economía y Relaciones Internacionales en Boston, donde conoció al senador Ted Kennedy, con quien llegó a trabajar.
La crisis del 2008 –también la muerte de Kennedy y de su padre– la hizo volver a Nueva York y ocuparse de lo que fuera para ganarse la vida. Fue un buen entrenamiento para aprender lo que le faltaba por saber sobre ese sector de la población al que en ese país no suele calentar el sol.
Es así que en 2016 dio el primer paso al partido Demócrata, de la mano de Bernie Sanders, el senador de Vermont que representa el ala socialista dentro de esa agrupación política. Sanders mantuvo un discurso progresista que no le alcanzó para derrotar a la elite partidaria, representada por los Clinton, pero al menos para abrir el debate sobre la defensa de los derechos de los trabajadores y en contra de los privilegios.
Ocasio-Cortez ahora suma un lugar clave, Nueva York para la renovación partidaria y a su aliado Sanders. Para comentaristas «paleoconservadores» como Patrick Buchanan, es una amenaza de que la oposición de Trump dejará de lado a los más centristas blancos (y defensores del establishment, por cierto) para dejar el partido a hispanos, negros… y mujeres. Como Ocasio-Cortez, Elizabeth Warren, otra crítica de su partido tanto como de Trump, o de Maxine Waters. «