Con el regreso de la familia Marcos al gobierno, Filipinas vuelve a anotarse en la lista de los más fieles y le abre a Estados Unidos las puertas para la construcción de cuatro nuevas bases militares. Hace 37 años Ferdinand Marcos padre (1965-1986), el dictador, le dejó al Pentágono cinco fuertes y les concedió a los marines un status diplomático que les permitía violar toda legislación, y a las adolescentes filipinas también. El 2 de febrero, el vástago mayor, Ferdinand Jr., firmó una extensión de los acuerdos de defensa existentes, y para ir borrando el triste recuerdo dejado por las «bases», aclaró que junto con la soberanía lo que se entrega son, apenas, «sitios» militares. «Digamos que esto es un esfuerzo para modernizar nuestra alianza», precisó Lloyd Austin, el jefe del Pentágono.
Filipinas ocupa un espacio estratégico único para los intereses militares de EE UU. Con sus 7641 islas, islotes y atolones extendidos sobre el océano Pacífico, el archipiélago conforma un enclave decisivo ante dos de los grandes focos de tensión del área: Taiwán y el Mar de China Meridional. Se trata de la zona llamada a convertirse en el escenario de la guerra ante un eventual enfrentamiento entre China y EE UU. Ni Austin ni su par filipino, Carlito Gálvez, dieron pistas sobre la situación concreta de los nuevos enclaves. Se sabe, sin embargo, que el Pentágono y la comunidad de inteligencia norteamericana citan en sus documentos internos tres posibles puntos de Luzón, una isla del extremo norte del país, la única gran extensión de tierra cercana a Taiwán, además de China.
El nuevo pacto bilateral se extiende bajo el Acuerdo de Cooperación de Defensa Mejorada (EDCA) firmado en 2014. El único detalle que trascendió establece que EE UU destinará U$S 82 millones para realizar mejoras en la infraestructura de las cinco bases ya existentes. «Esto es sólo la parte inicial de nuestros esfuerzos para mejorar las facilidades que nos entrega Filipinas», dijo Austin. «La cooperación en materia de defensa no debería tener el objetivo de apuntar contra nadie o dañar los intereses de un tercero. Con esa mentalidad es que EE UU aumenta su presencia militar en Asia, agravando las tensiones», respondió desde Pekín el vocero de la cancillería, Mao Ning.
Quedó claro que Ning se refería a que esta histórica alianza de seguridad, de vieja data pero congelada, se fortalece con la mirada puesta en China y bajo los antiguos formatos, aunque las partes pretendan asignarle otro carácter. La ampliación de la «cooperación» militar es una señal del fortalecimiento de lazos después de un período de tensiones bajo el gobierno de Rodrigo Duterte (2016-2022), el predecesor de Ferdinand Jr. Durante su sexenio, Duterte fortaleció las relaciones con Rusia y China y amenazó con romper relaciones con EE UU, expulsar a los marines y derogar el EDCA, el factor vital que permite y ampara que miles de efectivos norteamericanos ingresen año tras año para realizar maniobras de combate a gran escala y con un tono insinuante hacia China.
El canciller norteamericano Antony Blinken debía llegar a Beijing el 5 de febrero. Sería, sin dudarlo, uno de los acontecimientos diplomáticos del año. Tres días antes el Pentágono firmó el acuerdo con Filipinas, con barcos, aviones, misiles y bombas pensando en China. Mientras Blinken estuviera dialogando con las autoridades chinas Estados Unidos estaría derribando un globo y otros globos que serían chinos y espías. El viaje de Blinken fue cancelado. ¿La visita a Beijing era realmente deseada por Washington? El 15 de febrero, el vocero de Seguridad Nacional, John Kirby, sorprendió al decir que «no se ha visto nada que apunte a la idea de que estos objetos (los globos mensajeros de la guerra) fueran parte del programa de globos espías de China». Al día siguiente Joe Biden ratificó palabra por palabra lo dicho por su subordinado.
En el mundo
Nadie sabe a ciencia cierta cuántas bases norteamericanas están diseminadas por el mundo, desde la primera (Guantánamo, en Cuba) hasta las cuatro nuevas de Filipinas. Con datos oficiales, el Conflict Management and Peace Science Journal dice que son 254. Como resultado de una larga investigación, la American University de Washington concluyó que son 802. Ambos estudios coinciden en que están repartidas en 70 países. Alemania es el país europeo con más cantidad: tiene el 52% del total continental y el 28% del total global. En Asia, Japón gana con 120 bases. En África hay bases permanentes y semipermanentes en 30 países, con Somalía como principal víctima. En América Latina, Panamá y Puerto Rico encabezan la lista con 12 bases cada uno, seguidos por Colombia (nueve) y Perú (ocho). La Constitución filipina prohíbe la estadía permanente de tropas extranjeras, pero el EDCA permite que efectivos del Pentágono, con status de «visitantes», estén indefinidamente en los cuarteles siempre que sea en escuadrones rotativos. «Hay una historia de desigualdad en nuestra relación, en la que hemos cargado también con los costos sociales. Hay una historia de violaciones, abusos a menores y residuos tóxicos», señaló un documento del partido progresista Nueva Alianza Patriótica. Parecería ser que esta vez se cuidarán las formas y no volvería a haber miles de marines llenando los «barrios rojos» de Olongapo o Ángeles City, que en los ’70 se convirtieron en centros de prostitución y drogas donde se gestaron, al menos, 15.000 niños que crecieron en la pobreza y sin sus padres.
Crisis de vocaciones
Cuando faltan curas y en las parroquias más desfavorecidas deben esperar a que, cada tanto, llegue un religioso de otros parajes para celebrar los santos oficios, en el Vaticano dicen que hay una «crisis de vocaciones». No advierten que la que está en crisis, quizás, sea la institución, jaqueada por la avasallante cruzada pentecostal. A Estados Unidos le pasa más o menos lo mismo. Tiene cada vez más bases militares diseminadas por el mundo, pero no tiene qué ponerles adentro. Armas y esas cosas hay, aunque escasean en estos tiempos de generosa entrega a Ucrania. La industria bélica se frota las manos y produce para reponer. Alguien pagará la cuenta. Lo que falta es gente entrenada para matar.
Lo que el Vaticano llama crisis de vocaciones, el Pentágono lo define como una «crisis de reclutamiento». Ante la falta de motivaciones, uno y otro tratan de atraer a los jóvenes con ofertas materiales. Así como la Iglesia propone a los seminaristas una formación con salida laboral garantizada, casa y comida, el instituto militar más poderoso del mundo ofrece a los reclutas un «bono de alistamiento» de 50.000 dólares. La prensa citó fuentes oficiales para precisar que en 2022 el Pentágono se propuso inscribir a 70.000 reclutas, cuando aún no se preveía la necesidad de tapar el agujero de las cuatro nuevas bases filipinas. En junio bajó sus ambiciones a 60.000 y terminó cerrando con 45.000, sólo el 64% de la meta original.
En octubre de 2022 la secretaria general del Pentágono, Christine Wormuth, enmudeció al Comité de Defensa del Senado cuando disparó los más mortíferos datos. «Sólo el 23% de los jóvenes de 18 a 24 años –dijo– puede ser elegido para ingresar a las fuerzas armadas. El 77% restante queda automáticamente excluido por obesidad, drogadicción avanzada, antecedentes penales o problemas psíquicos. La imagen de la sociedad sobre sus fuerzas armadas es letal –agregó Wormuth–, el 50% de los menores, los jóvenes a los que queremos seducir cuando les ofrecemos un bono, no está ni siquiera interesado en conocer la historia del ejército. Sólo el 9% piensa en integrarse a la milicia».