El Observatorio de la democracia del Parlasur está nuevamente colaborando este fin de semana para garantizar la trasparencia de una elección en la región. Es este caso, una instancia crucial. Un capítulo más de la América Latina en disputa.
Los dos candidatos que llegan al balotaje en Chile, muestran fielmente la situación política y social del país. También la dicotomía en que se encuentra la población. José Kast, más a la derecha de Piñera, frente a quién llegó en segundo lugar, Gabriel Boric, claramente vinculado a la izquierda. La disyuntiva es entre una persona que reivindica la dictadura pinochetista claramente, que su padre fue ministro de ese gobierno y que su hermano es ministro del actual administración de derecha. Sin embargo y a pesar del claro descontento, tiene posibilidades de ganar. Y por otro lado aparece un hombre vinculado a las protestas sociales, a la nueva izquierda, muy representativo. Justamente su candidatura es consecuencia de los estallidos del setiembre del 2019.
Se refleja en de este modo, la ruptura con el bipartidismo que rigió a Chile en los últimas tres largas décadas, cuando la gobernó la Convergencia, un acuerdo entre el Partido Socialista y la Democracia Cristiana, o por el contrario, la derecha. Las dos expresiones de estos sectores, apenas arribaron a un cuarto y a un quinto lugar en primera vuelta, con sus candidatos, Sebastián Sichel y Yasna Provoste, respectivamente. Y en el tercer escalón quedó sugestivamente Franco Parisi, quien hace dos años no vive en Chile y quien no puede regresar por problemas en la Justicia, por una causa iniciada por la falta de pago de la cuota alimentaria a su familia. Siquiera estuvo en su país, el día de las elecciones, pero a pesar de ello logró cerca del 12,8 por ciento de los sufragios.
Ese sólo análisis evidencia el descrédito que hay sobre la política, lo que se tradujo concretamente en la baja participación en primera vuelta: votó menos de la mitad del electorado. Cualquier consideración comienza, entonces, en que se mantiene un descontento muy manifiesto pero que esa cuestión se combina con una apatía generalizada que es el factor determinante de la escasa participación electoral, a pesar de lo reciente de las grandes protestas que atravesaron a la sociedad chilena hace apenas dos años.
El reclamo que se hizo en ese 2019, que surgió por un aumento del aumento de los transportes públicos, culminó en una reforma de la Constitución que no había logrado modificarse durante más de 40 años, y que fuera implementada por la sangrienta dictadura de Pinochet en 1980. El 25 de octubre del 2020, el 79% votó la aprobación. En esa ocasión, la derecha no obtuvo siquiera el terció necesario para influir en la letra de la nueva normativo constituyente, o incluso, para vetarla.
Luego se eligieron gobernadores en 15 regiones: en una sola de ellas se impuso la derecha, en tanto cuatro quedaron para la izquierda y en una decena fue la centro izquierda, la alianza de socialistas y demócratas, la que obtuvo la preeminencia.
Pero estas manifestaciones de rechazo al neoliberalismo y al pasado más nefasto de la política chilena, no se tradujo en las presidenciales, hecho que desnuda lo voluble que es el voto de amplios sectores de la sociedad chilena, que a su vez lo exhibe con muy baja participación. Pero, además, se produce en medio de un clima político marcado por la circunstancia que en paralelo funciona la constituyente que está haciendo modificaciones muy importantes para el país. Todo este escenario, confuso, voluble, extremo en dicotomías, es otra demostración que América Latina se encuentra en disputa, que la contraofensiva de la derecha no alcanzó a transformar la época, a consolidar las ideas neoliberales y que, al mismo tiempo, al movimiento popular le cuesta tener la fuerza suficiente para instalarse y generar gobiernos estables. Por eso, insistimos que estamos en presencia de un momento sumamente interesante en la región. Y que en Chile seremos espectadores de un nuevo capítulo más de esta América Latina en disputa.