A pocas cuadras del Mercado de las Brujas de la ciudad de La Paz, en una empinada cuesta de la urbe sede de gobierno boliviana, una plaza rinde justo homenaje a un luchador popular. Un espacio urbano del barrio de Gran Poder, que tatúa la memoria de las luchas del pueblo boliviano, encarnadas en la figura de Marcelo Quiroga Santa Cruz, el escritor y militante socialista secuestrado durante las sangrienta narcodictadura comandada por el general Luis García Meza, a principios de los años ochenta.
El dictador murió este domingo a los 88 años y se llevó a su tumba valiosa información sobre el destino de los restos del político cochabambino, asesinado en el contexto del Plan Cóndor.
El escritor Adolfo Cáceres Romero alguna vez afirmó que la vida de Quiroga Santa Cruz fue un modelo de virtudes y sacrificio para todos los bolivianos. Quizá por esto, y por mucho más, su legado está más vivo que nunca en la actualidad política y cultural del país andino-amazónico que gobierna Evo Morales. Esta es parte de su historia.
El deshabitado
Marcelo Quiroga Santa Cruz nació el 13 de marzo del año 1931, en el seno de una familia acomodada de la ciudad de Cochabamba. De infancia y adolescencia trashumante, el joven Marcelo estudió Derecho en Santiago de Chile, y Filosofía y Letras en La Universidad Mayor de San Andrés, en las alturas paceñas. Para la década del cincuenta, comenzó a ganarse el pan dando clases de literatura, atendiendo los negocios familiares y también haciendo sus primeras armas como periodista.
Es en un espacio imaginario bastante parecido a su natal Cochabamba, la «Llajta», donde Quiroga Santa Cruz ambienta su primera novela, Los deshabitados (1959). Premiada en 1962 por la Fundación William Faulkner con el galardón a la mejor novela iberoamericana, Los deshabitados tiene a la revolución minera-obrera-campesina que se había instaurado en Bolivia el 9 de abril de 1952 como inevitable trasfondo, no político, sino ético y moral.
Cuando le preguntaban sobre la esencia de su primer libro, Quiroga Santa Cruz explicaba que había sido escrito como no debe escribirse nunca un libro: es casi una secreción; comenzó a vivir bajo la forma de una extraña sensación de melancolía. Elogiada por Borges y García Márquez, Los deshabitados es una novela que pinta un fresco demoledor de una sociedad rural, feudal y asfixiantemente clerical. Una ciudad de provincia donde cada vez se instalaban más fábricas. En la novela, Fernando Ducrot alter ego del escritor debate su vida entre la exasperante necesidad de plasmar sus ideas en el papel en blanco y las discusiones existenciales con un viejo y sabio párroco franciscano. Los dilemas éticos y espirituales sobre la labor del intelectual y su compromiso social parecen no tener remedio en Los deshabitados. De alguna manera, el libro cobija la semilla del compromiso con los sectores populares que Quiroga Santa Cruz encarnaría durante el resto de su vida.
Oleocracia o patria
Pocos años después, el escritor dejó la ficción (su segunda novela Otra vez marzo se publicó recién en 1990) y dedicó su vida a la política. Las ideas socialistas y la Revolución Cubana fueron las primeras brisas de un huracán ético que modificó el destino político que unían al joven Marcelo con los ideales de las familias patricias de Cochabamba. En una entrevista durante los años setenta, cuando la periodista Elsa Jascalevich le preguntó cómo se definía ideológicamente, este aseveró sin dudar: «Lo que he realizado y voy a realizar guardará estricta consecuencia con un objetivo final: la sustitución de un régimen de explotación por otro en el que la justicia social sea posible». Durante sus años de juventud, Quiroga Santa Cruz participó activamente en la construcción de la Falange Socialista Boliviana (FSB). Y ya como diputado de la FSB, durante la segunda parte de la década del 60, presentó cargos contra el general René Barrientos Ortuño (presidente entre 1964-1969), por haber facilitado desde el Ejecutivo, permiso y medios a los agentes de la CIA, para llevar adelante la persecución y el asesinato del Che Guevara en La Higuera.
Pionero en la lucha por el control de los recursos naturales, Quiroga Santa Cruz logró, desde su cargo en el Ministerio de Energía, la nacionalización en 1969 de los yacimientos petrolíferos controlados por la norteamericana Gulf Oil Company. Para principios de los años setenta, la fundación y dirección del Partido Socialista-1 (PS-1) llevaron a Quiroga Santa Cruz nuevamente a una bancada en el Congreso boliviano. Luchando contra el desarrollo del aparato policial que sometía a Bolivia desde hacía décadas, su nombre comenzó a figurar en las listas negras de los oficiales de las Fuerzas Armadas. El golpe de Estado de 1971, liderado por el general Hugo Banzer Suárez, lo obligaron a un largo exilio. Su primer destino fue Chile, y luego la Argentina.
Dos libros de ensayos escritos durante esos años -El saqueo de Bolivia (1972) y Oleocracia o patria (1977)- denuncian los negociados entre las élites bolivianas, los gobiernos de facto y las petroleras extranjeras. En el prólogo del monumental ensayo de 1972, Quiroga Santa Cruz escribió: Siendo costumbre de los escritores dedicar un libro a la persona que inspiró su redacción o en cuyo homenaje se rinde el esfuerzo intelectual, yo quiero que ésta, fruto de una pasión inextinguible por la libertad y la justicia social, le sea dedicada, póstumamente, a los que ya no verán la sociedad liberada de mañana y que ellos contribuyeron a organizar con su generosa sangre.
Durante su exilio en la Argentina, Quiroga Santa Cruz colaboró activamente en el diario Noticias y trabajó como docente en la Universidad de Buenos Aires. Perseguido por la Triple A, debió dejar el país y se radicó en el Distrito Federal mexicano. Allí se ganó la vida como profesor de economía política en la UNAM. Por esos años, fue uno de los fundadores del Instituto de Economistas del tercer mundo y participó en Washington como miembro de la delegación latinoamericana en un seminario sobre política Hemisférica; en París, en la Sorbona, del Congreso de Americanistas; y en Caviat en Yugoslavia, en una reunión internacional para el análisis del socialismo científico.
Su labor como autor de obras de teatro, ensayos políticos, cortometrajes y críticas cinematográficas, además de su trabajo como director de revistas culturales y periódicos, es impresionante. La totalidad de su obra ensayística y literaria, diseminada en folletos clandestinos, colaboraciones periodísticas, libros colectivos e intervenciones en clases universitarias, superaría las 4000 páginas y aún aguardan por una postergada edición definitiva.
En 1977 Quiroga Santa Cruz pudo retornar a su patria en forma clandestina. Con la caída del banzerismo, volvió también al ruedo político público. Desde el Congreso impulsó en 1979 un juicio de responsabilidades contra el diminuto dictador oriundo de la tropical Santa Cruz de la Sierra, la Miami sin mar boliviana. Pero el juicio no prosperó.
La narcodictadura
La Paz, 17 de julio de 1980. Cerca del mediodía, una patota de paramilitares al mando del coronel Luis Arce Gómez invadió a punta de revólver la sede de la Confederación Obrera Boliviana (COB). En ese edificio del centro paceño, un grupo de sindicalistas, obreros e intelectuales definían acciones para defender al gobierno constitucional de Lidia Gueiler, ante el golpe de Estado que encabezaban las Fuerzas Armadas comandadas por el general Luis García Meza. Las órdenes de los militares eran claras: secuestrar y asesinar al diputado socialista y candidato presidencial Marcelo Quiroga Santa Cruz.
Una dictadura con aceitados vínculos con otros gobiernos militares de América Latina (en pleno auge del Plan Cóndor), y financiada por capos del narcotráfico, estaba comenzando a dar sus primeros pasos en Bolivia. Pocas semanas antes del golpe, los militares habían asesinado al sacerdote jesuita y periodista Luis Espinal, homenajeado por el Papa Francisco en su visita al país hace pocos años.
García Meza encabezó la junta militar más sanguinaria de la historia de Bolivia. Asesorada por sicarios argentinos, por el ex oficial de la SS y la Gestapo Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon, y el terrorista neofascista italiano Stefano Delle Chiaie, la narcodictadura desató el terror. Ya en la toma de posesión, el ministro de gobierno Arce Gómez, primo del Rey de la Cocaína Roberto Suárez Gómez, advirtió que los opositores al gobierno y los comunistas debían andar con el testamento bajo el brazo.
Quiroga Santa Cruz fue una de sus primeras víctimas. Fue malherido por los paramilitares, cuando salía con las manos en la cabeza de la sede obrera, y luego trasladado al Estado Mayor del Ejército, donde fue asesinado. Tenía 49 años.
Los restos de Quiroga Santa Cruz jamás fueron entregados a sus familiares. Todo el poder del Estado, respaldado por tanques y metralletas, le teme a un muerto, denunció por esos días su esposa, la escritora María Cristina Trigo. Pocas semanas después, Julio Cortázar, a quien el escritor cochabambino había conocido en su exilio mexicano, también denunció su desaparición y escribió al respecto que el poder mata directamente a las voces que luchan contra el conformismos y las críticas cautelosas. Marcelo Quiroga Santa Cruz fue asesinado en Bolivia porque su mera sombra era para los militares golpistas lo que el espectro de Banquo era para la conciencia de Macbeth.
Una herida abierta
A principios de la década del 90, el general García Meza y otros miembros de la narcodictadura fueron condenados a 30 años de prisión en el penal altiplánico de Chonchocoro, sin derecho a indulto, en un juicio de responsabilidades por el asesinato de Quiroga Santa Cruz y otros ciudadanos. Sin embargo, aprovechando diversos vericuetos legales, escapes cinematográficos al exterior o la simple desidia del Estado boliviano, los condenados empezaron a cumplir sus penas en los últimos años. En 2009, durante la jornada en que se ratificó la condena del otrora Ministro de la Cocaína Arce Gómez, el vicepresidente Álvaro García Linera expresó: Hoy no es un día de venganza, sino de justicia. Un día en el que muchas personas nos sentimos congraciados, satisfechos de ver que la justicia tarda pero llega.
En marzo del 2015, el dictador García Meza declaró a la prensa que los restos de Quiroga Santa Cruz se encontraban enterrados en una caja de piano en la hacienda San Javier, propiedad del fallecido Banzer Suárez, en el departamento de Santa Cruz de la Sierra. Sin embargo, el dato aportado por el dictador no dio resultados positivos en las pesquisas policiales llevadas adelante en el oriente boliviano.
El 31 de enero de 2016 la causa tuvo novedades. El prófugo suboficial del Ejército Felipe Froilán Molina Bustamante, alias El Killer, uno de los autores materiales sentenciados por el asesinato de Quiroga Santa Cruz, fue capturado en un barrio de la zona sur de La Paz. Por esos días, en declaraciones al matutino paceño La Razón, José Antonio Quiroga, sobrino del escritor, advirtió: Esperamos que ahora se pueda reactivar la investigación sobre el destino de los restos de Marcelo. El Killer participó del asesinato y por supuesto que sabe qué es lo que pasó con su cuerpo. Además de Froilán Molina existen otras personas prófugas y el Estado no hace el menor esfuerzo para encontrarlas, y no cumplen su sentencia en la cárcel. Hay un abandono de la indagación. Para el escritor Sebastián Antezana, nieto de Quiroga Santa Cruz, la captura de El Killer era una buena noticia que llega vergonzosamente tarde y enfatizaba que no es ni un ápice de lo que debería hacer el gobierno de Morales para resolver el caso de desaparición de Marcelo y de todas las demás víctimas de las dictaduras militares que hoy, pese a las fanfarrias y propaganda, siguen postergadas.
El dictador García Meza murió este domingo sin aportar datos precisos sobre el destino de los restos del escritor. La búsqueda de verdad y justicia por parte de los familiares continúa. La tumba deshabitada de Marcelo Quiroga Santa Cruz es una herida todavía abierta en la conciencia de los bolivianos.