El placer de haber gobernado el Brasil y haber hecho la mayor política de inclusión social de la historia. Ese fue el mayor argumento con el que el expresidente y candidato favorito a las elecciones de hoy, Luiz Inácio Lula da Silva, se pronunció el jueves en el debate presidencial junto a otros seis candidatos, pero prácticamente un único rival: el presidente Jair Bolsonaro.
Ese rasgo histórico de sus gobiernos transcurridos entre 2003 y 2010, sumado a la persecución que prosiguió contra él y otros dirigentes del PT, incluída la expresidenta Dilma Roussef, destituida por un golpe parlamentario y la llegada de la ultraderecha bolsonarista, son los factores que lo colocan, según las encuestas más recientes, con altas posibilidades alcanzar el 50% y un voto que exige la ley para triunfar en la primera vuelta, en unos comicios que generan muy alta expectativa no sólo en su país sino en la región, atravesada por una disputa política polarizada entre la derecha y los movimientos populares.
Con sus 76 «jóvenes años», el exmetalúrgico e histórico dirigente sindical enfrentará con su Partido de los Trabajadores al excapitán del ejército nostálgico de la dictadura militar, de 67 años, que procura su reelección encabezando la fórmula del Partido Liberal. Consciente de que la intención de voto le es esquiva (al menos 15 puntos por debajo de Lula), Bolsonaro apunta a polarizar votos para garantizarse un acceso a la segunda vuelta, prevista para el día 30. Durante la campaña y en el mismo debate, no faltaron sus clásicas bravuconadas indirectas, a través de los grupos paramilitares que lo apoyan, y las propias acerca de cómo reaccionará a un resultado que parece inminente. De hecho, durante el debate eludió responder si aceptará el resultado, algo con lo que había venido amenazando en los últimos tramos. Quienes se adelantaron a esa posición fueron los propios jefes militares (ver aparte), disipando un poco la bruma fantasmal de una asonada antiPT. Bolsonaro se enfrentó también con el Tribunal Superior Electoral (TSE), que prohibió la convocatoria de acudir a las urnas con la bandera brasileña o la camiseta del seleccionado de fútbol, que había propuesto, lo que claramente sería tomado como un voto cantado o una proclama partidista. Frente a esa negativa, el presidente amenazó con enviar a las Fuerzas Armadas a cerrar los colegios electorales que no permitan a los electores votar con ese atuendo.
A Bolsonaro le juega en contra también la gestión durante la pandemia, que negó a tono con el discurso conspirativo de la extrema derecha en el mundo, a pesar de haber tenido la segunda mayor cantidad de muertos, después de Estados Unidos. Durante su gestión también se profundizaron las desigualdades, más allá de algunas cifras positivas en la macroeconomía que no permitieron detener el aumento de la pobreza y del hambre, que se incrementó en un 73% desde 2020, según la Red Brasileña de Investigación de Soberanía y Seguridad Alimentaria.
«La gente te enviará a tu casa el 2 de octubre», le dijo un confiado Lula en el debate. Cuando muchos lo daban por terminado, lo imaginaban envejeciendo en una cárcel o retirado definitivamente de la política, quien sacó a 30 millones de brasileños de la pobreza y pudo lograr que el pueblo vuelva «a comer tres veces por día» está a punto de demostrar que su legado sigue presente en la memoria de gran parte de los 156 millones de brasileños llamados a votar hoy. Más allá de que la actual coyuntura económica y política dista mucho de aquellos años, con una economía condicionada por los últimos acontecimientos globales una sociedad altamente polarizada, un amplio sector considera que el retorno de Lula representará el «fin de la pesadilla». En ese sentido, un triunfo con amplio margen garantizaría la gobernabilidad en los primeros tramos de gestión, con una amplia mayoría parlamentaria que permita apoyar la eventual administración.
Con un mensaje de esperanza, que con un simple movimiento de la mano convertía el símbolo del arma con los dedos índice y pulgar, representación del militarismo extremo de Bolsonaro y sus partidarios, en la L de Lula, los votantes del PT creen que este domingo encontrarán la revancha a aquella jornada de 2018 en la que el candidato petista, Fernando Haddad, perdía en segunda vuelta frente a Bolsonaro por la proscripción de Lula, producto del lawfare encabezado por el exjuez Sergio Moro, y tras una seguidilla de derrotas del campo popular devenidas de la destitución de Dilma.
Los datos publicados el último viernes por Datafolha, la encuestadora del diario Folha de Sao Paulo, afirmaban que Lula mantenía el 50% de intención de voto, contra los 35 puntos de su principal rival. Muy lejos figuraba el resto de los candidatos: Ciro Gomes (PDT) con el 6%; Simone Tebet (MDB), con 5%; y Soraya Thronicke (Unión), con el 1%. Por su parte, Felipe d’Ávila (Novo); Vera (PSTU); Sofía Manzano (PCB); Eymael (DC); Leo Pericles (UP) y el Padre Kelmon (PBT) no llegan al 1 por ciento de intención. «
Respeto militar
El Alto Comando del Ejército, cuerpo colegiado más influyente de las Fuerzas Armadas de Brasil compuesto por 16 generales, se reunió en una audiencia especial para dejar en claro que respetará el resultado de las elecciones de hoy, sea el que fuese. La declaración de los mandos militares respondió, indirectamente, a las amenazas de Jair Bolsonaro de denunciar anticipadamente un supuesto fraude y una suerte de auditoría de parte de las fuerzas, que mayoritariamente lo han respaldado. «Si Bolsonaro quiere auditar los resultados tendrá que hacerlo por los medios legales establecidos», refirió el sitio Brasil247 que señalaron los militares. Por su parte, el trabajo de las Fuerzas Armadas en la jornada electoral se restringirá a la custodia de las urnas y la verificación de que los votos lleguen en tiempo y forma al centro de cómputos, aseguraron.