«No van a poder destruir el Mercosur», respondió Lula a una pregunta de Tiempo sobre el destino de la alianza regional, con Michel Temer en Brasil y Mauricio Macri en la Argentina.
Con aire relajado, después de cumplir con el ritual de siempre que visita el Lulão -comer «guiso de gallina con la mano» en la casa de Sandra y Bruno, dos asentados del MST- Lula fue impedido de seguir hablando con este diario por su asesora de prensa, cortando la espontaneidad del ex presidente con un: «No puede dar entrevistas.» Protegiéndolo, en verdad, en un momento en que, como él mismo dijo en su discurso «están intentando criminalizar al PT y a Lula.» Como Maradona, su amigo, habla de sí mismo en tercera persona.
El asentamiento Lulão, inaugurado por el expresidente en 2005 en la región sur del estado de Bahía, pleno nordeste brasileño, ya no es el campamento de barracas de plástico negro de años atrás. La plantación agroecológica está floreciente -cada una de las 132 familias tiene su lote y hay otro de uso colectivo-, las casas son amplias y de material, cada una con su jardín de árboles frutales (mango, bananas, cacao, coco), la escuela Paulo Freire, Sala de Atención Primaria de Salud, energía eléctrica y, claro, una iglesia evangélica y una católica en construcción.
Hay una sede comunitaria de la asociación del asentamiento, una agroindustria que produce harina de mandioca y pulpas de frutas, entre otros, y se está terminando la construcción de un campo de deportes. Lula y su pequeña delegación de dirigentes del PT, CUT y MST, llegó con varias horas de atraso. El líder petista fue a recorrer las plantaciones y a almorzar en casa de asentados, mientras los militantes del Movimiento, que llegaron en ómnibus de toda la región, disfrutaban de músicas «setentistas» y bien nordestinas y comían la gigantesca feijoada preparada en la cocina de la escuela. Según el MST, unos 2500 trabajadores del Movimiento, y otras organizaciones sociales, participaron del acto.
«Golpe nunca más», «Lula de nuevo», «Democracia sí, golpe no». Las pancartas, en el acto del miércoles último en el Lulão, mostraban la gravedad del momento político y preanunciaban la votación a favor, al día siguiente, en Comisión del Senado, del impeachment (juicio político) a la presidenta constitucional Dilma Rousseff. El martes próximo la plenaria del Senado deberá decidir, por mayoría simple, si las lábiles acusaciones contra la presidenta justifican el impeachment, en medio de la fiesta de los JJ OO «usurpados» por el presidente interino Michel Temer, según declara el PT.
Si el Senado lo aprueba, finalmente Dilma Rousseff pasará a la historia como la primera presidenta, al menos en América Latina, que enfrenta un juicio político por «improbidad administrativa». Aunque el modus operandi evoque el caso del depuesto presidente paraguayo, Fernando Lugo.
Banderas coloradas
No se engañe el lector con el clima de puños en alto y el rojo del PT sobre el verde paisaje del asentamiento. Allí afuera, lejos de los grandes centros urbanos, la preocupación del brasileño medio es el aumento exponencial del precio del feijão a casi 4 dólares el kilo, y no son pocos los beneficiarios de los planes sociales y con casa propia gracias a las políticas inclusivas del PT que internalizaron el discurso de la red Globo sobre la «corrupción» y el «cambiemos».
Pero el blanco del golpe, por elevación, es este hombre de 70 años, de guayabera roja, que anunció aquí que «si es necesario…» volverá para ganar las presidenciales de 2018. El cuco de las clases dominantes en Brasil es, en fin, un señor moderado, que no enjuició a los torturadores de la dictadura inmensa deuda del PT- ni cambió paradigmas de la economía, pero que cometió el «populista» pecado de redistribuir (tímidamente) riqueza, fortalecer el consumo interno, apuntalar la reforma agraria y abrir las puertas de la universidad pública, por primera vez, a hijos de trabajadores, indígenas y negros. Para ellos fue demasiado; para la izquierda, insuficiente.
A pesar de artillería mediática, las mayorías que ahora están vislumbrando que el «cambio» no fue precisamente a su favor- votarían por Lula presidente en 2018, e indudablemente el objetivo es inhabilitarlo políticamente. Unidos contra el golpe, los movimientos sociales y sectores de izquierda dentro del propio PT no olvidan que el huevo de la serpiente el ex vice Temer y compañía- fueron introducidos al gobierno por una política de alianzas en pro de la «gobernabilidad», y esperan que pase la tormenta para reclamar una autocrítica que Lula y Dilma deben.
Junto a los líderes de los trabajadores del campo (MST) y de la ciudad (CUT), Lula agradeció al Movimiento Sin Tierra «por la solidaridad en los momentos más difíciles de mi vida, cuando los amigos eventuales desaparecieron». Dijo que no quiso mudarse de su departamento en el ABC paulista porque «vivo a 300 metros del sindicato (metalúrgico) y es un oxígeno para mis pulmones abrir la ventana y escuchar a la gente en las puertas de las fábricas insultando (xingando) al patrón, como yo insulté durante toda mi vida, reclamando aumento de salarios». Dijo: «Es en esos momentos que pienso que todavía tengo muchas cosas que hacer.» Y luego contó que a veces se pregunta por qué no está «sosegado, en mi casa, cuidando de mis ocho nietos y una bisnieta en camino».
Lula, interrumpido a cada momento por padres y madres que «izaban» a sus hijos al escenario para fotografiarlos con el expresidente, recordó la historia del campamento sin tierra que se transformaría en el asentamiento Lulão, «cuando enfrenté a los empresarios de la (corporación sueco-finlandesa de celulosa) Veracel» para evitar que hubiera represión contra los ocupantes del primer campamento. «Me acuerdo de las críticas que me hizo empresa cuando dije que el MST es un movimento serio, de hombres y mujeres de bien y que era preciso respetarlos.»
El germen del hoy floreciente asentamiento fue la ocupación, en 2004, de tierras de la multinacional, próximas al campamento Lulão, forzando al gobierno federal a negociar tres áreas para asentar a las familias. «Muchos los calificaban a ustedes de violentos, de vagos, pero la lucha valió la pena (…) Estoy aquí porque quiero morir siendo testigo de que valió la pena esta lucha», dijo.
La riqueza de la dignidad
Para Lula, la prueba simbólica está en la familia de Sandra y Bruno, con gallinas y producción de huevos, una vaca lechera, un autito y cinco hijos con oficio y profesión. «No entendía por qué Sandra me decía todo el tiempo que era rica porque fui a la cocina, y no es de ricos, fui al baño, y no es de ricos, pero entendí que su riqueza reside en su dignidad.»
«Ustedes aguantan mucho tiempo debajo de una lona negra y resisten a las acciones de la clase burguesa, que hace de todo para dificultar la vida de los trabajadores», dijo Lula. «Queremos -continuó- que una hija de trabajador pueda ir a la universidad para ser ingeniera, médica, agrónoma, no para ser empleada doméstica.»
Luego describió la paranoia mediática con una anécdota. En 1989, en una favela de Pernambuco, «visité un barraco donde en dos m2 vivía un matrimonio con cinco hijos, con un agujero en un rincón para hacer las necesidades, y la señora me dijo: ‘yo no voy a votarlo porque usted me va a sacar todo lo que tengo’. No entendí nada, me volví loco, era para consultar a un psicólogo, pero después entendí que ella no tenía nada, pero lo poco que tenía era todo lo que tuvo en la vida.»
Luego destacó que hoy hay presencia de hijos de trabajadores en la universidad, un cambio de paradigma en Brasil. Varias mujeres del asentamiento gritaron: «¡Sí, mi hija es una de ellas! Fue necesario, en este país, que llegue al poder un tipo analfabeto, con sólo cuatro años de escolaridad, pero que conoce perfectamente el alma del pueblo, porque ustedes no nacieron para pasar privaciones, nacieron para ser gente y este país tiene tierra y tiene agua», dijo.
Rodeado de chicos, los «sem terrinha». Lula advirtió que «la élite brasileña no tiene que preocuparse más conmigo, yo ya tengo 70 años, mi futuro es tan corto… Ellos tienen que preocuparse con los hijos de ustedes, que aprendieron que tienen derecho a tomar leche, a comer carne, a tener una escuela digna. Esos pibes no van a aceptar más someterse, ser sirvientes.» Y avisó que «por el ritmo en que vienen estos pibes, los que piensan que Lula es radical no saben lo que se viene en el futuro».
«Por lo tanto, señores diputados y senadores- advirtió- no se preocupen con Lula 2018 porque si es necesario vuelvo, y su vuelvo es para ganar las elecciones.» Y concluyó: «Pero la verdad es que ya renacimos, en nuestros hijos y en nuestros nietos.»
La mística del MST al son de la música argentina
Éramos dos argentinos en el asentamiento Lulão, esta cronista y Javier Abou, licenciado en Ciencias Políticas en la UBA, charanguista y mochilero, huésped del MST (en la foto, detrás del acordeonista). Y fue al son de «cambia, todo cambia», cantada por el mochilero, que los jóvenes y los «sem terrinha» (los chicos del movimiento) abrieron el acto con la infaltable «mística», una dramatización sin palabras de la reforma agraria. En la tierra ante el escenario, chicos y chicas del asentamiento entraron con picos, palas, facones, mientras otro relataba una trova sobre matanzas de campesinos, desde Canudos hasta El Dorado dos Carajás. Al son de otra música argentina, «Usted preguntará por qué cantamos», (Você preguntará por que lutamos) contó la historia del Lulão, la ocupación de tierras de la corporación de celulosa Veracel «con plantaciones de eucaliptos que mataron nuestras matas, secaron nuestros ríos» y la providencial intervención de Lula, en 2005, para evitar la represión policial, ofreciendo a los sin tierra mudarse a su actual localización. La mística siempre termina con gente desalambrando, plantando y llevando cestos de mandioca, bananas y otras producciones del asentamiento. Y el himno del MST: «só sem terra/ só sem terra sem/ essa é a identidade mais bonita que eu ganhei».
La reforma agraria paralizada por Temer
El 70% de los alimentos que llegan a la mesa de las familias brasileñas- cifras oficiales- proviene de la agricultura familiar, incluyendo los asentamientos rurales del MST, con más de 350 mil familias asentadas y otras 75 mil acampadas (esperando la legalización de la tierra, a través de la reforma agraria), según datos aproximados dados a Tiempo por una de las líderes del movimiento, Elisabeth Rocha.
Mientras soja, eucalipto, caña de azúcar y otros monocultivos extienden la frontera agrícola -agrotóxicos como glifosato mediante-, el pequeño agricultor brasilero ocupa un papel decisivo en la cadena productiva que abastece al mercado interno: mandioca (87%), porotos (70%), carne porcina (59%), leche (58%), carne de aves (50%) y maíz (46%).
La reforma agraria en Brasil se da a través de la ley de desapropiación, garantida por la Constitución de 1988. El Plan Nacional de Reforma Agraria (1941) fue reformulado en la reforma constitucional, asegurando el derecho del Estado a la desapropiación de tierras privadas consideradas improductivas para utilidad pública, especialmente para la reforma agraria.
El procedimiento es el siguiente: el Estado compra o confisca latifundios considerados improductivos a través del INCRA (Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria), y da asistencia técnica y financiera, de consultoría, planes de vivienda y materias primas para las familias asentadas. En los asentamientos del MST, lo primero que se construye son las escuelas.
Sin embargo, el propio PT, en la voz de João Marcelo Inrtini, ingeniero agrónomo y asesor del partido en el Congreso, admite que el ritmo de la reforma es muy lento. Según datos del IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadística), de 2009, la propiedad de las tierras rurales en Brasil permaneció prácticamente inalterada en los últimos 20 años.
De acuerdo con el IBGE, el total de tierras destinadas a la agropecuaria es de 330 millones de hectáreas, equivalente al 36% del territorio nacional, de las cuales aproximadamente la mitad- 142 millones de hectáreas- son latifundios.
Con Temer, la reforma agraria está paralizada, denuncia Rocha. El gobierno interino eliminó el Ministerio de Desenvolvimiento Agrario (MDA), conquista histórica de los movimientos sociales del campo, desarmó sus equipos técnicos y despidió al director de Ordenamiento Agrario del INCRA y a sus equipos , suspendió créditos y programas de asesoría técnica.