Así se anuncia, o al menos se anunciaba, la última contienda de una velada boxística, por ejemplo en las noches de Luna Park, con las vocales sostenidas a modo de vibrato. Era el combate esperado por el público, donde debían enfrentarse los púgiles más importantes del evento, aquellos que daban la tónica al afiche de presentación. De “Raging Bull” a “Gatica el mono” –y tantos más- el cine nos ha dado memorables interpretaciones del “noble deporte”, cuya codificación data de 1867 gracias al apoyo del Marqués de Queensbury. Hay reglas.
Alejadas de cualquier ring, las peleas de hoy entre países, etnias o religiones carecen de tales prevenciones. Quizás hubo intentos, como cuando Voltaire describía en 1759 los horrores dela guerra a través del sendero de devastación que los ejércitos dejan donde pasan, pero hay que ser un poco Cándido. A su vez, Kant proponía en 1795 un sistema de “paz perpetua” para los Estados del planeta. Características del Siglo de las Luces, esas voces no fueron escuchada, y los cañones tenían grabado en el lomo ese “Ultima Ratio Regum”, para demostrar que la violencia es el “último argumento de los reyes”. Al menos por entonces aún había política en el conflicto, cuyas relaciones fueron explicadas por Clausewitz en “De la guerra”, publicado en 1832.
En 1863 vemos la creación de la Cruz Roja por Henri Dunant, un suizo que asistió en 1859 a la carnicería de la Batalla de Solferino. También impulsaría en 1864 la primera “Convención de Ginebra”, con el objeto de proteger a las víctimas de la guerra y sobre todo a los médicos de cualquier bando, que debían ser consierados neutrales de modo tal que pudiesen atender a los heridos. En una visión más realista, nuestro Alberdi escribió “El crimen de la guerra” en 1870, cuando terminaba la llamada “guerra de la triple alianza” de Brasil, Uruguay y Argentina, ese genocidio cometido en contra del Paraguay como Nación y de los paraguayos como pueblo. “El derecho de la guerra, es decir, el derecho del homicidio, del robo, del incendio, de la devastación en la más grande escala posible; porque esto es la guerra, y si no es esto, la guerra no es la guerra” (…) La guerra los sanciona y convierte en actos honestos y legítimos, viniendo a ser en realidad la guerra el derecho del crimen, contrasentido espantoso y sacrílego, que es un sarcasmo contra la civilización” escribe Alberdi en el primer capítulo de la obra. No hay reglas.
Frente a acontecimientos que tensan la comprensión, cunden las comparaciones históricas, donde el conflicto en Ucrania parece el principio de una guerra de Treinta Años (1613-1648), mientras que en medio oriente viviríamos un episodio más de la guerra de Cien Años (1337-1453). Es que la guerra siempre se sabe cómo comienza pero nunca se sabe cómo termina.
Leemos en el muy cristiano y conservador diario L’Orient-LeJour de Beirut, una denuncia del uso de fosforo blanco por parte del ejército israelí en la actual invasión de Israel al Líbano. También habla de la voladura total de la aldea de Mhaibib, incluido un santuario de 2500 años dedicado al Profeta Benjamín. El Dr. Firas Abiad, Ministro de Salud del Líbano de confesión sunni, denuncia el ataque contra 55 hospitales, 160 ambulancias, 57 camiones de bomberos, el asesinato de 150 trabajadores de la salud y cerca de 300 heridos, cuando las muertes en el Líbano ya llegan a 2600, los heridos a 14000 además de un millón y medio de desplazados. El Secretario de la Organización Mundial de la Salud alerta sobre las condiciones inhumanas que sufre la población en el norte de la Franja de Gaza. Aún sobre el impacto que provocó el ataque israelí sobre objetivos en las ciudades iraníes de Teherán, Juzestán e Ilam, L’Orient-LeJour reseña las reacciones de los países de la región.
Arabia Saudita condena el ataque de Israel contra Irán y llama a desescalar el conflicto; los Emiratos Árabes Unidos también reprueban y subrayan “las consecuencias de una escalada sobre la seguridad y la estabilidad regionales”; Omán ve “una escalada que alimenta el ciclo de la violencia” y reclama “terminar con las violaciones flagrantes sobre el territorio de los países vecinos”; Qatar también exige “resolver los diferendos de modo pacífico”, al tiempo que denosta “la violación de la soberanía de Irán”; Bahréin –que normalizó relaciones con Israel- también condenó la “operación militar contra Irán”.
Quizás Kuwait identifica las causas de la actual situación, cuando denuncia “la política del caos” que lleva a cabo Israel, “que pone en riesgo la seguridad de la región”. Por otro lado, Erdogan sostiene desde Turquía que “Israel, ayudado por las potencias occidentales, intenta iniciar un conflicto regional”; “no caigamos en la trampa de Israel”, continúa, “ya que con esa mentalidad Israel no conseguirá nada”, para luego “desear lo mejor para nuestros vecinos iraníes, su pueblo y su gobierno, que fueron atacados por la agresión israelí”. Nadie quiere una extensión de la guerra, que hoy parece inevitable. “Emplear la guerra para remediar la guerra” decía Alberdi, es una “homeopatía en que no creo”. Israel-Irán, una pelea de fondo que no es la última, pero que anuncia la noche sobre toda la región.