Las marchas en conmemoración del Día de los Trabajadores que tendrán lugar este fin de semana en Europa estarán signadas por la oposición al TTIP (Transatlantic Trade and Investment Partnership, por sus siglas en inglés, Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) que se está cocinando por estos días y a toda velocidad a ambos lados del Atlántico. Barack Obama pretende tenerlo firmado antes de abandonar la Casa Blanca a comienzos de 2017, y en Bruselas, ciudad sede de los organismos del Viejo Continente, no parecen tener capacidad o voluntad de aplicar el freno.
La supresión de barreras legales que negocian en secreto ambas partes podría implicar una reducción de las condiciones laborales de los europeos. Acuerdos similares como el NAFTA, entre Estados Unidos, México y Canadá, trajeron un deterioro de las condiciones de vida del conjunto de la población. En sus 20 años de vigencia, el NAFTA no sólo no propició el crecimiento económico prometido, sino que destruyó casi un millón de puestos de trabajo, según un informe de la ONG Public Citizen. Los defensores del tratado argumentan un supuesto crecimiento del empleo que, según el informe más optimista de la propia Comisión Europea, supondría para España, por ejemplo, sólo un crecimiento del 1% del PBI y 140 mil puestos de trabajo.
Daniel Wennick trabaja en Bruselas para la Confederación de Empresas Suecas. «Necesitamos todo el crecimiento que podamos lograr en este momento», dice el lobbista, sin embargo, «no se sabe lo que va a pasar, depende de lo que las empresas europeas hagan». Además, considera que no se trata de discernir si se crearán más o menos puestos de trabajo, lo importante es «si uno cree en el libre comercio o no». Wennick afirma que hay negociaciones para «ver si es posible incluir en el trato los convenios de la Organización Internacional del Trabajo, pero es algo que estamos negociando».
Para el especialista en economía y comercio internacional Enrique Aschieri, «el TTIP tiene un fuerte aroma a lo que en relaciones exteriores se llama ‘política de prestigio’. Esto es algo que promete, abre esperanzas, pero hablando en plata, es poco menos que nada. Tanto la Casa Blanca como la UE desde que se desató la crisis global entre 2007 y 2008 no han hecho otra cosa, en el mejor de los casos, que desacelerar el ritmo de la caída». El experto argentino explica a Tiempo que «para salir de la crisis la única vía es incrementar el gasto. Eso implica acordar entre los países la salida. En los hechos, impedir el movimiento internacional de capitales que les permita maniatar los tipos de cambio.» Aschieri es aun más lapidario: «Hacen como que se está haciendo algo importante, incluso de tinte estratégico, cuando en realidad la están viendo pasar para ver quién tira primero la toalla.»
Aunque las conclusiones que van sacando los negociadores se destacan por un estricto y absurdo hermetismo, se sabe que si se aprobase el tratado, productos que fueron elaborados en EE UU, con normas laborales distintas a las europeas, se venderán en Europa sin trabas legislativas, lo que se traducirá en una presión a la baja en las condiciones laborales de los europeos. La legislación en materia laboral estadounidense, que no ratificó la mayor parte de los tratados de la OIT, tiene normas que a los europeos pueden resultar tan alarmantes como que el permiso de maternidad sea sólo de 12 semanas y, en la mayor parte de los estados, no está pagado. También suele haber cláusulas en los contratos en las que el trabajador se compromete a no demandar al empleador en caso de accidente de trabajo.
«Los trabajadores de los países centrales no tienen nada que ganar en este tipo de acuerdo, ni que perder, porque es pura maniobra, pura búsqueda de espacio político interno a través de gambitos transfronterizos. Pierden por la crisis y únicamente ganarían con la salida de la crisis», considera Aschieri.
Lo que también propone el TTIP es la posibilidad de trabajar en el territorio de un país determinado con la regulación laboral de otro estado. Son los inversores quienes deciden dónde se construirán empresas y dónde estará el trabajo, lo que supone una presión a la baja en las condiciones laborales de los trabajadores de la UE. Es lo que se conoce como el «Modo 4 de contratación» e implica que un trabajador podrá ser contratado en un país cualquiera con unas determinadas condiciones laborales y ser llevado a otro país con las mismas condiciones, sin obtener el estatuto de emigrante.
«Una fuerte ironía es que este año se cumplen 80 desde que salió de la imprenta la ‘Teoría general del empleo, el interés y el dinero’ de Keynes. Se sabe cómo salir de una crisis, pero las ocho décadas transcurridas desde entonces parece que les ha hecho poco efecto», concluye Aschieri.