Donald Trump anunció en marzo pasado la suba de aranceles al ingreso de acero y aluminio. Desde su medio de comunicación más apreciado, Twitter, dijo: Las guerras comerciales son buenas y fáciles de ganar». Se apuraron a pedir explicaciones los destinatarios de esa bravuconada, la Unión Europea, los países de la alianza de libre comercio de América del Norte. Pero los dardos apuntaban en primer lugar a China, que no se quedó callada ante el sonido de tambores de guerra.
Este martes, el presidente estadounidense se puso en contacto telefónico con su par chino, Xi Jinping, al que no se privó de llamar «amigo». No solo se ponía sobre el tapete en esa conversación el tema del déficit crónico en el intercambio en favor del gigante asiático, sino el futuro encuentro entre Trump y el líder norcoreano, pero fundamentalmente otro espinoso asunto, como lo es el acuerdo nuclear con Irán.
No puede decirse que Trump pidió permiso, pero si que tuvo el gesto de decirle antes a Xi, ocmo lo había hecho con el francés Emmanuel Macron. Todos ellos, por supuesto, opuestos a esa decisión. China ya había declarado su reconocimiento al papel del Consejo de Seguridad y de la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) en todo este proceso y destacó que esa entidad había verificado el cumplimiento de Irán en por lo menos 10 ocasiones.
Es difícil saber cuál es la política exterior que plantea Trump, pero si es por ADN, tal vez tenga algo de su abuelo alemán, Friedrich Drumpf, quien llegó a Estados Unidos en 1885 y para adquirir la nacionalidad simplificó su apellido. En ese caso, en sus genes puede haber algo de la estrategia de Carl von Clausewitz, aquel teórico que decía, entre otras cosas, que la guerra «es un acto de fuerza que se realiza para obligar al adversario a acatar nuestra voluntad».
Mucho más fácil es encontrar en Xi los rasgos del otro gran «filósofo» de la guerra, Sun Tzu. China, con una tradición de más de 4000 años de cultura y civilización y habituada a ser «el imperio del centro» -que eso significa Zhongguo, el nombre con el que autodenominan a su nación- cultiva la «paciencia estratégica». Y mantienen eso de que «el mejor general no es el que gana cien batallas sino el que vence al enemigo sin disputar ninguna».
Que China es la potencia del siglo XXI no lo puede desmentir a esta altura nadie. Se podrá debatir si será más cerca o más lejos del 2040. El caso es que ya pisa fuerte en el concierto de las naciones y una de las razones del llamado entre Trump-Xi es que el presidente chino mantuvo un encuentro con Kim Jong-un este mismo martes para arreglar detalles finales de la cumbre que el mandatario norcoreano va a mantener con Trump en unos días.
La guerra comercial, en este contexto, suena a excusa para tirar sobre la mesa temas que más tienen que ver con el reparto del poder en el mundo. Y en el cual China es protagonista ineludible.
Cuando Trump anunció el desafío de aumentar aranceles, lo que afectaría a exportaciones chinas, desde Beijing dejaron trascender que el gobierno estaba pensando en reducir o paralizar la compra de bonos estadounidenses.
China hoy día es el mayor tenedor de bonos del tesoro de EEUU, con casi el 19% del total, unos 1.189 billones de dólares. Japón tiene algo menos, el 17% y es otro de los jugadores que tiene cosas por decir acerca del reencuentro entre Corea del Norte y del Sur y la posible desnuclearización de la península coreana.
Es fácil darse cuenta de lo que puede implicar para la economía del planeta que China deje de intervenir en ese mercado o comience a desprenderse de los papeles de la deuda de EEUU que ya tiene en su poder. Porque eso llevaría a la bancarrota del país americano pero también arrastraría a la industria china, que tiene su principal cliente en la otra orilla del Pacífico. Por otro lado, el 38% de las reservas chinas están nominadas en dólares, aunque su propia divisa, el yuan, avanza velozmente a ser la moneda de reserva internacional.
Mucha de la turbulencia con las monedas de estas últimas semanas tiene su origen en esta amenaza de Trump y en el aumento del precio del petróleo.
Pero el llamado telefónico refleja que Trump reconoce que ya no puede decidir en soledad temas tan cruciales en el mundo como lo pudo hacer EEUU tras la caída de la Unión Soviética, en 1991.
El rictus de capricho que suelen trasuntar sus labios no se condice con esa llamada a Xi, el trato de mi amigo y el anuncio posterior de que iba a romper el acuerdo con Irán.
Parece una jugada sin sentido: rompe unilateralmente el Acuerdo 5+1 que había firmado el gobierno de Barack Obama y las potencias nucleares (los cinco integrantes del Consejo de Seguridad de la ONU más Alemania) tras más de 15 años de negociaciones con las autoridades iraníes para que ese país islámico acepte controles a su plan de desarrollo atómico. Pero llama al que considera el peso pesado de discusión.
El mismo día en que el nuevo canciller Mike Pompeo viaja a Piongyang para acordar con Kim los detalles del futuro encuentro con Trump, desde la Casa Blanca se informó que los mandatarios de China y de EEUU habían acordado no eliminar las sanciones a Norcorea hasta que no desmantele su programa nuclear.
Horas después Trump anunció algo que venía amenazando desde hace meses: que retira a EEUU del acuerdo nuclear de 2015 para limitar el programa atómico iraní. La excusa es que «la semana pasada, Israel publicó documentos de inteligencia, largamente ocultados por Irán, que muestran de forma concluyente la trayectoria del régimen iraní en su objetivo de desarrollar armas nucleares». Y agregó: «Si permitiera que este acuerdo se mantuviera, pronto habría una carrera de armamentos nucleares en el Medio Oriente».
Lo cual es un argumento no del todo cierto, ya que se sabe desde hace más de 30 años que Israel es una de las potencias nucleares, aunque es algo que nunca fue reconocido oficialmente. Y se sabe no solo por elucubraciones más o menos especulativas como por las revelaciones con pelos y señales del historiador Avner Cohen, docente en la Universidad de Tel Aviv, y de Mordejái Vanunu un ex técnico nuclear israelí al diario británico The Sunday Times en 1986. En 1988, Vanunu fue condenado a 18 años de prisión por difundir información clasificada. Liberado en 2004 tras muchas presiones internacionales, ya que es considerado un preso de conciencia, fue arrestado en numerosas ocasiones desde entonces acusado de violar las condiciones de su libertad.
En un artículo escrito por Cohen y el investigador William Burr publicado en la revista Foreign Policy en 2013 se asegura que en 1964 Israel compró en Argentina entre 80 y 100 toneladas de polvo de uranio, el material necesario para fabricar una bomba nuclear.
El plan nuclear iraní también tiene origen argentino. Nace en 1974 cuando el contraalmirante Oscar A. Quihillalt, que había sido titular de la Comsión Nacional de Energía Atómica, es contratado por el gobierno del Sha Reza Pahlevi. Y continúa con contratos firmados por el gobierno de Raúl Alfonsín con la República Islámica que terminaron abruptamente por presiones de Estados Unidos a Carlos Menem, en 1991.
Pero esa es otra historia.