Las reiteradas expresiones de admiración de Javier Milei hacia Donald Trump alimentan un frenesí de reacciones de adhesión o de indignación que pone en sordina la pregunta que debemos hacernos con urgencia. ¿Cuál será el impacto de la política exterior que podemos anticipar que Trump pondrá en marcha sobre los intereses de Argentina?
A pesar de que sea imposible inferir una política especialmente pensada para la relación con América Latina, dada la ausencia total de esta cuestión en la campaña electoral que culminó con la elección del 5 de noviembre, es posible imaginar las repercusiones que tendrá la adopción de algunas orientaciones que Trump y su Partido Republicano sí esbozaron a lo largo de los últimos meses.
Lo primero que cabe esperar es un reforzado proteccionismo comercial. En esto el Trump modelo 2024 viene precedido por las elevadas barreras a las importaciones que erigió durante su primer mandato y que no fueron desmanteladas en su totalidad por el presidente Joe Biden. Como si eso no bastara, usó una retórica inequívoca para machacar sobre el asunto en la campaña electoral: “La palabra más hermosa del diccionario es ‘arancel'», dijo sin dejar espacio para matices y agregó que poco le importaba que eso afectara a los aliados más cercanos de EE UU. In extremis, abogó por que los estadounidenses dejen de lado su gusto por los autos europeos. Es difícil imaginar por qué le ahorraría a Argentina, un país que no figura entre las prioridades de política exterior estadounidense, ese rigor. La baja complementariedad de las exportaciones argentinas con las necesidades importadoras de EE UU siempre han limitado el provecho que nuestro país ha podido obtener de ese mercado: con barreras arancelarias altas, esa situación empeoraría. Un ejemplo contundente de lo que implican esas barreras fue la decisión de Techint de abrir una planta de Tenaris en Bay City, Texas, en 2018: la única manera de sortearlas es producir en territorio estadounidense, lo que sin aranceles hubiera podido ser exportado desde Campana.
En segundo lugar, no cabe esperar de Trump otra cosa que un desdén total por el multilateralismo, el único juego que países medianos como el nuestro pueden jugar. Milei comparte ese desprecio, como lo dejó claro en su primer discurso ante la Asamblea General de la ONU. Por cierto, el futuro inquilino de la Casa Blanca adopta ese enfoque porque el multilateralismo puede limitar el ejercicio del poder desnudo de la superpotencia, mientras que su colega argentino lo hace por mera veleidad ideológica, menospreciando los foros donde Argentina puede proyectar algo de su modesto poder.
A pesar de estas definiciones claras de Trump, las expectativas poco realistas alimentadas por la ideología del presidente Milei no se arredran. La admiración incondicional de éste por Trump lo lleva a imaginar beneficios que Argentina podría obtener de esta relación que sólo tendrían verosimilitud si el gobierno tuviera un enfoque pragmático. Lo más probable, visto el aquelarre que es la cancillería desde diciembre de 2024, es que no veamos resultados tangibles, a pesar de la alineación ideológica. Una política exterior exclusivamente orientada por dogmas y carente de un diagnóstico acerca de cuáles son los intereses materiales del país es una receta para el fracaso.
Por el momento, la Casa Rosada exhibe la proximidad ideológica entre Milei y Trump en algunos temas para generar expectativas en los operadores financieros de que cabe esperar apoyo financiero adicional del Fondo Monetario Internacional (FMI), a instancias del futuro gobierno de EE UU. Sin embargo, la única fuente que habla en on y en off de esa posibilidad es hasta ahora el único interesado, el gobierno argentino.
Así como el interés nacional de nuestro país es una consideración de segundo orden en una política exterior centrada únicamente en la promoción de la figura personal de Milei, poco importa tampoco que el anunciado apoyo del FMI no se materialice. Lo que realmente importa es el dividendo político que su gobierno cree que puede obtener de su alineamiento ideológico con Trump en su quijotesca batalla cultural: si no hay fondos frescos, que al menos haya lágrimas de zurdos.