A meses de los 90 años, Tirso Sáenz tiene una lucidez envidiable para recordar la Cuba de los primeros tiempos de la Revolución. Fue un colaborador muy cercano al Che en el Ministerio de Industria y cuenta en esta charla por zoom desde su actual residencia en Brasil, que el guerrillero argentino, que ocupó ese cargo entre 1961 y 1965, fue “el mejor ministro de la revolución”. También revela aquel gesto insolente de un cónsul de EEUU en La Habana que, ante la posibilidad de emigrar, lo llevó a quedarse en la isla “a ver que pasa” y destaca que se hizo revolucionario por el cariño con que lo trataron y la confianza que le dispensaron. A 60 años de la gesta de Playa Girón, donde su participación fue clave para la provisión de combustible a las tropas, Sáenz tiene mucho aún para decir, aparte de esa docena de libros en que desmenuzó su visión de aquellos tiempos.
-¿Cuál fue su rol en los sucesos del 16 al 20 de abril?
-Yo era director del Instituto Cubano del Petróleo, que abarcaba toda la industria que fue nacionalizada, la Standard Oil, la Shell, la Texas. Las dos refinerías principales estaban en La Habana y era el lugar más cerca de donde iba a ser el ataque. Estábamos con inventarios bajísimos, llamé al ejército, nos pusimos de acuerdo rápidamente con un sistema de señas, contraseñas, avisos, contraavisos, y aquello funcionó perfectamente. Convocamos a técnicos, trabajadores, todos los ingenieros, muchos de los cuales se iban del país porque no eran simpatizantes. Los llamamos y les dijimos “estamos acuartelados, no podemos irnos, la refinería tiene que funcionar para garantizar el triunfo de la revolución”. Fueron 72 horas en que yo dormitaba en mi silla frente al teléfono, porque no podíamos cambiar de voces. La refinería funcionó como un reloj, un entusiasmo tremendo. Tanto que cuando comienza el ataque nosotros teníamos stocks para nueve días, y un barco de gasolina de la Unión Soviética demoraría 25 días. Ese era el corazón para poder mover las tropas; si nos bombardeaban no había forma. Todo funcionó tan bien que no tuvimos que racionar y cuando terminamos, el inventario aumentó cinco días. La refinería no paró un segundo. Y eran momentos en que por el bloqueo no podíamos recibir repuestos y el petróleo que venía de la URSS era muy corrosivo, con mucho contenido de sales. Pero hasta el petróleo se comportó como socialista.
-¿Desde cuándo sabían del ataque en Playa Girón?
-Yo personalmente no sabía. La noche anterior unos aviones procedentes de EEUU bombardearon aeropuertos cubanos para debilitar la pequeña fuerza aérea cubana. Esa fue la señal de aviso, y yo me fui para la refinería. Desde mi oficina escuché el famoso discurso de Fidel convocando a la movilización y declarando que Cuba era socialista. Fueron tres días críticos. Después hubo algunos sabotajes que hicieron mucho daño. Hubo una lancha pirata que salió de la base Guantánamo y atacó a la refinería de Santiago de Cuba con ametralladoras. Dicen que los americanos no tienen nada que ver con esto. ¿Dónde se entrenaron las tropas? En los pantanos de La Florida ¿Se pueden armar cientos de hombres, con uniforme, sin que el gobierno se entere? ¿Ese barco que traía a las tropas, de dónde salió? Lo interesante es que las tropas cubanas no eran todas regulares, había gran cantidad de milicianos, obreros, trabajadores, fueron importantes para combatir, o sea que fue el pueblo realmente y en 72 horas liquidó el problema.
-¿Cómo llegó a ser viceministro del Che?
-Mi padre era baterista de una orquesta pero se preocupó porque yo estudiase, me pagó una buena escuela y me gané una beca para estudiar ingeniería en los EEUU. No hubiera podido estudiar de ninguna otra forma. Me gradué como ingeniero químico y volví a trabajar en una filial de la Procter and Gamble en investigación. Cuando triunfa la revolución, el presidente de la compañía me quería llevar y me entregó una carta para que me dieran una visa en la embajada. El cónsul que me entrevistó era tan grosero que tenía la carta en el bolsillo y no se la di, lo mandé a la mierda. Llegué a casa y le dije a mi esposa: “Nos quedamos, vamos ver qué pasa”. Yo no tenía antecedentes revolucionarios de ningún tipo. Pero el éxodo en Cuba de los ingenieros fue del 75% y el 50% de los médicos. Un ingeniero que se quedaba, aunque no tuviera antecedentes, el Che le daba la confianza. Aun así, me preocupé de que alguien pensara que yo tenía una actitud oportunista. Pedí ver al Che para explicarle y le conté lo que me había sucedido en la embajada norteamericana. Me dijo: “Está bien, ¿usted quiere trabajar con nosotros? pues bueno, vamos a trabajar”. Me estrechó la mano y ese fue el inicio. Primero en la dirección del Petróleo, luego viceministro de Industrias Básicas y después vice de Desarrollo Técnico. Mi experiencia era de investigaciones y me llamó a la tarea del Nuevo Instituto de Investigaciones. Permanecí ahí hasta que él se fue. Yo estuve en la última reunión del Che como ministro. Fue una reunión técnica con representantes de la URSS para la ampliación de una siderúrgica. Me dijo que se iba a cortar caña, me dio un apretón de manos y no lo vi nunca más.
-Usted publicó un libro sobre esa gestión del Che ¿cómo era como ministro?
-Yo diría que el Che fue el mejor ministro que hemos tenido en Cuba. Muy exigente, muy estudioso. Él conocía la industria cubana porque la había estudiado, iba a los centros de trabajo, estudió los procesos tecnológicos, daba instrucciones muy claras, muy precisas, escuchaba y estimulaba la discusión. Tú tenías que discutir y a veces las discusiones eran fuertes pero respetuosas. Muchas veces la razón la tenía él, otras veces yo y otras tantas la razón estaba en la mitad del camino, pero siempre surgía algo mejor. Fue un formador de cuadros revolucionarios, estimuló la educación, la capacitación: era una de las áreas que yo tenía, la formación de recursos humanos. El ministerio de Industria, y todas sus fábricas, se convirtió en una gran escuela. porque también se hacía alfabetización. Organizamos escuelas dentro de cada fábrica y también aprovechábamos las becas que nos daban los países socialistas, que eran muchas. Las medidas que tomaba el Che tenían un sustrato político ideológico, soluciones técnicas puras no tenían importancia si no estaban asociadas a una visión en que el hombre era el centro del proceso.
-¿Qué resultados se pueden ver hoy de ese proceso?
-Hay dos momentos que definen en cuanto a la visión de futuro. Una fue en 1962, cuando Fidel en un discurso por la creación de la Academia de Ciencias dijo que el futuro de nuestra patria tiene que ser el de un hombre de ciencia, de hombres de pensamiento. Y después el Che, que no fue sólo un pensador sino un actor. Muchos de los institutos creados en aquel momento existen hoy.
-¿Esos centros se relacionan con el desarrollo de vacunas contra el Covid?
-Cuando apareció el dengue en Cuba, año 67, 68, había un finlandés que tenía un laboratorio y producía interferón. Fidel pensó que ese podría ser un elemento importante para la atención de enfermedades virales. Así se empezó a producir interferón y luego vacunas, medicamentos biotecnológicos y hoy Cuba, que es un país pequeñito, es una potencia biotecnológica capaz de lograr que los cubanos puedan tener su propia vacuna. Me atrevería a decir que todos estos avances tecnológicos comenzaron en el ministerio.
La tarea de un revolucionario en Brasil
«Me convertí en revolucionario con el ejemplo de los revolucionarios», relata Tirso Sáez. «Me quedé en Cuba y al poco tiempo me dije: caramba, antes trabajando para la multinacional, ahora para el pueblo de Cuba. Una dimensión diferente. Por otra parte, comencé a conocer a revolucionarios, que no eran los comunistas de colmillos largos que me asustaban. Eran gente normal, que me acogieron muy cariñosamente, me dieron su confianza».
–¿Cómo terminó en Brasil?
–En 1994 falleció mi primera esposa. Años después me contrata la Universidad de Campinas como profesor, en un acuerdo con Cuba. Aquí me reencontré en 1997 con una mujer, brasileña, a quien había conocido años antes en una conferencia internacional en Madrid. Es especialista en Ciencias Políticas. Decidimos casarnos pero, para ella, ir a Cuba era un problema por su trabajo, sus hijos, la familia. Acá fui fundador de la Asociación de Cubanos Residentes, nuestra función es defender la Revolución Cubana. La primera edición del libro del Che la escribí aquí en Brasil. Aquí mi trabajo es fundamentalmente vinculado a Cuba.