Los talibanes avanzan a paso firme en Afganistán. Primero se aseguraron el control de grandes extensiones rurales y después continuaron por las ciudades. El lunes de esta semana llevaban capturadas seis de las 34 capitales provinciales y el viernes ya controlaban la mitad. La ofensiva prosigue sin mayores obstáculos ante el frágil gobierno del presidente Ashraf Ghani y hasta Ismail Khan, el León de Herat, uno de los más poderosos «señores de la guerra», se rindió sin atenuantes.
Los talibanes no perdieron ni un minuto desde el acuerdo firmado en febrero del año pasado en Qatar, por el cual el gobierno de Donald Trump se comprometió a evacuar a sus soldados de Afganistán sin mayores condiciones. Las negociaciones evidenciaban la urgencia de Washington por terminar la guerra más prolongada y una de las más costosas de su historia. La invasión de 2001 había derrocado el régimen talibán, pero en 20 años apenas pudo contener su poder de fuego.
“EE UU ha intentado irse desde hace tiempo. Fue una promesa electoral de Trump y entre sus objetivos estaba cumplirla a pesar de las consecuencias. En la población norteamericana ha habido un hartazgo de las guerras interminables y en la política exterior ha habido un cambio de prioridades. Ahora el centro está en China y se consideró necesario cerrar este capítulo”, apunta Ana Ballesteros Peiró, doctora en Estudios Árabes e Islámicos por la Universidad Autónoma de Madrid.
Estados Unidos se retira de Afganistán ante la imposibilidad de derrotar a un enemigo que le resultó muy útil durante la invasión soviética de finales de los ’70, cuando con ayuda de Pakistán y Arabia Saudita había logrado imponer un régimen islámico integrista entre 1996 y 2001. Ahora, el secretario de Estado, Antony Blinken, se vio obligado a reconocer que el estratégico país de Asia Central va camino a convertirse en un “Estado paria” si los talibanes deciden asaltar la capital. Tal escenario podría concretarse antes de lo que se pueda pensar, ya que los insurgentes controlan el 65% de Afganistán. El portavoz del Pentágono, John Kirby, sin embargo, aún confiaba en que Kabul no estaba «bajo amenaza inminente»,
Para la investigadora asociada al CIDOB –un centro abocado a las relaciones internacionales con sede en Barcelona–, EE UU exigió pocas garantías y cedió en temas clave “que dañaron gravemente la postura del gobierno” de Ghani. En consecuencia, ahora “estamos viendo qué tipo de gobierno les espera a los afganos”. “Los talibanes no han cambiado. Es más, están llevando a cabo actos de venganza contra quienes ofrecieron mayor resistencia en los ’90”, asegura.
El paso de los talibanes por pueblos y ciudades está obligando al Ejército afgano a evacuar a la población, mientras la ONU calcula que hay 250 mil desplazados y anticipa una crisis de refugiados hacia países vecinos. Envalentonado por las recientes conquistas, el grupo volvió a exponer ejecuciones sumarias contra funcionarios del gobierno y opositores en general. También destruyó escuelas y hospitales. En los territorios ganados, está despojando a las mujeres de todo derecho básico.
La administración Biden estima que terminará de remover el total de tropas extranjeras entre finales de este mes e inicios de septiembre, en coincidencia con el 20º aniversario de los atentados a las Torres Gemelas y el Pentágono, que dos décadas atrás justificaron la “guerra contra el terrorismo” de George W. Bush y la Otan. En realidad, no es mucho lo que EE UU podría hacer en momentos de repliegue. Mientras recurre a ataques aéreos sobre el terreno, su aliado Ghani destina armas y dinero a milicias privadas y apela a la experiencia de los llamados señores de la guerra, surgidos en el caos del enfrentamiento constante, para contener lo inevitable.
Marco Rubio, senador de la oposición y halcón republicano, justificó la salida de Afganistán porque supuestamente permitirá a EE UU reenfocar sus recursos hacia China y la alianza militar que mantiene con Rusia, pero sostuvo que no significaba “ignorar por completo el terrorismo”, en alusión a los lazos que los talibanes cultivan con otras organizaciones como Al Qaeda y lo que queda en pie del Estado Islámico. “Al Qaeda se reconstruirá bajo los talibanes. Y Biden no tiene ningún plan para prevenirlo”, alertó.
Por eso la guerra en Afganistán no puede ser únicamente civil, explica Ballesteros Peiró. “Hay varios países del entorno implicados e intentando velar por sus intereses”, dice la integrante del Observatorio Político y Electoral del Mundo Árabe y Musulmán, OPEMAM. China, que comparte frontera con Afganistán, está interesada en la estabilidad política del país vecino para incluirlo en su megaproyecto de la nueva ruta de la seda y proteger al mismo tiempo el corredor económico con Pakistán. A Rusia, que prohibió a los talibanes en su territorio, le preocupa la influencia regional del grupo. Tanto Moscú como Beijing quieren capitalizar “el fracaso occidental para proyectar poder y presentarse como modelos alternativos a las democracias”.
La especialista en Asia Meridional y sectarismo islámico señala que “la competencia entre vecinos es feroz” porque si bien “les conviene la pacificación afgana, no todos están de acuerdo con el poder que quieren en Kabul. Pakistán sigue apoyando a los talibanes y grupos insurgentes de todo pelaje con el objetivo de alejar a India de lo que cree debería ser su área de influencia en Afganistán y Asia Central. Irán se alegra de que EE UU se vaya, pero teme las repercusiones de una nueva guerra”. Estados Unidos parecía comprender muy poco sobre Afganistán en 2001. Esa realidad no cambió demasiado, 20 años después. Tampoco aprendió de la derrota que los afganos infligieron al impero británico en el siglo XIX y a la Unión Soviética después, en el XX. Afganistán probó una vez más ser un territorio esquivo para las grandes potencias.